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Cavilar y laborar
Vivir es una tarea ardua que requiere de mucho tesón. Una voluntad y arrojo inquebrantables. Desde que te levantas hasta que te acuestas, desde que naces hasta que mueres es un no parar de cavilar y laborar. Nuestra mente y nuestro cuerpo parecen no tener respiro ni sosiego. Pareciera que, como en el mito de Sísifo, estuviéramos condenados a empujar cuesta arriba, una y otra vez, esa dichosa roca que, no pocas veces, es más grande que nuestras posibilidades.
Es por ello que, a veces, tengo cierta envidia de esa vaca en el prado que, ajena a su trágico destino, no tiene otro objetivo ni preocupación en la vida que pastar con fruición y luego rumiar satisfecha con la mirada perdida en el horizonte. Y, cuando los crudos temporales de la vida azotan con fuerza, lamento no poder sumirme en un profundo letargo, como lo hace el oso y el lirón, y no volver a despertar hasta que los cálidos rayos del sol me devuelvan la conciencia.
Mi aliento más sincero a cuantos les ha tocado vivir una vida de desvelos y lucha interminable.
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