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Una breve valoración de los medios y tertulias
Los medios de comunicación social pueden deformar la realidad. Creo que es lo que está ocurriendo actualmente, sobre todo con las “falsas noticias” ya institucionalizadas, que practican muchos medios. No todos afortunadamente. Hay un modelo de medios de comunicación que yo considero como el “dominante”, que entre sus características, en primer lugar, podemos decir, que no es realmente un modelo de medio de comunicación, porque la información circula en una sola dirección, de quien la emite a quien la recibe, pero no al contrario, requisito fundamental para que sean fieles y realmente “… de comunicación”; en segundo lugar, el modelo dominante tampoco ayuda en absoluto a pensar y a comprender la realidad. Es un modelo caracterizado por ofrecer un gran volumen de información, pero muy escasos, o ningunos instrumentos para pensar esa realidad, para comprenderla, reflexionarla, discernir sobre ella…
¿Por qué ocurre esto? A mi modo de ver, porque hay tres cuestiones que condicionan su papel y orientación: en primer lugar, su creciente dependencia de la publicidad. Se han convertido en soportes publicitarios; en segundo lugar, su cada vez mayor concentración en pocas manos, cosa que ocurre especialmente con los grandes grupos mediáticos; y por último, su vinculación cada vez más estrecha con los poderes políticos, económicos y financieros nacionales y supranacionales, que los utilizan para imponer sus intereses corporativos particulares por encima del bien común. Intereses que pueden ser ideológicos, económicos, de poder o de lucro. Y si son medios de comunicación públicos, dependiendo del director o directora de turno, tienen muy poco respeto a la correlación de fuerzas en el arco parlamentario y mucho menos respeto al pluralismo existente en la sociedad.
Es necesario el control institucional y social de los medios de comunicación, en lo que adquieren una responsabilidad especial las autoridades públicas. Difícilmente, con los parámetros descritos, pueden servir a la persona y a la sociedad.
Los medios dominantes de comunicación social tienen una gran capacidad para fabricar, difundir y normalizar imágenes distorsionadas de la realidad. A través de los intereses particulares de los grupos económicos y financieros que los controlan, hasta la cultura alienante que difunden, que llegan incluso a “blanquear” como se dice en el argot periodístico a la ultraderecha, sin el menor escrúpulo y con total falta de respeto a la persona, a la sociedad y a las instituciones que nos hemos dado. Esto lo hacen a través de la información e imágenes que ofrecen, pero también, y de forma muy importante, por medio de las formas de vida, mentalidades, valores, actitudes, comportamientos… que transmiten y que son presentadas como normales y naturales, en la susodicha publicidad, en las series de ficción, en los programas de entretenimiento, en los magazines, en los programas y revistas «del corazón», en las tertulias, etc.
Mención aparte merece el tema de las tertulias en radio y televisión.
Hay tertulianos que creen que argumentar es ensartar palabras, una tras otra, con chascarrillos de sentido común o apelando a los sentimientos o, el colmo, a que le crean, porque él sabe de lo que habla. Son los demagogos que pueblan nuestros platós televisivos y radiofónicos.
¿Qué fatal destino tenemos en suerte los ciudadanos para que tengamos que escuchar continuamente, en los diversos platós, a los mismos memos de siempre? ¿Por qué no están, si se habla de política, los que conocen la política; si se habla de economía, los que saben de economía; si se habla de derecho, los que saben de derecho, etc.? Y a ser posible, dando oportunidad a expertos de diversas sensibilidades, pues en lo que tiene que ver con la sociedad no hay neutralidad posible.
¿Y los periodistas? Pues que sean los que planteen las preguntas y revelen los datos que sepan, y que cuando digan sus opiniones, que sean razonadas y a ser posible, sin repetirse unos y otros.
Y sobre todo, que haya más filósofos, críticos de la rampante superficialidad «platónica» (quiero decir “de los platós”, ¡no de Platón!).
Aunque confieso, que no todo lo hacen mal: son buenos cuando meten los momentos de la publicidad, pues dependen mucho de ella, y cuando se dedican al humor (dicho esto, sin pitorreo).
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