Esta Vuelta es el fin de la neutralidad deportiva
Todas las costuras han saltado en esta Vuelta, y no precisamente las del maillot rojo del campeón, Jonas Vingegaard. En declaraciones a la televisión danesa mostró comprensión: “La gente protesta por una razón. Lo que está pasando es terrible”. Él estuvo a la altura, como otros ciclistas de su generación: Derek Gee abandonó el equipo Israel-Premier Tech antes de comenzar la Vuelta. Son conscientes de que los altavoces mediáticos de que disponen les permiten denunciar un genocidio. Y lo hacen.
La organización de la Vuelta, en cambio, ha ido de error en error hasta el esprintar en la última etapa. Se empecinaron en sostener la participación del Israel-Premier Tech, a pesar de ser conscientes de que excluirlo facilitaba la seguridad de los demás corredores. Así lo sugirió el director técnico de la Vuelta, Kiko García, pero enseguida calló. Que Netanyahu animara a los ciclistas a no ceder ante las protestas (que él llama odio) fue la demostración evidente de que la neutralidad deportiva había quedado enterrada en Bilbao.
Cuando se supo que el dispositivo de seguridad de Madrid era equivalente al de una cumbre de la OTAN, con 1.400 agentes, además de los que ya lleva la Vuelta, estaba claro que iba a haber problemas. La Vuelta no supo o no quiso valorar la dimensión de las protestas. Demasiada obcecación y poca visión para liderar un evento deportivo de alcance internacional. La Vuelta es un evento excepcionalmente popular que la gente disfruta por miles cada año y hace suyo en las calles. Los organizadores deberían conocer a esa sociedad que los acoge por sus calles, sus plazas y sus pueblos. Según Elcano, el 80% de los españoles considera que lo que está sucediendo en Gaza es un genocidio. Era muy previsible que la manifestación de Madrid desbordara cualquier dispositivo policial. Esto no era un partido de tenis. Esto era la calle, y la calle estaba deseosa de protestar después de dos años viendo en las pantallas niños palestinos bajo los escombros, desnutridos, lisiados, muertos. La gente tenía ganas de hacer lo único que puede hacer: manifestarse de forma pacífica, como ha ocurrido mayoritariamente.
En descargo de la Vuelta, hay que decir que la Unión Ciclista Internacional (UCI) los dejó solos. Tras los incidentes en Bilbao, todo lo que se le ocurrió a la UCI fue invocar la “neutralidad deportiva”. Si la UCI hubiera obligado al Israel-Premier Tech a abandonar, es probable que la Vuelta hubiera podido continuar tranquilamente su recorrido por España.
Pero se empeñaron. ¿No se daban cuenta de que Israel estaba haciendo propaganda de sus atrocidades en la Vuelta? ¿O se daban cuenta, pero les parecía bien? Siempre tendremos la duda. La realidad es que la neutralidad deportiva deja de existir si se admite el sportswashing (blanqueo deportivo). Si un equipo utiliza deliberadamente la competición para blanquear un genocidio, esa competición deja de ser neutral. Si las empresas los aceptan están instigando las protestas.
Me atrevo a aventurar que las protestas en competiciones serán cada vez más frecuentes: en un mundo de crecientes tensiones geopolíticas, la neutralidad deportiva se vuelve imposible. De hecho, también ha saltado por los aires el doble rasero del Comité Olímpico Internacional, que en 2022 corrió a expulsar a los deportistas y equipos rusos y bielorrusos de todas las competiciones. ¿Por qué no ha hecho lo mismo con los atletas israelíes? Los comités olímpicos, también el español, se jactan a menudo de ser independientes de los gobiernos, por tanto, no deberían escudarse en las tibias respuestas de algunos Estados a la masacre.
El fin de la neutralidad deportiva viene dado porque los espectáculos deportivos globales constituyen el altavoz perfecto. Y no es de ahora: en los Juegos Olímpicos de México 1968, los atletas Tommie Smith y John Carlos reivindicaron en el podio el Poder Negro con su puño enguantado. Desde entonces hasta el #SeAcabó de las futbolistas españolas se han visto reivindicaciones en muchos estadios.
Si la Vuelta, la UCI y el COI, representaran o al menos fueran sensibles a la legítima desazón de la sociedad española se habría evitado la suspensión improvisada y caótica de la Vuelta. No porque dé mala imagen de España: millones de europeos piensan lo mismo y les hubiera gustado que ocurriera en su país. El problema es el cisma abierto entre la ciudadanía y los gestores deportivos. Nadie lo vio venir. Van a tener que pedalear rápido para enterarse del mundo en que viven. Porque el deporte es una expresión de la sociedad y nunca quedará al margen de ella.
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