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Sánchez debe gobernar escuchando a quienes le hicieron presidente

Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, en el Congreso de los Diputados.

Ruth Toledano

Ya que Rafael Hernando y Albert Rivera tienen siempre en la boca a la extinta ETA para disparar palabras como infamias, me sirvo de tan dudosa inspiración: salimos de la era Rajoy como quien es liberado de un zulo (político, moral). Las secuelas del secuestro son graves y costará superarlas. Tras estos últimos días frenéticos y sorprendentes, Pedro Sánchez, el nuevo presidente del Gobierno, tiene la responsabilidad de tratar de curar esas secuelas. Así se lo ha encomendado una mayoría parlamentaria, es decir, la mayoría de la representación ciudadana en el Congreso de los Diputados.

Sánchez deberá gobernar ahora para esa mayoría ciudadana que no soportaba más el saqueo de la democracia perpetrado por el Gobierno del Partido Popular, que ha llegado ser sentenciado judicialmente como corrupto. El nuevo presidente no lo tiene fácil y es probable que estos días de cierta liberación sean la antesala de una también cierta decepción. Pero si la ciudadanía ha celebrado lo que sabe que puede defraudarle es porque ya venía profundamente defraudada de casa y tenía muy claro cuál era el objetivo prioritario: echar a la mafia del poder. Una vez logrado ese objetivo (lo que no deja de ser una inyección de confianza en los mecanismos democráticos y en la capacidad de incidencia de la estrategia política, por improvisada que haya sido), Sánchez tendrá que estar a la altura de la deuda adquirida y, como suelen repetir los mandatarios, gobernar para todos. Pero de verdad. ¿Qué posibilidades hay de eso?

El Gobierno entrante se enfrenta a un grave contexto político: la crisis del modelo territorial de lo que viene siendo España, el callejón que se quiso sin salida del conflicto con el independentismo en Cataluña, la libertad de expresión conculcada por la Ley Mordaza y los presos políticos e ideológicos (empezando por los catalanes: si el Gobierno anterior tuvo que ver con el encarcelamiento de los presos políticos catalanes, es legítimo que el Gobierno actual pueda y deba influir en su excarcelación). Ante este panorama, el nuevo Gobierno ha de responder además a la violencia machista y la brecha de género, al rescate de los dependientes, al imprescindible pacto de Estado para la educación, a la defensa de la Sanidad pública, a la protección efectiva y sin excepciones de los animales, a la transición energética y la lucha contundente contra el cambio climático, a la situación de los presos vascos, a la financiación y blindaje de las pensiones, a la temporalidad y precariedad laboral, a las dificultades de acceso a la vivienda, a la recuperación de la memoria histórica, al respeto a la creación y la cultura.

Para trabajar sobre este contexto social, lo más justo y generoso habría sido un gobierno de coalición con los grupos parlamentarios que han dado su apoyo al PSOE. Compartir además la gran responsabilidad de gobernar sobre estas ruinas morales, económicas y sociales podría haber representado las aspiraciones plurales de una necesaria segunda transición democrática. Y habría encarnado una suerte de belleza política (aceptando la licencia de unir ambas palabras: belleza y política) al superar las limitaciones de una alternancia bipartidista de fracasado recuerdo.

No ha sido así. Sánchez quiere que el PSOE gobierne, una vez más, en solitario. No solo lo tendrá más difícil con esa configuración, sino que, guiado por presupuestos electoralistas, no ha apreciado la oportunidad que le ofrecía la historia de cambiar el proceso desde el propio planteamiento. Para ello tendría que haber no solo depuesto sino entregado las armas que vienen enfrentando a los socialistas con quienes los han defendido en su moción de censura a Rajoy. Sí, al menos hemos salido de ese zulo. Pero ahora es tiempo de cooperar para construir una paz y una libertad que no pueden seguir secuestradas por los cálculos de partido, sino inspiradas en la regeneración democrática real y la cimentación de un futuro que entierre de una vez por todas el franquismo sociológico que nos sigue amordazando. Ojalá el nuevo Gobierno esté a la altura de este objetivo. Ojalá Pedro Sánchez sea consciente de que, así como solo no habría podido llegar a ser presidente del Gobierno, solo no podrá gobernar como merece una ciudadanía que sale de un zulo político.

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