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La tiranía de las minorías

Pancarta 'Nuestros derechos no se negocian', en una manifestación en Madrid por la ley trans.

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Para no querer estar en manos de minorías, ni supeditado a sus intereses, el dirigente del PP, Núñez Feijóo, ha firmado más de 140 pactos de gobierno con una fuerza política que representa escasamente al 10% de la ciudadanía si calculamos el porcentaje de votos de Vox no respecto al voto obtenido sino en base al conjunto del censo electoral, también el que no fue a votar. Sin embargo, en los últimos meses, el líder del PP ha hecho suyo un mantra de la extrema derecha española e internacional que comparte su máxima competidora a nivel interno (Díaz Ayuso): el peligro de que las minorías traten de imponerse a las mayorías. Sería interesante escuchar la voz de una psicoanalista a este respecto.

Ya advirtió en junio, el presidente popular, que iba a derogar aquellas leyes que solo beneficiaban a las minorías políticas, y hacía referencia con ello, especialmente a la Ley Trans y a la de Memoria Democrática porque son, a su juicio, leyes minoritarias. Terrible mensaje y craso error el de un aspirante a gobernar un estado que ha suscrito multitud de instrumentos internacionales que, precisamente, lo que piden a los gobiernos es que se comprometan con leyes y normas que garanticen y protejan los derechos de personas y colectivos denominados vulnerables, es decir, aquellos cuyos derechos vienen siendo vulnerados sistemáticamente. Pero, además, minorías también son las personas con discapacidad, o las pacientes oncológicas, o las personas que tienen una enfermedad rara e, incluso, los feligreses practicantes de la religión católica. Minorías son tantas y tantas personas que a su vez encarnan realidades y problemáticas que requieren el papel activo de las políticas públicas. Su protección, reconocimiento, demandas, etc. están salvaguardadas por leyes, tratados, instrumentos y, si me apuran, hasta por una ética de la humanidad.

Sin embargo, esta idea de la “dictadura de las minorías” para lograr votos, captar la atención y justificar posiciones y decisiones contrarias a los derechos humanos -la “tiranía” de la que habla la presidenta de la Comunidad de Madrid- no es nueva ni original, no es producto 100% español. Es parte del argumentario globalista en el que se teje el discurso de la extrema derecha y los movimientos reaccionarios de diferentes religiones ultraconservadoras para descalificar y desactivar la fuerza transformadora y democrática que hay tras las demandas de los movimientos sociales -feministas, antirracistas, LGBTiQ+, antigitanistas, medioambientales… Demandas que si algo ponen en jaque no es la igualdad y la convivencia, sino las estructuras que hacen que en las sociedades haya cada vez más desigualdad y violencia. Pero, además, esa retórica que quiere desestabilizar las democracias, esconde una realidad insultante y es que la verdadera minoría son ellos. Si algo tienen de mayoritario es acaparar la mayor parte de la riqueza y del poder. Recordemos que el 1% de la población española acumula el 23,1% de la riqueza total de nuestro país, según un informe de Oxfam; o que el 20% más rico de España multiplica ya por 6 la renta del más pobre. 

Es perverso, muy perverso dividir la legitimidad de los cambios, los avances o las iniciativas en políticas públicas o legislativas en función sólo de si vienen de la mano de una mayoría o de una minoría. La legitimidad no está, al menos no desde la lógica de los derechos humanos ni del pensamiento democrático, en los porcentajes sino en los significados. Si ese cambio social puede representar, para el conjunto de la sociedad, el acercamiento a un modelo de sociedad respetuoso con la dignidad de las personas y que entiende la igualdad como equidad y no como “todos iguales a mí”, entonces ese cambio social debe plasmarse en leyes. 

Quienes quieren criminalizar y estigmatizar a las minorías que defienden derechos humanos están en lado de la Historia contrario al que se pusieron quienes hicieron frente al nazismo. Están más cerca de los imaginarios fascistas que de los que redactaron la Declaración de Derechos Humanos tras la Segunda Guerra Mundial, una declaración que trataba de recoger las lecciones aprendidas tras el nazismo y su persecución a “las minorías”. Un último apunte, los derechos humanos no son ninguna ideología. Los derechos humanos, son los argumentos y las políticas que hacen frente a las ideologías no democráticas totalitarias. No deberían estar en cuestión los derechos, sino aquellos que los utilizan para tratar de mantener privilegios que solo causan y han venido causando conflictos, guerras y sufrimientos. El problema no son los derechos humanos, son los tiranos que los desprecian, que nos desprecian. 

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