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Mi vida privada con el rey

El rey Juan Carlos encargó crear una estructura para recibir dinero en Suiza
12 de julio de 2020 22:45 h

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Nací el 30 de enero de 1975. Justo siete años después que Felipe VI. Como tanta otra gente, mi cumpleaños coincide con el suyo. En un This is Us distópico e hispánico, Felipe y yo compartiríamos episodio. Era una hecho gracioso que les encantaba a mis abuelas. “Mira, tú como el principito”. Año tras año, todos los telediarios de mi cumpleaños iban acompañados por algún publirreportaje en la televisión pública o privada de los progresos vitales de Felipe de Borbón y Grecia. Felipe cumplía la mayoría de edad, Felipe celebraba su cumpleaños estudiando en Canadá, Felipe brinda con sus compañeros de la Armada, Felipe hacía una escapada a esquiar para celebrar sus 20, Felipe cumplía 25 vestido de teniente coronel, 30 jugando al squash, 36 como hombre casado, 37 siendo padre por primera vez…, hasta que el destino no faltó a su cita y llegó el día: celebró sus 47 como rey. Entre su vida y la mía existe una complicidad cósmica que da la aleatoria coincidencia de compartir cumpleaños. Yo, y junto a mí toda una generación, hemos sido testigos de la construcción corporativa de una figura que ha contado con los mejores community managers de la historia. Un pastel de cumpleaños demasiado prefabricado. Por eso, quien nos quiera convencer de que su persona, su preparación, su ambiente, sus condiciones materiales, y, por ende, la esencia de la institución que representa hoy no tiene nada que ver con su predecesor, lo tiene muy difícil. Recuerdo cómo a partir de una edad, fantaseaba con cómo sería un día en que todos los súbditos nacidos el 30 de enero dejáramos de ser eso, súbditos, y celebráramos un cumple diferente: sin efemérides, normal, sin Monarquía, una suerte de cumple de mayoría de edad social. Aquí sigo, fantaseando. 

El día de la abdicación del rey Juan Carlos, en junio de 2014, salimos a la Puerta del Sol, todavía con los rescoldos del 15M crepitantes, a pedir un referéndum. Creíamos que sin el juancarlismo, algunos de nuestros padres así nos lo habían hecho creer, la Monarquía dejaría de tener sentido. Ilusas. Más que ilusas. El atado y bien atado se hereda, chicas, ¿no lo sabíais? Los mismos medios que nos habían dado de comer dosis de monarquía edulcorada en vena cada año como pastel de cumpleaños, habían callado otras muchas cosas al tiempo para poder apuntalar la matrix borbónica. Y no, con la abdicación no llegó el momento en que los súbditos tocamos el decorado, lo rasgamos y salimos al exterior. No. Si el 15M nos demostró algo es la fuerza inquebrantable del Estado, mutando una y otra vez hasta crear marcos narrativos donde todo siga cambiando a igual. Porque lo más sangrante de lo que está saliendo a la luz sobre los tejemanejes del rey emérito es que su hijo los podría reproducir a día de hoy con la misma impunidad. ¿Cómo se convive con eso? Pero con las mismas, nos quieren volver a hacer comulgar con ruedas de molino tratando descaradamente de deslindar la figura de Felipe VI y la Casa Real de su figura fundacional. Algo no cuadra, chicos. Algo no debería colar. Pero, ¿colará? ¿Este nuevo cuento colará?

En la primavera de 2005, una buena amiga tuvo su segunda hija. La llamó Leonor. Su padre es un estudioso de Machado y quiso hacerle ese pequeño homenaje castellano. En octubre de ese mismo año nació Leonor de Borbón y mi amiga se llevó las manos a la cabeza. Hasta se planteó ir al registro a cambiar el nombre. Temía una vida unida simbólicamente a la monarquía, como la mía con la tontería del cumpleaños. Lo único que se me ocurrió decirle entonces fue: “Tranquila, que con suerte, esa niña no reinará”. Ilusas, de nuevo ilusas. Mi generación, la de la Transición, hemos tenido que cumplir años y años celebrando la reproducción del pacto de silencio, comiendo año tras año cuento del traje del emperador en versión Marivent. Señalamos la desnudez, nadie nos escuchó. Ahora hay pruebas del invisible traje y si hay algo que salvar, es nuestra dignidad. Si hay algo que respetar, es nuestra capacidad de decidir, nuestra posibilidad de madurez. Dejadnos hacernos mayores. Dejad de servirnos tartas gigantes para merendar. Que nuestros hijos al menos no compartan más cumpleaños años con reyes inventados y desnudos. Sacadnos de esta ficción, por favor. 

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