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Ayuso contra Platón y gana la banca

La presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, durante su intervención en el pleno de la Asamblea de Madrid, este jueves. EFE/ Rodrigo Jiménez

Aurelio Peláez Morán

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Como el ser humano lleva milenios siendo así, es comprensible que ya en la Grecia clásica los sofistas y los corruptos camparan a sus anchas para desesperación de los ciudadanos decentes y sus esclavos. En un intento por moralizar la vida pública, Platón sugirió que, si cada uno en su oficio hacía las cosas lo mejor y más honestamente posible, se podía acabar con la corrupción y reservó para los filósofos, quizá con un punto de corporativismo, el oficio de gobernar. Según su propuesta, los gobernantes debían ser los más inteligentes, los más capaces, los más honestos, y no los más ricos y los más pillos, una aristocracia ética e intelectual que, evidentemente, nunca llegó a cuajar, pero permaneció como un ideal a lo largo de los últimos veinticuatro siglos.

La inmoralidad y la corrupción llevan muchas décadas enquistadas en nuestra sociedad y el franquismo aprovechó para tatuarlas en piel de un pueblo que tradicionalmente prefiere la trampa a la justicia y justifica la picaresca como sistema político y de convivencia. Cuando España dejó de ser un cuartel y trató de abrirse a una vida política normalizada, la democracia se vio lastrada por esa situación, que se mantiene en los intocables privilegios de la oligarquía corrupta apoyada por una población connivente.

Después de décadas cayendo por la pendiente de la degeneración moral, con Ayuso hemos llegado a la perfección, a la cima del antiplatonismo; ojalá, porque todo puede empeorar. Su indescriptible indigencia moral se combina con una capacidad intelectual perfectamente descriptible, y con un cinismo pata negra que supera a sus predecesores, maestros en la materia. Pero lo que la hace diferente y rozar la perfección es el cuajo con el que nos endosa peroratas tan incoherentes que harían sonrojarse a cualquiera que tenga más de una neurona. Si alguien la deja en evidencia, se crece, lo que aumenta su capacidad de largar cualquier barbaridad que su amo le haya indicado con un convencimiento y un aplomo que nos hace dudar de si es humana o será un robot.

Este modelo patético y fungible de lo que no debe ser un político encabeza, según nos dicen, las encuestas de voto. El ayusismo es la prueba más evidente de que vivimos en una sociedad enferma, en la que la política se ha convertido en banal hooliganismo futbolero mientras los poderes económicos se frotan las manos ante la desorientación ciudadana. Mientras nos reímos de sus idioteces, ella y sus dueños se ríen del ridículo de la izquierda madrileña y de nuestra ingenuidad, embobados con espectáculo que montan y que pagamos para que nadie hable de lo que realmente importa: ¿Dónde están los 1500 millones que el gobierno central concedió a la Comunidad de Madrid al inicio de la pandemia? ¿Por qué Sánchez fue a sacarse la foto de las banderas? ¿No había manera de controlar y fiscalizar la construcción del Edificio Zendal y su sobrecoste? ¿Quién se ríe de quién?

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