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La ultraderecha que llegó para dar una estocada a la democracia

Rocío Monasterio y Santiago Abascal, en una corrida.

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Lo que está ocurriendo en Castilla y León no es ninguna sorpresa ni tampoco una casualidad, sigue el protocolo habitual. Dar poder a la ultraderecha, a cualquiera de las marcas blancas del fascismo, conduce a lo que estamos viendo. Un individuo inculto, arrogante, machista, ultraconservador, llega a vicepresidente de un gobierno. Tiene pillado por el voto al PP de Mañueco, aquel que adelantó elecciones para quitar el foco de sus procesos por corrupción y para ver si se libraba de Ciudadanos. La jugada le salió como vemos: ahora depende de García-Gallardo.

Han desatado la guerra. Contra las mujeres, contra los derechos, contra el Gobierno de España. Los envites se suceden. El Ejecutivo había advertido por escrito a Castilla y León: acudirá a la Justicia si aplican el plan de Vox contra el aborto. La Junta responde y desafía con arrogancia: absténganse de dirigir requerimiento o emprenderán “acciones jurídicas”. El Gobierno tramita declarar incompetente a la Junta de Castilla y León. Vox apunta a Mañueco y amenaza con romper el acuerdo de gobierno. Este dice que no hemos visto y oído lo que hemos visto y oído de su vicepresidente y ataca a Sánchez.  

Ciertos aires de paripé pero clara la misión: desestabilizar más, dentro de la labor muy avanzada por el PP. Es el manual previsto. El que ya ejerce Ayuso desde Madrid en cualquier tema como eslabón indiscutible entre el Partido Popular y la extrema derecha oficial de Vox. Y son ensayos generales. Sus tácticas van a extenderse, según las líneas del proyecto marcado, al resto de las comunidades bajo mando del PP y a la Moncloa si llegan.

A estas alturas de la historia, vuelven con las disquisiciones sobre el aborto y sobre cualquier ley que otorgue derechos a la mujer. Es su seña de identidad, una de ellas. Otra vez a desgranar argumentos científicos, éticos y de libertades para seres que jamás los entenderán porque ni siquiera tienen la menor intención de hacerlo. Y ahí andan como pollos sin cabeza pateando con tergiversaciones e insultos cuanto de razonable encuentran en su camino. Es un clásico. Gentuza con empatía mínima por los problemas reales de las personas, que dan apoyo a actitudes políticas demostradamente destructoras, hablando de asesinatos, excarcelaciones, con unas empanadas mentales de asustar. De ellos se nutre la ultraderecha, así es la ultraderecha.

Allí donde opera. Es tendencia internacional. Trump dejó en herencia en Estados Unidos, además del histórico asalto a la sede de la democracia, una serie de magistrados decididos a restar derechos; por supuesto, también los del aborto. Lo mismo que los “parientes” de Hungría o Polonia. Disponen de mucho dinero para sus fines.

El PP atisba con un ojo cómo cae el asunto entre sus posibles votantes. Feijóo habla de gaseosas y Ayuso esprinta. La presidenta de una comunidad que dejó morir a más de siete mil ancianos sin asistencia médica en la pandemia, la que está destrozando la Sanidad Pública, la que resta en ella pediatras precisamente, ahora se suma a la campaña de García-Gallardo para apoyar a las madres embarazadas. Un poco más de cinismo y se derrite. Pero a ella, gracias al corifeo de la muy regalada prensa que la jalea, se le perdona todo. De momento.

La sanidad. Es un punto clave. El problema de haber convertido a la salud en un negocio neoliberal se extiende por Europa. EEUU es lo que ha conocido desde siempre, lo que hace caer cada año en bancarrota a más de 500.000 familias por no poder hacer frente a sus gastos médicos. El Reino Unido ya ha culminado la labor emprendida por Thatcher y seguida con entusiasmo por Cameron y sus sucesores: han destrozado el Sistema Público de Salud, NHS. Todos los días viene en la prensa británica. El Colegio de médicos de urgencias asegura que cada semana mueren entre 300 y 500 persona por fallos en su atención sanitaria. España avanza a ese mismo fin.

El deterioro de Atención Primaria pone en jaque a todo el sistema sanitario. Se desmorona por la base. Derivados los enfermos a urgencias, estas se saturan al registrar un 40% más de atenciones. Estamos en peligro pese al esfuerzo de los profesionales, que no son atendidos en sus reivindicaciones aunque protesten.

Y el presidente del sector sanitario privado dice que aún es poco: que había que cerrar en Madrid las urgencias, según ABC, y no pagar más dinero a los médicos “por hacer lo mismo”.

Las marcas blancas del fascismo se aprovechan del malestar social y están erosionando gravemente la democracia. Es un hecho que salta en evidencias palpables y que se explica en gráficos contundentes, como en este artículo de Andrea Rizzi en El País. Pero no es solo la salud democrática la que enferma dramáticamente, la de las personas está muy afectada por las políticas depredadoras del Estado del Bienestar, por la prioridad de dar lucro a los beneficiados del neoliberalismo, por la complicidad de los abducidos.

Hay síntomas graves que se surten como píldoras de actualidad y que no llegan a los grandes titulares. Esos que prefieren destacar canciones de rupturas o cualquier memez del día. Muchas personas se sienten mal y acuden a medicamentos, alcohol y drogas duras simplemente para tenerse en pie y poder trabajar. Y sabemos que es así. Y al tiempo, crece el consumo de fentanilo en España, un opioide que causa miles de muertes en EEUU.

Es una realidad sorda que convive con la cruzada ultraconservadora. El malestar es cierto y las carencias en la atención sanitaria, también. Dos picos de un mal que seguramente guardan relación. Ya se ha olvidado, claro, pero España ha liderado en 2022 el exceso de muertes en Europa. Triplicó la media europea. Todos los medios lo recogieron, hasta la COPE, que igual no se dio cuenta de lo que publicaba. La ola de calor, dicen, restos del Covid, dicen, la desatención sanitaria, seguro, avalada por otros datos de tratamientos que se han dejado sin cubrir. Madrid, la comunidad que menos invierte en Atención Primaria por habitante de todo el país, registró en 2022 los datos de muertes no previstas más altos de España, según el modelo (MoMo) de Sanidad, más del doble que regiones más pobladas como Andalucía y Cataluña. Y desde luego en Andalucía hace más calor que en Madrid.  Pasó de la actualidad, pero no de la realidad.   

Un conjunto que tiene varios culpables aunque sea en distinto grado, que produce indefensión y frente al que se espera que los poderes públicos actúen para salvaguardarnos.

La tragedia es que millones de personas compran su derecho a odiar e insultar al Gobierno progresista, a “los rojos” y catalanes de toda ideología, a las mujeres, a los ancianos y enfermos, a la involución democrática, a cambio hasta de la salud de todos. Pueden estrujar los datos cuanto quieran, que no dejarán de ser los que son. Y cualquier persona adulta ha de saberlo, incluso tiene la obligación de saberlo por el resto de la ciudadanía.

Pruebas patentes de una realidad insólita que refleja también la mala salud racional y democrática de amplios sectores de la sociedad. Ustedes me dirán si ni aun así ha llegado la hora de actuar con contundencia para solucionarlo, desde acciones públicas a individuales de pura conciencia social. Apagar los focos de infección mediática, priorizar el bien común en política, desenmascarar a los culpables tan despiadados con sus víctimas. La verdad es que se muestran bien a las claras, sin el menor complejo. Y desde luego los tienen, adornados de elogios en las portadas y pantallas de la propaganda apenas disfrazada de información.

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