Vivan los novios de Madrid
En 'El último golpe', de David Mamet, Gene Hackman dice: “El amor es lo que mueve el mundo. El amor al dinero”. Podría ser la descripción de esta primavera madrileña, y de los novios que te encuentras sin querer en cada esquina, desde el céntrico barrio de Salamanca hasta el lejano distrito de Barajas. Novios que se mueven por amor, dinero y poder, que todo viene a ser lo mismo para las buenas familias, y más si son de derechas o están emparentadas con los Borbón. Novios que se casan nerviosos haciendo chistes sobre su difícil físico en la misma iglesia de la que salió Carrero Blanco un 20 de diciembre para encontrarse con una bomba de ETA y novios ciudadanos particulares a los que no queda más remedio que pagar una coca cola y una defensa legal con recursos públicos. Todos se mezclan y conviven en un Madrid que se mueve, cada vez más, por amor a los “rulos” de billetes, por usar el lenguaje especializado de Isabel Díaz Ayuso, presidenta o presidente, como ella prefiera, de la Comunidad de Madrid.
El sábado 6 de abril se celebró la boda de José Luis Martínez-Almeida y Teresa Urquijo, alcalde y analista financiera, funcionario y aristócrata, en el templo que frecuentaba Carmen Franco, la hija del dictador. Aporto el dato como curiosidad y sin ninguna intención de usar el Francomodín, que es la expresión que usa Alfonso Serrano, secretario general del PP madrileño, para desacreditar a los que parece nos pasamos la vida restregando el franquismo en la cara del PP. Serrano acudió al enlace acompañando a su jefa, después de una semana muy ajetreada hinchándose a coca colas, colaborando en la defensa del particular que vive con Ayuso y haciendo sus pinitos en el difícil arte del stand up, la comedia en vivo. No es extraño si trabaja con Miguel Ángel Rodriguez, experto en lo que se denomina One Man Show, espectáculo en el que un solo hombre realiza imitaciones, cuenta chistes, canta, baila y hace juegos malabares. MAR apoya la querella de los abogados del novio de Ayuso, filtra informaciones falsas, concede entrevistas y tuitea a la vez, sin despeinarse, aunque no recuerde qué hace con los metadatos.
La boda del regidor y la aristócrata ha sido la versión cutre y deslucida de aquella boda mítica de la hija de Aznar. Algo parecido a cuando Aída Nízar o Carmen Lomana se adornan con bisutería falsa de Chanel. En la boda de Ana Aznar y Alejando Agag coincidieron Julio Iglesias, Isabel Preysler y Mario Vargas Llosa con sus respectivas parejas de entonces y eso ya la hace única e irrepetible. Que la trama Gürtel pagara parte de la factura y que muchos de los invitados acabaran imputados o divorciados solo añade leyenda a aquella fantasía faraónica. En la boda de Almeida ni la reina emérita, Doña Sofía, ha querido ya disimular y el rey Juan Carlos ha tenido que acudir a la iglesia acompañado de su hombre de confianza, el teniente coronel Vicente García-Mochales, más conocido como Mochi. La abuela materna de la novia, Teresa de Borbón-Dos Sicilias y Borbón-Parma, es prima del emérito, de ahí que todos los suplentes de la Familia Real española acudieran a la parroquia San Francisco de Borja a ver cómo se casaba el alcalde. Al rey Juan Carlos se le cayó el bastón, que recogió con diligencia Almeida, antes de que llegaran la infanta Cristina y su hijo mayor, Juan Valentín, y la infanta Elena y sus dos hijos, Victoria Federica y Froilán. Todo muy Borbón sin una gota de sangre fresca plebeya.
A la boda no faltaron Alberto Núñez Feijóo y sus barones más cercanos, Fernando López Miras, Alfonso Rueda y Jorge Azcón, todos eclipsados por Isabel Díaz Ayuso. Antes de entrar en la iglesia ella se acercó a saludar al pueblo, a su pueblo, algo que siempre hace, tal y como se encargó de recalcar Telemadrid, que realizó dos conexiones en directo con el enlace y llevó a Nieves Herrero a comentar la celebración. En el ambiente flotaba la sensación de que Pedro Sánchez había estropeado a Isabel Díaz Ayuso el día de la presentación oficial de su pareja, que tuvo que quedarse en casa, suponemos que haciendo chapuzas domésticas. La mayoría de los trajes de las invitadas se podrían describir con aquella frase de María Barranco en 'Mujeres al borde de un ataque de novios': “Es horroroso, horroroso”, confirmando que en España ni los ricos visten bien. Pero como muy bien contestaba Antonio Banderas: “Solo es un traje, ella es libre de ponerse el traje que quiera”. Que levante la mano el español o española que no se ha sentido un poco mamarracho en una boda.
Pasadas las 12, la novia apareció vestida con el traje que llevaron su abuela y su madre en sus bodas, que es la forma que tiene el old money de escenificar el poder de la herencia y decirnos que los demás somos unos muertos de hambre. Se casaron, nos regalaron un casto beso en la mejilla y se trasladaron a la finca El Canto de la Cruz, propiedad de los abuelos maternos de la novia, en la que crían caballos de pura raza árabe. Poco más hay que añadir ante tal cúmulo de tópicos aristocráticos. Ya se sabe que en Madrid unos son más iguales y más particulares que otros. Al alcalde, ya oficialmente emparentado con los Borbones, le gritaron entre bromas desde la grada: “Se le ve a usted muy crecido”. Almeida lo encajó muy bien pero es una máxima que se puede aplicar a todo el PP madrileño, inmerso en una escalada de despropósitos en defensa de un defraudador fiscal confeso. El gran ausente de la boda del año.
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