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Campeonas
El fútbol es un deporte, aunque hay quienes lo consideran un instrumento de control y manipulación de masas con eficacia similar, o superior, a la de las drogas o las religiones. Como en el caso de la religión y la droga, en el fútbol también resulta complicado separar lo espiritual de lo comercial, lo lúdico de lo ideológico, la devoción de la adicción. El fútbol levanta pasiones benéficas para el individuo y la sociedad, y también perjudiciales cuando se convierte en válvula de escape para las pulsiones humanas y en correa de transmisión para los intereses espurios de quienes manejan la competición a su entero capricho.
Desde que despegó el fútbol femenino, la afición ha entendido en qué consiste el tan cacareado “juego limpio” que suele brillar por su ausencia en el masculino, incluso en amistosos y categorías amateurs. Tras “el fútbol es cosa de hombres”, se esconde una tradición de marrullerías y agresiones al rival alentada por clubes, escuelas deportivas y padres desde la categoría benjamín. El jugador que engaña al árbitro es felicitado y jaleado el que agrede al rival. Hasta los fondos ultras (eufemismo: gradas de animación) y el público en general son diferentes. Ellas saben que, sin rival, no hay equipo ni competencia.
Desde el despegue del fútbol femenino, las chicas han competido con éxito notable en lo deportivo y con inusitado arrojo en lo sociológico, el inesperado interés del público se ha traducido en sentar, un martes a las 18:30, en el Metropolitano a 55.843 personas y a casi 2.000.000 ante la tele para ver a la selección femenina coronarse campeona de Europa. La final merece un análisis para comprender el triunfo deportivo en toda su dimensión.
En ese partido, y en otros felizmente televisados, sufren los oídos y el alma al escuchar, de forma reiterada, en boca del y de la comentarista un vocabulario masculinizado, tal vez por la inercia de tanto tiempo de fútbol exclusivamente masculino. El delantero, el extremo y el defensa no se ajustan a la imagen narrada en la que la delantera, la extremo y la defensa protagonizan las jugadas. Tampoco los rivales vale para nombrar a las (jugadoras) rivales. El lenguaje inclusivo se puede entrenar y es exigible en los medios de comunicación.
El fútbol –pregunten a los Florentinos, a los fondos de inversión y a los chinos– es también una pasarela del postureo y un escaparate único para vender productos e imagen. Durante el partido y tras el pitido final, la televisión ha rendido pleitesía a quienes acudieron al estadio, básicamente, a chupar cámara y promocionar su imagen pública. No fallan, sea un partido de peloteo, una competición atlética o eventos donde se quema combustible fósil de forma insana e insostenible, algo a lo que también se empeñan en llamar deporte.
Varias tomas mostraron a Louzán, presidente de la RFEF condenado por prevaricación en sustitución del gañán condenado por la agresión a Jenni Hermoso y coautor de oscuras mordidas. A de la Fuente, entrenador de la selección masculina cuyos aplausos apoyaron al condenado por la agresión machista. Las jugadoras se la jugaron renunciando a la selección y Jenni fue apartada del equipo por cuestiones ¿“técnicas”? ¡Con dos varios!
La toma del rey en el palco evidenció la ausencia de la reina, plebeya que pasa de las finales de la copa que lleva su nombre, y el negacionismo de la violencia machista fue representado por Ayuso, beneficiaria del tráfico de mascarillas, y Almeida, liberado por su esposa esa noche, como casi todas, de las tareas domésticas. Puro Régimen del 78.
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