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El voto rabioso

Ana Rosa Quintana en el acto de entrega de las Medallas de Honor y de Madrid del Ayuntamiento con motivo de la festividad de San Isidro.

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Hace unos días me topé con el video de un tipo cabreadísimo. Tendría unos cincuenta años, algo menos. Corpulento, gorra, sudadera con lamparones de pintura o escayola. Está dentro de su coche. Muy exaltado, cuenta a la cámara de su móvil que le han subido la hipoteca “un 70%”. La culpa, grita, es de los bancos que solo saben robar. “Y siempre al mismo: al tonto, a los ciudadanos, a los autónomos, a los que trabajamos”. El Gobierno es cómplice. “Primero el coronavirus, luego la guerra, luego la luz…” Y, por si fuera poco, Pedro Sánchez regalando millones a Marruecos para que compre armas “que no tendremos nosotros en la vida”.

El video, de minuto y medio, termina con el tipo haciendo aspavientos dentro del coche, dando manotazos al aire y cagándose en todo. En el clímax del cabreo, el móvil se cae dramáticamente dejando la imagen en negro.

Desconozco si es un elemento de propaganda vérité financiado por Vox. Me da que no, aunque podría serlo. En su esencia y en su forma, el video recuerda a aquellos de los MAGA supporters que tanto circularon en su día. Un movimiento que empezó con blancos cabreados en sus rulots y acabó (por ahora) con una multitud tomando el Capitolio. Los seguidores de Trump. Los hijos de la desindustrialización y la rabia.

Yo mismo tengo en mi entorno a alguien así. Cincuenta años, arruinada y enfangada en un turbulento divorcio que, ya le han advertido, puede provocar que asuntos sociales le retire la tutela de su hija. Antes era una persona refunfuñona pero alegre. Se podía hablar con ella. Ya no. Desde que se desató su infierno personal, sus temas de conversación se limitan a la corrupción del poder, la perversidad del sistema y la degradación del país por culpa de los inmigrantes. Es como escuchar a Ana Rosa Quintana, pero sin el dinero ni el poder ni el cinismo.

En las próximas elecciones va a votar mucha gente como ella. Personas hundidas en una desgracia de origen económico cuyas consecuencias acaban devorándolo todo: la familia, las amistades, la salud física y mental. Votarán con miedo y con furia, buscando castigar a quienes consideran culpables de su situación. No son chiflados por más que a veces suelten chifladuras. Son personas trabajadoras que hacen lo que pueden y, aun así, no es suficiente. Gente dispuesta a que todo arda solo para no sentir que son los únicos que mueren en el incendio.

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