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Tiempos de posverdad emocional

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Hablamos mucho de las fake news y de la posverdad, es verdad que existe una estructura tecnológica y mediática que favorece su difusión y permite su impunidad, pero se nos olvida desarrollar el mecanismo de apelación a las emociones y a tus creencia por el que se desarrolla la posverdad. Es decir, analizar el sustrato psicológico y emocional que hay detrás de miles de personas siguiendo idearios claramente falsos, científicamente insostenibles y absurdos en su planteamiento. Desde terraplanistas a antivacunas, a los que ven el bolivarianismo en nuestro gobierno, se creen amenazados por feminazis o invadidos por menas (menores no acompañados). Pero también están los que, desde el otro lado, nos dicen que la verdadera revolución es combinar su barba con tacones y lápiz de labios o consideran que su adorable gato merece más recursos sanitarios de cuidados intensivos en el hospital que su antipático vecino. Luego están los que están convencidos de que viven en una república catalana, y quienes creen que lo mejor de este gobierno es que va a legislar para que “podamos ser lo que queremos ser”. 

En su libro Morderse la lengua, Darío Villanueva dedica un capítulo a la posverdad, y unas valiosas páginas al elemento emocional que hay detrás de nuestra posverdad y que nos hace perder toda racionalidad. Recuerda cómo Ronald Reagan, al descubrirse el escándalo Irán-Contra, por el que se vendieron armas a Irán y con el narcotráfico se financiaba la contra nicaragüense, afirmó sobre las mentiras con las que se ocultó todo ello: “Mi corazón y mis mejores intenciones siguen diciéndome que es verdad, pero los hechos y las evidencias me dicen que no lo es”. Desde ese planteamiento, no puede ninguna frialdad racional estar por encima de algo tan tierno y entrañable como el corazón, las intenciones o los sentimientos. Por eso para algunos no hay racionalidad ni ciencia ni ley ni sentencia judicial por encima de la independencia de su tierra, su sexo sentido, su amenaza comunista o su amenaza fascista. Ya Bertrand Rusell acuñó el término emocracia, para referirse en 1933 a la emocionalidad que dominó en la Alemania nazi. 

El tema es tan grave que si dejamos que todo este discurso relativista, que considera todo como un constructo social replanteable, dejará de existir la verdad. Es evidente que el hecho de que un grupo social, partido o gobierno que se crea en posesión de la verdad absoluta es peligroso, pero no es menos peligrosa una sociedad donde deja de existir la verdad científica, la verdad biológica y la verdad histórica. 

La “posverdad científica” lleva a negar que exista el coronavirus, la “posverdad histórica” lleva a negar el holocausto y la “posverdad biológica” lleva a situaciones ridículas como ese acusado de asesinato que, en su juicio, decía que se sentía gato y sus declaraciones se limitaban a maullidos. Podría ser una anécdota de cualquier momento histórico, pero solo en los nuestros de relativismo y posverdad podría llegar a ser utilizado como argumento por su abogado para intentar convencer al jurado de que es “inimputable”. 

Por último, es evidente que puede haber intereses desde un poder político para fomentar la emotividad y el sentimiento. Sin duda, porque es la forma más barata de un gobierno para sembrar apoyos sin necesidad de destinar recursos. Dedicarse a apoyar el orgullo, la visibilidad, la autoestima, el sentimiento y la emoción de ser mujer, trans, homosexual o enfermo psiquiátrico es más barato que destinar recursos para atender las necesidades específicas de esos colectivos. Sale más barato y da más juego político una campaña llamada “orgullo loco” para los enfermos mentales o llamar a la cojera “diversidad funcional” (igual que al campeón de cien metros lisos) que aumentarle la pensión o la asistencia a esos colectivos.  

Parafraseando al Che, desgraciados los tiempos en que hay que explicar lo científico, lo biológico y lo racional, porque vende más la posverdad emocional.

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