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En tierra muy extraña

Candidatos políticos durante el debate fallido celebrado en la Cadena SER
25 de abril de 2021 21:04 h

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La campaña de Madrid ha entrado en un territorio tan desconocido como hostil. No sé ustedes, pero servidor se siente como la protagonista de la famosa copla tratando de organizar una cena de Nochebuena con vino español en el Nueva York de la Ley Seca: abrumado por la extrañeza y morriñoso de los viejos territorios conocidos y familiares.

Si quieren saber qué es eso de la política basada en los sentimientos, aquí viene un caso de manual. Como el corazón, la política madrileña ya tiene razones que la razón no entiende. Unos y otros parecen además encantados con la idea de comprar boletos en la lotería político/sentimental. Aunque lo cierto es que no parece tan claro que el riesgo compense.

Hasta el viernes, las cosas no iban del todo mal para la izquierda y no del todo bien para la derecha y, sobre todo, tenían su lógica. Las encuestas nos decían que la concentración de voto en torno a Díaz Ayuso había ralentizado su ritmo y Vox conservaba un espacio que lo convertía en socio necesario. Daba muestras de agotamiento la estrategia ayusista de convertir la campaña en un simplón contraste de moralina, donde no había nada que discutir sobre la pandemia, su gestión o sus políticas, porque solo se trataba de estar con ella o contra ella.

El debate en Telemadrid había permitido un análisis forense demoledor del gobierno de Ayuso, además de visualizar una alternativa. Los sondeos también anticipaban que la izquierda empezaba a sumar. Quedaba por delante una semana que podía resultar muy larga para una candidata popular a la defensiva, rehuyendo el debate con unos rivales a quienes decía ignorar pero no había sabido confrontar.

Hoy todo ha cambiado aunque, en el fondo, puede que todo siga igual. Seguimos en una campaña reducida a una elección moral, aunque ahora entre dos dicotomías: o comunismo o libertad, o fascismo o democracia. El problema de la última semana de campaña resuelto para Díaz Ayuso: nada de debatir o confrontar, o conmigo o contra mí; exactamente aquello que anhelaba.

La izquierda parece segura de que ahora también le beneficia armar la campaña sobre otra dicotomía moral. Se les ve convencidos de que movilizará más a los suyos y puede que así sea. Lo que sí parece seguro es que no va a desmovilizar a un solo votante de derechas. Puede que incluso, como intuimos algunos, acabe siendo el último empujón que necesitaban muchos indecisos con Vox para apuntarse de nuevo al PP y al voto útil. Lo veremos el 4M.

La decisión de Pablo Iglesias de abandonar el debate del viernes, donde la SER y Àngels Barceló hicieron su trabajo con temple y firmeza, y negarse a acudir a más citas donde comparezca la derecha extrema me parece legítima, respetable y encomiable. Más aún cuando pretende denunciar el discurso del odio al diferente y el estilo paranoide que Vox han convertido en mensaje político, blanqueado en 'prime time' como patriotismo e indignación civil. Hace lo que cree mejor y más acorde a sus principios. En mi caso, hace tiempo que decidí que nadie iba a hacerme abandonar jamás una sala o levantarme de una mesa, excepto mi madre. Procuro mantenerme fiel a ese sencillo principio. No tiene mucha épica, lo sé. Pero así defiendo yo la democracia.

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