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Por qué algunos no se suicidan

Cristina Fallarás

Para un periodista, y para un periódico, no hay nada mejor que encontrar “una historia”. Olisqueas a tu alrededor, estás pendiente de las cosas que ocurren, y de repente dices “ahí hay una historia”. Entonces, vas allí donde sucede, la sientes –en la medida de lo posible, claro—, te dejas penetrar, la pones del derecho y del revés, y la narras. Me he acordado mucho de eso al leer, y sobre todo al no leer, la noticia de un hombre que se ha suicidado esta semana en Ardales, Málaga. Su vivienda estaba en proceso de desahucio.

Los suicidios son tema peludo. Por tabú. Y porque se suicida mucha gente, así de simple. Se calcula que en España, entre nueve y diez personas se quitan de en medio cada día. Ponernos a jugar con esos datos, periodísticamente, es dificilísimo. Sin embargo…

El lunes 17 apareció la noticia del suicidio del hombre de Ardales en algunos digitales, y la mayoría de ellos aludía a “problemas económicos”. Claro. Un hombre que lleva dos años en paro, cuya mujer está también en paro, y que van a perder su casa, tiene problemas económicos. De eso no hay duda. Como tampoco hay duda de que ha habido, hay y habrá suicidios por razones económicas este año y también cuando creíamos ser riquísimos del copón dorado. La cuestión es otra: ¿por qué ahora nos interesan esos suicidios? Porque el porcentaje de la población que vive en el agobio es enorme, porque hay más de dos millones de familias en cuya casa no entra ni un salario, porque el paro ronda el 25%. Ahí hay una historia.

Ese mismo lunes hablé con algunos periodistas en cuyos diarios no se daba noticia del suicidio del hombre de Ardales. La razón central para no difundir la noticia era que consideraban poco clara la relación entre el desahucio y el suicidio. Eso quiere decir, más o menos, que la orden de desahucio no subía la escalera mientras él se tiraba por la ventana. Y es cierto. De hecho, por las informaciones que se publicaron, se entiende que ni siquiera había recibido la orden de desahucio (motivo en el que se basan otros para eludir la publicación). Ah, pero el banco afirma que estaba negociando con él “amistosamente” y “el matrimonio y sus dos hijos firmaron una carta para la dación en pago”. Y ahí entra una pregunta que no se está respondiendo, a mi modo de ver, correctamente: ¿Qué es un desahucio?

Según la RAE, desahuciar significa “despedir al inquilino o arrendatario mediante una acción legal”. Bien. ¿Y eso cuánto dura, cuándo sucede? Puedes considerar que sucede en el momento exacto en el que llega la carta informando. O acordar que sucede cuando entran los policías y arrastran al ciudadano fuera de la que ya no es su casa (y que en puridad no lo fue nunca). Personalmente, después de vivir un proceso de desahucio, no estoy de acuerdo con ninguna de las dos posibilidades anteriores. Un desahucio es algo que arranca, si ustedes quieren, en el momento en el que la persona deja de pagar el piso en el que vive, sabe que no podrá pagarlo más, y por lo tanto es consciente de que acabará en la calle. Claro que esta no es una idea digamos que jurídica, pero sí humana. De hecho, si me apuran, un desahucio arranca muchísimo antes, cuando uno pierde su trabajo en mitad de una crisis de proporciones mayas, como la actual, y sabe que no volverá a poder ganarse la vida, y empieza a gastar los restos de los subsidios o ahorros que le quedan. Cuando eso sucede, uno empieza a caer, golpe tras golpe, hacia un pozo que acaba en la calle. Ahí hay una historia.

Y también ahí empieza el dilema del periodista: qué opción elegir para informar, la policial, la jurídica, la humana… Dificilísimo. Porque en el momento en el que informas de un suicidio ligado a una situación de desahucio, como el de Amaia Egaña, la ex concejal socialista de Eibar, debes tomar partido y saber qué es para ti “ligado a un desahucio”. ¿Que la orden suba por la escalera cuando cae el suicida? ¿Acaso dejan una nota los que sí hemos considerado suicidas derivados de los desahucios? Ahí hay una historia.

La no información sobre el suicidio del hombre de Ardales es una opción. La información que no ligaba expresamente su suicidio al desahucio es una opción. Cerrar los ojos a lo que está sucediendo es una opción. Adoptar el lenguaje y los parámetros de los gobernantes o los poderes financieros es una opción. Por eso hay diarios de todos los pelajes. O casi.

A quienes respondan que si la objetividad, que si son necesarios datos exactos, que hay que agarrarse a los hechos comprobables, les recomiendo que revisen el recorrido histórico de la información sobre la violencia machista contra las mujeres. Ahí hay una historia.

Como en el caso del hombre de Ardales. Una historia. Pero para narrarla, hay que ir donde sucede, sentirla –en la medida de lo posible—, dejarte penetrar y ponerla del derecho y del revés. Ese y no la objetividad/subjetividad es el gran problema del periodismo actual.

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