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Si parece que Hitler está vivo es que las guerras son ilegítimas

Palestinos huyendo de Rafah, el pasado 10 de febrero. EFE/EPA/Mohammed Saber
15 de febrero de 2024 22:30 h

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Una guerra en Ucrania, otra en Gaza… Y Hitler con sus secuaces nazis paseándose por ambas, o al menos por sus narrativas bélicas. ¿No es extraño que el Tercer Reich parezca más vivo que nunca en 2024? De acuerdo, la II Guerra Mundial es la última gran guerra que vivió Europa, y 80 años después muchos llevan a cuestas los traumas. Pero debe de haber algo más en esta resurrección inopinada del nazismo.

Según la llamada Ley de Godwin, se sabe que alguien está perdiendo un debate cuando invoca a los nazis o al propio Hitler. En ese momento, hay que cerrar la discusión y dar por perdedor a quien los ha invocado. Es algo parecido a lo que sucede en España con el terrorismo: cuando no te gusta lo que hace tu oponente político –sobre todo si es de izquierdas– le acusas de etarra y listo. Ya no hay que argumentar nada más. Las falacias ahorran mucho esfuerzo mental. 

El inconveniente es que envuelven la realidad en niebla: la ley de Godwin está adquiriendo una dimensión geopolítica con las grotescas narrativas bélicas en las guerras de Ucrania y Gaza. Desvelan, en el fondo, la profunda ilegitimidad de ambas. Es curioso que Vladimir Putin y Benjamin Netanyahu –con motivaciones aparentemente distintas en sus iniciativas bélicas, pero animados ambos por una vis imperial– comenzaran sus respectivas guerras acusando de nazi al enemigo. No es que hayan recurrido a esa falacia al alargarse el enfrentamiento: la usaron desde el primer día, como forma barata y rápida de legitimación. 

En su discurso de la invasión de Ucrania, hace ya casi dos años, Putin aseguró que el objetivo de lo que él empezó llamando “operación” era proteger a la población ucrania del genocidio que estaba perpetrando su gobierno. “Para ello, añadió, trataremos de desmilitarizar y desnazificar Ucrania”. Genocidio, nazis y chimpún, ya cae uno del lado del bien. Por si acaso, el Kremlin siguió insistiendo y acusó también de nazi al presidente Volodimir Zelensky, judío él mismo y cuyos familiares fueron aniquilados en el Holocausto. No ha cambiado de estrategia, así que en los países del Este se temen lo peor. Hace tres días, al dictar orden de busca y captura contra la primera ministra estonia, Kaja Kallas, han esgrimido idénticas acusaciones contra ella. La ministra de Exteriores rusa lo ha explicado así: “Se debe responder por los crímenes contra la memoria de quienes liberaron al mundo del nazismo y el fascismo”. Lo dijo porque el gobierno estonio ha retirado monumentos de la época soviética en los últimos años. 

No sé qué opinaría de todo esto Leo Strauss, judío y alemán, que mucho antes de Godwin ya conceptualizó la falacia ad Hitlerum. Ridiculizaba el hecho de que para deslegitimar el acto o la idea de una persona, bastaba con decir que Hitler pensaba lo mismo. Netanyahu no ahorró en matices cuando explicó el pasado 23 de noviembre en relación a Hamás: “Son genocidas (…). Hitler invadió Europa y cometió esos horrores (…), el Holocausto. Estos asesinos harían lo mismo”. Netanyahu ha insistido estos meses en acusar de antisemita, como Hitler, a todo aquel que critica su guerra bárbara: ya está trazada la línea entre el bien y el mal. De antisemita han calificado a António Guterres, secretario general de la ONU, o al Gobierno español: cualquiera que exprese una  simple crítica a su masacre en Gaza, que cada vez son más. A este paso todo el mundo acabará siendo nazi.

Las narrativas de Netanyahu y Putin son idénticas en lo esencial: uno desde el victimismo, otro desde la épica combatiente. Lo importante es que no estuvieron en el bando de los nazis, según dicen (aunque también es falso: que les pregunten a Ribbentrop y a Molotov). La narrativa ad Hitlerum les otorga patente de corso. Es fascinante el nivel de absurdo al que conduce una falacia: podemos matar hoy a nuestro antojo porque luchamos contra el genocidio de ayer, lo padecimos. Entretanto, el antisemitismo realmente existente va en aumento en EEUU y Europa. Y lo que es peor: cuando un régimen se comporte realmente como el nazi, la falacia habrá desactivado cualquier efecto pedagógico de la analogía histórica. Es tópica pero cierta la frase del filósofo español George Santayana, según la cual los pueblos que no conocen su pasado están condenados a repetirlo. En tiempos de posverdad, estamos descubriendo que también gente que invoca su historia puede repetirla, y encima convertirse en lo que odiaron.

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