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Y, de repente, ahora la paz

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (i) y el presidente del PP, Pablo Casado, se saludan con el codo en el Palacio de Moncloa, antes del inicio de su reunión, en Madrid (España), a 2 de septiembre de 2020.

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No estaría mal que los que en los últimos meses no han dejado de pronosticar la ruptura inevitable del Gobierno de coalición y toda suerte de cataclismos políticos reconocieran que se han equivocado. Pero eso no va a ocurrir. Sólo en ocasiones excepcionales los medios aceptan haber cometido un error. Lo cual no deja de ser un signo de debilidad. Pero lo cierto es que, tras semanas de tremendismo informativo, las aguas vuelven a su cauce. El PP se aviene a pactar con el gobierno y Unidas Podemos baja el tono de su conflicto con el PSOE, que persiste y persistirá, como tiene que ser. Y una obviedad, que no ha dejado de serlo en este tiempo de turbulencias, vuelve a imponerse: por el momento hay gobierno para rato.

Pablo Casado ha aceptado finalmente esa lógica. Ya lo apuntó en su diatriba contra Santiago Abascal durante el debate de la moción de censura de Vox, aunque luego aguó ese mensaje. Hasta ahora. No se sabe si ese cambio se debe a las presiones de los barones o a que ha logrado vencer las resistencias que dentro de su partido existen a que el PP se coloque abiertamente enfrente de Vox, pero lo cierto es que ha aceptado la realidad de las cosas. La de que la única manera que el PP tiene de disipar la amenaza de que Vox le gane la pugna electoral, una amenaza muy real, es afianzarse en su terreno natural, el de una derecha no rupturista y consolidar sus activos en el mismo, que no son pocos.

Y además de eso, no hacer más concesiones al partido de Abascal que las que sean absolutamente imprescindibles para no perder los gobiernos regionales que necesitan del apoyo de Vox. No hay duda de que esa va a ser una guerra cruenta y dolorosa para ambas partes. Las tensiones que en las últimas horas se han desatado en Andalucía con el permiso parental así lo sugieren. Vox no se va a quedar quieto. Pero lo cierto es que los negociadores del PP se han negado a proponer a ningún nombre próximo al partido de Abascal en los diversos organismos cuya nueva composición está a punto de acordar con el PSOE.

En cuanto a las tensiones entre el PSOE y Unidas Podemos, hay que decir que esta relativa bajada de tono, acompañada de seguridades por ambas partes de que el Gobierno no se rompe, era inevitable. La escalada verbal emprendida por Pablo Iglesias y los suyos desde hace cerca de un mes no podía seguir subiendo sin llegar al extremo de la fractura sin paliativos. Y está claro que eso no le interesa ni al PSOE ni a UP. 

Al partido de Pablo Iglesias no le ha ido mal en Catalunya. Para alguno de sus dirigentes eso revalida que dar caña puede ser rentable electoralmente. Pero lo más probable es que el resultado de los comunes, mejor que el que pronosticaban las encuestas, se debe más a que su potencialidad estaba mal medida por los sondeos que a maniobras de última hora. Lo cierto es que aun así, parece ser que la opinión predominante en la dirección de UP es que lo último que le interesa al partido en estos momentos, y probablemente en bastantes meses más, es salir del Gobierno y provocar unas elecciones.

Eso no quiere decir que vaya renunciar a sus señas de identidad diferenciales con el PSOE, a presionar porque determinados puntos del programa que ambos partidos acordaron cuando pactaron la coalición se apliquen en el sentido que UP interpreta y que se haga cuanto antes. Está por ver si Pablo Iglesias optará ahora por debatir esas discrepancias, no despreciables en algunos casos, en el interior del Gabinete o si preferirá sacarlas a la luz pública como ha hecho en las últimas semanas.

Seguramente habrá de todo. Unas cosas se quedarán dentro y otras tendrán como primer destinatario los medios. UP necesita demostrar que existe, que no se ha subsumido en la dinámica de Pedro Sánchez. Porque representa, o debería representar, los intereses de sectores de la población que los socialistas no tienen demasiado en cuenta. Y porque tiene que curarse en salud cara a dos riesgos que pueden aparecer en el horizonte dentro de no mucho.

Uno es el de qué política económica que articule el presidente del Gobierno para encarar la recuperación cuando la pandemia esté más o menos controlada tenga un sesgo que contradiga abiertamente los planteamientos de UP en este terreno. Cuando esa dinámica se consolide será el momento de preguntarse por el futuro del Gobierno de coalición. Porque sin COVID atenazando el país, unas elecciones anticipadas serán entonces más verosímiles que ahora.

El otro peligro es que los entendimientos entre el PSOE y el PP, hasta el momento puramente puntuales, adquieran más consistencia en un futuro y que Pedro Sánchez empiece disponer de la alternativa de un pacto con la derecha para poder gobernar sin Pablo Iglesias. En estos momentos esa perspectiva es irreal. Pero podría dejar de serlo en un año. Los estados mayores de todos los partidos, incluidos los nacionalistas, deberían tenerla presente desde ahora mismo. Aunque falta aún tiempo, un año como poco, para que pueda empezar a tener un mínimo de consistencia.

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