Reivindiquemos la genealogía feminista de supervivientes
Necesito recordar a Audre Lorde (1934) para arrancar esta columna en un estado de ánimo que se mueve entre la impotencia, la rabia y la necesidad. Necesito evocar su texto “La hermana, la extranjera” para subrayar sus palabras una a una como si al hacerlo fuera recuperando el coraje necesario para teñir cada paso de morado y del resto de colores del arcoiris. Me declaro unicornio en estos tiempos donde hablar de pluralidad dentro del feminismo es tachado de memez por alguna académica. Me declaro culpable ante quienes criminalizan teorías que denuncian la multipluralidad de opresiones que atraviesan a las mujeres y no solo a ellas. Acudo a Audre Lorde como parte de esa genealogía del feminismo interseccional para recordarme que lo que sucede estos días, este año, no es nuevo. Que las disputas, los olvidos, las calumnias y las mentiras siempre estuvieron ahí. Pero lo más importante, que los feminismos, imparables, han seguido avanzando para llegar a este 8M nutrido por las mujeres que desde las periferias han alzado la voz contra el patriarcado.
Escucho estos días reinvindicar a Sojourner Truth, a esa esclava que nació en 1797 y que fue la primera mujer negra en ganar un juicio a un hombre blanco. Quienes saben de esto la señalan como una de las pioneras de ese feminismo que reivindica la pluralidad y cuestiona no la categoría género sino que este sea el único eje de opresión del que se sirve el patriarcado para imponer su hegemonía. Llevo unos días tratando de reconstruir esa genealogía de feministas y observo al hacerlo que traspaso fronteras nacionales, conceptuales, temporales, continentales, raciales, sexuales, étnicas y culturales.
Existe una genealogía feminista de supervivientes que deconstruye, algo muy distinto a destruir. Deconstruye lo que se aprende en los hogares, en las parejas, con las amistades, en las universidades, en las calles e incluso dentro de los propios movimientos sociales. Cuestiona todo. Eso es feminismo. Denunciar la opresión y revisar los propios privilegios. Trasladar la lógica de derechos que reclamamos para nuestras vidas a los cuerpos que no importan, a los que ocupan los márgenes, las fronteras, las prisiones, los burdeles, las calles, los trasteros que se alquilan indecentemente para vivir...
Esta misma semana, la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía (APDHA) ha sacado un informe que denuncia las condiciones en las que viven las mujeres que están privadas de libertad en las cárceles. Estas son mucho más duras que las de los hombres en un sistema penitenciario cuya capacidad de reinserción es ya de por sí cuestionable, un sistema que cree que encerrando a las personas se acaban los problemas estructurales que han llevado a gran parte de la población reclusa a delinquir. Porque no nos engañemos, las cárceles no están llenas de líderes independentistas, políticos corruptos y miembros de la familia real. Ese no es el relato de la realidad.
Las cárceles son la extensión más inhumana de ese punitivismo patriarcal que defiende la derecha española. A ellos les da igual lo que les pase a los desterrados sociales que ocupan las celdas de las prisiones. Población entre la que hay un 7,7% de mujeres cuyos derechos son vulnerados y tenidos menos en cuenta, cuyas oportunidades de reinserción son todavía menores a las ya escasas. El sistema penitenciario está pensado por y para hombres, al leer el informe se cae en la cuenta.
Sin embargo, estoy segura de que entre esa población reclusa femenina también se teje un feminismo de hermanas supervivientes al patriarcado. Uno que ignoramos y desconocemos quienes se supone que habitamos “la ejemplaridad ciudadana”. Lo que no se ve pensamos que no existe. Un feminismo igualmente válido e importante, igual de necesario y, posiblemente, incómodo y transgresor. Un feminismo que cuestiona el patriarcado y dentro de este a quienes que con sus privilegios (también mujeres) alimentan la estructura que devora a las pobres, racializadas, migrantes, disidentes, incómodas... La serie “Orange is the new black” refleja muy bien ese feminismo del que hablo.
Con la mente puesta en esa genealogía feminista que todavía queda por (re)conocer, esa que se teje en las fronteras, los márgenes y las prisiones (reales o imaginarias) reproduzco las palabras de Audre Lorde a modo de impulso para este 8M y de invocación para que estas supervivientes sigan nutriendo a los feminismos con sus discursos, sus vidas y sus cuerpos.
“A las mujeres se nos ha enseñado a hacer caso omiso de nuestras diferencias, o a verlas como motivo de segregación y desconfianza en lugar de como potencialidades para el cambio. Sin una comunidad es imposible liberarse, como mucho se podrá establecer un armisticio frágil y temporal entre la persona y su opresión. Más la construcción de una comunidad no pasa por la supresión de nuestras diferencias, ni tampoco por el patético simulacro de que no existen tales diferencias.
Quienes nos mantenemos firmes fuera del círculo de lo que esta sociedad defiende como mujeres aceptables; quienes nos hemos forjado en el crisol de las diferencias, o, lo que es lo mismo, quienes somos pobres, quienes somos lesbianas, quienes somos negras, quienes somos viejas, sabemos que la supervivencia no es una asignatura académica. La supervivencia es aprender a mantenerse firme en la soledad, contra la impopularidad y quizá los insultos, y aprender a hacer causa común con otras que también están fuera del sistema y, entre todas, definir y luchar por un mundo en el que todas podamos florecer. La supervivencia es aprender a asimilar nuestras diferencias y a convertirlas en potencialidades. Porque las herramientas del amo nunca desmontan la casa del amo. Quizá nos permitan obtener una victoria pasajera siguiendo sus reglas del juego, pero nunca nos valdrán para efectuar un auténtico cambio. Y esto sólo resulta amenazador para aquellas mujeres que siguen considerando que la casa del amo es su única fuente de apoyo“ (Audre Lorde. ”La hermana, la extranjera“, 1984)
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