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La temible dictadura woke ataca de nuevo. Ah no, espera

Banderas arcoiris del Orgullo LGTBI en Madrid. EFE/Luca Piergiovanni

Lucía Taboada

25 de mayo de 2024 22:03 h

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El concejal de Vox en Borriana y diputado en las Corts Valencianes, Jesús Albiol, reconocía hace unos días que ha vetado la compra en la biblioteca pública de las películas Barbie, de Greta Gerwig, y 20.000 especies de abejas, de Estibaliz Urresola. Bueno, en realidad, este señor dice haber vetado 20.000 especies de abejas submarinas, que así es cómo llamó a la cinta premiada en rueda de prensa, no se sabe si en un ejercicio de gracia invertida. “No perderé el tiempo en verla”, añadió con orgullo (hay que jactarse de la incultura siendo concejal de cultura), a la vez que instaba a los ciudadanos a ponérsela en Netflix si es que quisieran verla. 

Es el político mismo impulsor de la propuesta parlamentaria para separar los libros LGTBi de las secciones infantiles en las bibliotecas. El mismo que en su descripción personal dice ser un impulsor de la “libertad individual”. Si hay una batalla ganada por la derecha y la ultraderecha los últimos años esta es la de apropiarse del término “libertad” manoseándolo con éxito hasta el desgaste. La gran victoria de la derecha y la ultraderecha los últimos años es unirse en torno a una amenaza inventada, para así anular las censuras propias: la amenaza de la llamada dictadura woke. 

Supongo que estarás bien familiarizado con el término en cuestión, pero por si acaso aquí va un pequeño resumen. El significado literal de la palabra “woke”, el pasado de “wake”, es despertar en inglés. El uso de woke surgió dentro de la comunidad negra de Estados Unidos como forma de alinearse en contra de las injusticias raciales. Años después, su significado se amplió a cualquier injusticia. Según el diccionario Oxford significa “Ser consciente de temas sociales y políticos, en especial el racismo”. ¿Cómo puede verse esto como algo negativo? Pues parte de la derecha y ultraderecha utilizan el término como un insulto para hablar de las personas que se molestan demasiado por esos asuntos, aplicando incluso la llamada “cultura de la cancelación”. 

Vamos, lo woke es la nueva izquierda loca, enloquecida y moralista. Y criticar lo woke se ha convertido en una forma de reclamar el estatus de víctima por encima de las propias víctimas. Yo soy el ofendido por tu exagerada causa. Yo soy el cancelado por tu exagerada causa. Lo ‘woke’ ya es un cajón de sastre en el que ya entra absolutamente todo: educación, feminismo, racismo, ecologismo, identidad, lo queer, o contenidos culturales que consideran inapropiados, como podrían ser Barbie o 20.000 especies de abejas. Invocar a lo woke es la forma fácil de oponerse a cualquier cosa que no les gusta, como por ejemplo la educación sexual.

Y lo cierto es que el lenguaje ha sido subvertido con éxito. Lo woke es ya sinónimo casi de lo dictatorial; lo de ellos, lo de censurar películas con contenidos LGTBI o feministas, es parte y bandera de la llamada libertad. No es una táctica nueva, pero sí es una táctica eficaz. Lo frustrante es que los políticos progresistas todavía no parecen haber entendido que la única manera de hacer frente a la acusación es apropiándose de ella. Apropiarse también del término libertad, sabiendo que a la clase trabajadora no te la ganas solo con un rebuscado lenguaje académico basado en la identidad o en la justicia social. El lenguaje no se puede alejar de las preocupaciones de la gente. 

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