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Yonquis del dinero

Marcos Benavent, autodenominado 'yonqui del dinero'.

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-Papá, ¿qué es un yonqui del dinero? –me preguntó mi hija pequeña, la de las preguntas incómodas a la hora de la cena.

Acababa de oír esa expresión en el telediario: “Condenado a casi ocho años de cárcel el yonqui del dinero”. Se referían al juicio por el caso Taula, una de las piezas de la corrupción política y empresarial de la Comunidad Valenciana; y en concreto a Marcos Benavent, ex gerente de la empresa pública Imelsa, famoso desde el día en que se presentó al juzgado disfrazado de jipi y se mostró arrepentido: “El dinero es una droga y yo me convertí en un yonqui del dinero”, dijo ante los medios en 2015, juntando las palmas de las manos en actitud de oración, en plan yogui. Convertido en icono de toda una época de desenfreno corrupto, este personaje teatral ha reaparecido estos días como un mal recuerdo de un tiempo que hoy nos resulta inverosímil, paródico, berlanguiano.

-Papá, ¿qué es un yonqui del dinero?

Benavent acertó en su denominación, exacta para caracterizar aquellos años de pelotazo y comisión, cuando los yonquis del dinero se quitaban el mono arrimando el cazo a obras públicas y contratos con las administraciones, el país entero era un descampado de dineroadictos buscando su dosis, y por todas partes había camellos ofreciendo mierda de la buena.

-¡Papá! ¿Me vas a explicar qué es un yonqui del dinero?

Por simplificar, le dije a mi hija que es alguien que nunca tiene bastante dinero, que quiere más, mucho más, y está dispuesto a cualquier cosa por conseguirlo.

-¿Un avaricioso entonces? ¿Como el rey Midas?

Más que eso. Alguien que ya tiene dinero como para vivir muy bien el resto de sus días. Incluso tiene dinero para que vivan muy bien sus hijos, y aun así quiere más, más, siempre más...

-Vale, ya lo he entendido –dijo mi hija, que sabe cuándo pararme. Pero yo me estaba calentando al recordar a otros yonquis ilustres, así que seguí: “No solo sus hijos; también los hijos de sus hijos, y los hijos de los hijos de sus hijos, y las esposas y maridos de sus hijos, y otros familiares allegados. Y si no lo estropea, puede tener asegurada la vida de varias generaciones con su apellido. Pero el yonqui del dinero quiere más, no tiene bastante, le da igual vivir en un palacio, tener todos los gastos pagados, disfrutar de todo tipo de lujos, recibir regalos, sentarse a las mejores mesas, codearse con dirigentes mundiales y grandes empresarios… Nada de eso será suficiente para un yonqui del dinero”.

-Creo que ya lo he pillado, papá –daba igual, yo había cogido carrerilla y sin darme cuenta estaba levantando la voz y dando puñetazos en la mesa: “¡Un yonqui del dinero no se conforma con recibir honores, que pongan su nombre a avenidas, parques, universidades, hospitales! ¡No le basta con ser aclamado cuando sale a la calle y que su retrato cuelgue en cada despacho! ¡No le vale ni con ver su cara en monedas y billetes, date cuenta! ¡Su cara en monedas y billetes!”

-Papá, yo ya…

“¡El yonqui del dinero hace negocios en la sombra, confiado en su impunidad, para seguir amasando su fortuna! ¡Cobra comisiones, se relaciona con corruptos, se lleva el dinero a paraísos fiscales, tiene testaferro, engaña a Hacienda! ¡Hasta se busca una amante que le ayude a conseguir nuevos contactos, nuevos negocios, nuevas comisiones!”

-Cariño, tranquilízate, estás asustando a las niñas –mi mujer trató de calmarme, bajé la voz: “El yonqui del dinero, cuando lo pillan, se escapa. Se larga a otro país, pone a salvo su fortuna, cambia su residencia fiscal, porque quiere más, el dinero es su droga y no puede parar”.

Quedamos todos en silencio, oyendo de fondo las noticias. Mi hija susurró señalando a la tele: “Bueno, papá, pero a ese lo han condenado a cárcel. Al final, a los yonquis del dinero los pillan, ¿no?

-¿No deberías estar ya en la cama?

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