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Realfooding o RealBULLYING

Realfooding

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Hace unos días que llevo siguiendo en la sombra el dramón del cacao de Carlos Ríos, como buena fan de dramas que soy (no en vano me he visto todas las temporadas de La isla de las Tentaciones). Para quien no sepa de lo que hablo, Carlos Ríos es un dietista-nutricionista-influencer que promueve lo que él llama “realfooding”, una nutrición basada en alimentos que no sean ultraprocesados (así muy resumido), y ha tenido tanto éxito en redes que ha publicado libros, una app, una marca de alimentos e incluso firmado botes de su tan famosa crema de cacao, la cual está teniendo mucha controversia por ser vendida como “más o menos saludable pero siempre mejor que Nutella o Nocilla” y gente del sector de la nutrición le ha pegado un toque y dicho “eh, pues no tanto, y la forma de venderlo lleva a engaño”.

No, no voy a hablar de la calidad de sus productos o si he probado la crema de cacao o si el realfooding es para mí (no lo es, ya lo probé en su momento y me daba ansiedad estar mirando en una app cada cosa que como y medir porcentajes, hay meses en los que me cuido más y meses en los que me cuido menos pero intento no martirizarme), no soy nutricionista, ni dietista, ni nada parecido. 

Vengo a hablar de ética y responsabilidad, que de eso quiero creer que sí sé un poco.

Independientemente de la calidad de los productos que ofrece Carlos y el marketing que lo envuelven, está la figura del vendedor y la marca, que en este caso está muy ligada al mismo Carlos. Vemos la gran influencia que tiene él en sus 1,5 millones de seguidores a la hora de sugerir alimentos o llegar a trending topic si comenta alguna foto del Mercadona diciendo que es un ultraprocesado. La influencia que tiene Carlos sobre estas personas es innegable. Pero como dicen los superhéroes de Marvel, un gran poder conlleva una gran responsabilidad.

Quien tiene muchos seguidores sabe de su influencia y tiene cuidado en cómo comunicarse con ellos para evitar el acoso o el bullying en las personas señaladas, y mientras la youtuber Soy una pringada en vídeos antiguos empezaba diciendo “No quiero que vayáis a su cuenta a insultarlos, repito, no les insultéis” y eso que el contenido del vídeo eran críticas y reacciones a vídeos que no le gustaban, Carlos Ríos azuza en su Instagram con un “quieren retirar nuestra crema del mercado”, “quien crea que esta campaña de intento de desprestigio no está orquestada por la industria de los ultraprocesados… ESTÁ CIEGO” mientras señala indirectamente a ciertos profesionales. La diferencia es que Esty Quesada vende entretenimiento, Carlos Ríos, un estilo de vida saludable (que a la vez pasa por la venta de sus productos).

El que Carlos haya señalado indirectamente, y en un tono indignado, a Beatriz Robles por un reportaje sobre su crema de cacao, hace que ella reciba acoso por parte de los seguidores de él. Recordemos, 1,5 millones de seguidores, de los que, si solo un 0,01% se dedican a escribir mensajes de odio a Beatriz serían 1.500 personas repartiendo hate a tutiplén contra UNA. SOLA. MUJER. 

¿Un poco feo no?

Y no es un caso aislado, el periodista Mikel Iturriaga hace un buen recopilatorio sobre este patrón de comportamiento en Twitter. Recordemos, detrás de las pantallas, los tuits y los post de Facebook hay una persona que siente y padece, y el bullying tiene graves consecuencias en la persona que lo sufre. El mismo Carlos en sus stories de Instagram el 13 de octubre por la noche, apela a la empatía de las personas cuando miles de personas le han criticado. Dice “imaginaos cómo me debo sentir”.

El fin no justifica los medios, y menos si estos medios se basan en pisotear a una persona. Si no, en lugar de un estado democrático, pues ¿qué tal una dictadura? En la última ficción que vimos en la que una persona con altos ideales que quería fuertemente libertad para su pueblo, y además tenía tres dragones, se quedó tan cegada por su meta, que se le fue un poco la pinza y acabó siendo una dictadora, la llamábamos Khaleesi. Y aunque todos lloramos su pérdida (fue un final chungo que nadie quería), entendimos que por muy “buena” que fuera su meta para la sociedad, no podía pasar por encima de la vida de los civiles (para los perdidos, esta serie es Juego de Tronos). 

Somos personas a las que nos gusta opinar, tener diversidad de ideas, libertad de creencias y religiones, somos una democracia. Una democracia imperfecta en la que trabajamos por respetarnos unos a otros para la correcta convivencia. Y en pos de eso, se me ocurren mil y una formas en las que demostrar que un producto es bueno sin que nadie tenga que acosar a nadie. Es más, es poco ético, e incluso, un abuso de la influencia que a ciencia cierta se sabe que se tiene, ya que todo influencer que tenga una gran masa de seguidores sabe de la gente que le sigue, sabe cómo se comportan, qué les funciona en los post y qué no les funciona. Y con 1,5 millones de seguidores, una persona ya no solo es responsable de lo que dice, si no también en cierta medida, de lo que sus seguidores entiendan.

Y si para defender tus ideas (y tu crema de cacao) tienes que aniquilar a otros, cariño, pues quizás seas un poco dictador. 

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