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A Vargas Llosa

Ana García D'Atri

garciadana@madrid.es / Editora y concejal socialista en el Ayuntamiento de Madrid —

El próximo lunes celebraremos la inauguración de la biblioteca municipal que llevará el nombre de Vargas Llosa, un honor para todos los madrileños y para los vecinos de Malasaña. Llevamos en el recuerdo la rebelión de sus cachorros; en la piel, la sensualidad de algunas de sus páginas y en la acción, el antiejemplo de sus tiranos.

Vargas Llosa nos ha formado, nos sigue formando, con su uso exacto del lenguaje, con la belleza de sus palabras, con el atrevimiento de muchas de sus propuestas literarias. Hace años que Vargas Llosa vive en las casas de todos cuantos compartimos la lengua española. Años, generaciones. Y todo homenaje se queda corto para quien tiene el mayor de los homenajes en la Literatura: el Premio Nobel.

Estoy segura de que Mario y Patricia, que conocen bien Madrid, muy bien Madrid, agradecen que una biblioteca lleve este nombre. ¿Cómo no? Mario y Patricia, además de ilustres vecinos de Londres y París, son vecinos del Madrid más castizo, del Madrid de la calle Arenal. Y Mario es un habitual de la Biblioteca Nacional y de los paseos por esta ciudad cambiante.

Es preciso darle las gracias por aceptar este honor modesto, pequeño, ciudadano, que Madrid quiere rendirle y para hacerle saber algunas cosas de las bibliotecas. La suya es una biblioteca que está en un lugar excepcional de la ciudad: Barceló, frente a la célebre Pachá y junto al Museo Municipal, cerrado hace años para unas obras que ya toca acabar; y a un mercado renovado.

Su biblioteca –de nueva construcción– es opaca, se le ha restado la luz natural. Y el espacio es pequeño porque se ha primado una bonita escalera en la que ya imagino a los lectores entregados a la lectura. Cosas de la arquitectura. Pero es su catedral, una catedral literaria pequeña y opaca en el Madrid de la movida.

Sería muy útil si alguien como Vargas Llosa –en ocasión tan especial– pudiera fijar su mirada en las bibliotecas públicas de Madrid y saber que Madrid está a la cola en el ratio de bibliotecas de España, que tiene pocos libros y que no ha asumido la renovación digital. Una palabra suya quizá sea mucho más eficaz que cientos de reclamaciones de los vecinos sobre la necesaria climatización de las bibliotecas, la falta de personal, la demanda de apertura los fines de semana, la petición de fondos y talleres. Me disculpo por tener la osadía de sugerir a Vargas Llosa su implicación en la cultura de todos, aunque sé que estará de nuestra parte.

Mario: gracias siempre por escribir y por tener la sensibilidad de escuchar, ya sea en un café de París –Les deux Magots, 2003– a una editora que soñaba con editarle, o en Madrid, a quienes desean descubrir más libros y entrar en otras catedrales de la literatura en sus barrios.

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