¿La suerte está echada?
La única certidumbre en la situación política española es que el PP va a ganar las elecciones andaluzas. No sólo porque lo dicen todas las encuestas, sino porque, según los cronistas locales, parece ser que se palpa en el ambiente de la región: Moreno Bonilla domina la campaña y la izquierda sigue desmovilizada. La mayoría de sus votantes que se quedaron en casa en 2018 volverán a hacerlo ahora. A partir de ese dato, todo lo demás es incierto. En principio, hasta la formación misma del futuro gobierno andaluz. Con o sin Vox. Hasta en eso prácticamente todo es propaganda. Pero si se va un poco más allá de las declaraciones sin fin, lo que aparece es un panorama en el que puede pasar de todo.
En vista de lo cual, no tiene mucho sentido hacer cábalas sobre los resultados de las próximas elecciones generales. Para empezar porque, digan lo que digan los portavoces del gobierno, no se sabe cuándo éstas van a tener lugar. Pedro Sánchez podría agotar la legislatura tras un trabajo ímprobo de apaños parlamentarios sin cuento, pero podría perfectamente fracasar en ese empeño. Cualquier accidente de recorrido -una votación importante perdida, un agravamiento de los problemas económicos, una crisis insuperable del gobierno de coalición- podría obligarle a disolver las Cortes prácticamente de un día para otro.
No parece que el resultado de las elecciones andaluzas, si se cumplen las encuestas, vaya a ser uno de esos accidentes y precipitar la situación política general. Sobre todo, porque se prevé desde hace ya tiempo y más o menos todos los actores políticos están preparados para el mismo. Y también porque el PP es el primer interesado en que las generales se celebren, como poco, dentro de un año. Núñez Feijoo todavía necesita mucha preparación y rodaje. Y mucha más propaganda.
Pero lo que pase el 19 de junio va a tener necesariamente otras consecuencias. Va a ser un empujón de moral y de imagen para la derecha y un serio traspiés, por decirlo suave, para la izquierda en esos mismos ámbitos. Es de suponer que los asesores de Sánchez ya han preparado los argumentos y los modos con que éste tratará de capear el temporal.
Pero el golpe va a ser duro. Y va a valer de poco lo de denunciar que Moreno Bonilla gobernará con la ultraderecha, que es lo más probable que ocurra por muchos escaños que obtenga si no alcanza la mayoría absoluta. Porque Vox ya está en el gobierno de Castilla-León y casi dentro del de Madrid y no pasa nada. La izquierda no se ha movilizado por eso, particularmente en Andalucía. Que es donde la alerta debería ser más acuciante.
Esa entrada de la ultraderecha en los círculos del poder, un hecho terrible que algún día los españoles pagarán y mucho, no está en la primera línea de las preocupaciones nacionales. Por no estar, ni aparece en las preguntas que los encuestadores hacen en los sondeos. Ese es otro indicio de lo anormal, por no decir aberrante, que es nuestra situación política.
Andalucía va a ser un duro revés para el gobierno, para la izquierda en cualquiera de sus expresiones. Pero ¿y la economía? Aquí, una vez más, la propaganda de una y otra parte abruma y confunde hasta extremos que no tienen precedentes, mucho más que en ocasiones críticas anteriores.
Ni los expertos más independientes y respetados se atreven a describir en términos tajantes el momento en el que estamos. En parte, porque no quieren que se le lance al cuello la jauría mediática de la derecha si se atreven a decir que la cosa no está del todo mal, a pesar de la gran inflación, que es lo más probable que esté ocurriendo. Pero, sobre todo, porque la situación es tan fluida que cualquier pronunciamiento puede quedar en ridículo en pocas semanas.
La guerra de Ucrania es la madre de todas las desdichas económicas. La cosa no iba mal en el mundo antes de que estallara. Ahora está provocando un desastre en todo el mundo, incluso en los Estados Unidos que, junto con la Rusia de Putin, es su principal impulsor.
Tal vez por eso, en algunos prestigiosos periódicos europeos, alemanes y franceses en particular, ha empezado a plantearse la duda de si el frente occidental antirruso que encabeza Joe Biden va a aguantar mucho tiempo, y si los países que creen que ha llegado el momento de pensar en negociar con Moscú no van a dar un paso adelante rompiendo la unidad.
Esa es una posibilidad real. Porque el coste de la guerra empieza a ser demasiado alto. Se dice, y como tantas otras ideas propagandísticas se ha terminado por convertirse en verdad, que Putin se equivocó infravalorando la capacidad de resistencia de Ucrania. Algo de eso habrá. Pero también parece bastante indiscutible que Estados Unidos y Europa se han equivocado creyendo que Rusia no aguantaría el formidable paquete de sanciones que le ha caído encima. Y, lo que es peor, no valoraron suficientemente el terrible impacto que las contramedidas de Putin, en materia energética, y de la guerra, en lo que a materias primas alimentarias se refiere, iba a tener. Particularmente sobre Europa. África no figura en esos cálculos.
La situación se ha escapado tanto de las manos que no se puede descartar un cambio radical de escenario a medio plazo. Es decir, que la guerra se acabe dentro de unos cuantos meses.
¿Cuánto afectaría eso a la situación española? Mucho, sin duda. Un restablecimiento de los flujos de energía y de materias primas reduciría sensiblemente la inflación. Y ese sería el mayor alivio que podría esperar el gobierno de coalición. La situación sería nueva y el “desastre” que pregona la derecha dejaría de ser una posibilidad real, como ahora, desgraciadamente, sí que es.
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