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Carta a mis hijas sobre el fascismo

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Os voy a contar cosas que son básicas y son importantes para vosotras. Aunque no os interese la política, sólo por el hecho de votar estáis haciendo política. Incluso no votar es hacer política.

En Europa hubo tres países en los que el fascismo alcanzó el poder. En Alemania mediante los votos, en elecciones más o menos democráticas. En Italia porque el rey les dio el poder. En España tras un golpe de estado y una guerra civil con cientos de miles de muertos. En todos los casos con el apoyo de una parte significativa de la sociedad.

Las consecuencias fueron nefastas no sólo para esos tres países, no sólo para Europa, sino para todo el mundo.

El fascismo de Alemania e Italia fue combatido y derrotado en la segunda guerra mundial, con un precio insoportable, escandaloso, de decenas de millones de muertos.

En España, sin la ayuda decidida de los gobiernos extranjeros, no se consiguió vencer al fascismo. No sabéis la cantidad de gente extraordinaria (escritores, científicos, profesores, artistas y también gente normal) que tuvieron que exiliarse o que directamente fueron asesinados por los fascistas, durante y también después de la guerra, y que habrían hecho de éste un país del que sentirse orgulloso.

Pero, ¿por qué es tan malo el fascismo? El fascismo es una dictadura, pero no todas las dictaduras son fascistas. Una dictadura le quita el poder a la gente, fundamentalmente suprimiendo las elecciones democráticas y sustituyéndolas por la voluntad o el capricho del dictador.

Pero eso solo no es fascismo. Para mí la esencia del fascismo es que considera, y proclama, que no todas las vidas humanas valen lo mismo. Y, por supuesto, son ellos los que deciden qué vidas valen y cuáles no. Vale menos la vida de un judío que la de un no judío. Vale menos la vida de un comunista que la de un anticomunista. Y así podríamos seguir con gitanos, homosexuales, enfermos, pobres, inmigrantes, negros,... Algunas de estas vidas directamente no valen nada. Y en el otro extremo, por encima del resto de la humanidad, están ellos, la raza superior, los puros, los elegidos, los depositarios de las esencias eternas de la patria. Y así se produce y se justifica el holocausto, por ejemplo. Y ese desprecio por algunas vidas y esa autoproclamada superioridad llevan aparejadas muchas otras cosas: el desprecio a la verdad, la utilización descarada de la mentira cuando les conviene; la tergiversación; los montajes; el insulto; la utilización de los sentimientos para atacar, despreciar, denigrar, provocar el odio hacia otras ideas y personas.

Ya os he dicho que en España nunca se venció al fascismo. Seguimos teniendo un rey nombrado por Franco; una constitución salida del franquismo, con la colaboración interesada de muchos partidos políticos. Seguimos teniendo infinidad de franquistas en el ejército, en la judicatura, en las empresas, en la iglesia. Y entre la gente de la calle. Durante bastantes años estuvieron agazapados, intentando pasar desapercibidos, sabiendo que las condiciones no eran propicias para salir a la luz. Muchos nos creímos que estaban vencidos. Se habló de la 'modélica' transición española. Nos creímos que el rey era demócrata y que nuestra democracia era plena.

Pero las condiciones internacionales han cambiado. En Estados Unidos ganó las elecciones Trump, que tiene muchos ramalazos fascistas. En Brasil ganó las elecciones Bolsonaro, consiguiendo previamente que los jueces condenaran y metieran en la cárcel con acusaciones falsas a su principal oponente, Lula da Silva. Y dentro de España se han producido dos fenómenos que soliviantan a cualquier fascista: el movimiento independentista en Cataluña y la entrada de Podemos en el gobierno. Y los fascistas han decidido salir a la luz. Han salido de su escondite en el Partido Popular, han fundado Vox. O se han quedado en el PP, como Ayuso o Cayetana Álvarez. Se han quitado la careta. Airean su ideología fascista sin pudor en mítines, en carteles, en los medios de comunicación, que les dan todas las facilidades. Se aprovechan del cansancio y la frustración de la gente para azuzarla contra los inmigrantes, los comunistas, los homosexuales. Sí, lo de Vox es fascismo. Lo de Ayuso es un fascismo blando y tonto, trufado de ultraliberalismo y corrupción. Peligroso en sí mismo –que se lo digan a los viejos de las residencias (¡Por todos los dioses!, en ninguno de los cuales creo, ¿cómo es posible que hayamos olvidado ya la angustiosa agonía de tantos viejos encerrados en sus habitaciones, abandonados, solos, asustados, ahogándose hasta morir? Hay que tener mucho cuidado, el fascismo cala en todos nosotros)– y peligroso también porque ya ha dicho que, si puede, les dará poder a los otros.

Yo no creo que haya posibilidad de que los fascistas consigan el poder que tuvieron en la primera mitad del siglo XX (aunque entonces mucha gente tampoco lo creyó). Yo no creo que puedan otra vez montar campos de concentración para aniquilar a millones de personas y que puedan llegar a provocar una nueva guerra mundial (aunque ¿quién, aparte de ellos, podía creerlo antes de que lo hicieran?). Pero sí sé que, si llegan al poder, nos van a hacer la vida más difícil, más desagradable, más insegura, más alejada de la felicidad a la que todos tenemos derecho. Lo sé porque lo he vivido. Así que mucho cuidado. Afortunadamente tenemos la historia, que nos enseña lo que puede pasar. Nos cuenta que esas ideas de Vox y Ayuso son las que durante el siglo XX provocaron decenas de millones de muertos, la angustia y el dolor de una gran parte de la humanidad y un retraso intelectual, cultural, moral y científico de nuestro país que tardará aún muchos años en superarse.

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