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El cebo de la libertad y el error de la izquierda

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Buena parte del electorado de izquierdas, madrileño y no madrileño, se pregunta estos días cómo ha podido pasar. Cómo puede ser que la presidenta de una Comunidad con los peores datos económicos y sanitarios de España, y que además firmó una orden para no trasladar a ancianos enfermos a hospitales, haya logrado semejante victoria. Una presidenta cuyo gobierno se desmembró a lo largo del año pasado porque diferentes miembros de su administración se negaron a seguir adelante con su plan gerontocida. Una presidenta cuyas apariciones públicas están siempre salpicadas de ofensas, sinsentidos y generalidades. Una presidenta que no ha conseguido aprobar más que una ley en lo que va de mandato y que ni siquiera ha dado ayudas directas al sector hostelero. ¿Cómo es posible?

Pues básicamente porque ha logrado canalizar el hartazgo de la población con la pandemia. Gracias a su estrategia de confrontación con el Gobierno central, se ha erigido en defensora de la libertad y se las ha apañado para encarnar en su persona misma el final de la pandemia. Ha trasladado un mensaje sencillo, directo y, aunque falso, muy eficaz: “si me votas, la pandemia se acabará y podrás volver a tu vida normal sin más restricciones”. Hay que reconocer que es una opción muy tentadora, especialmente para aquellos que no son capaces de asumir que hay situaciones en la vida, como una pandemia global que ha costado millones de vidas en el mundo, que sobrepasan a todos los Gobiernos y que requieren medidas excepcionales que a nadie benefician pero que son necesarias para salvar las vidas de miles de compatriotas.

El eslogan sobre la libertad es especialmente atractivo en una ciudad como Madrid, donde décadas de neoliberalismo han instaurado el sálvese quien pueda y han desarticulado todo sentimiento de comunidad y sociedad. Madrid es, además de muchas otras cosas, una jungla de asfalto a la que acuden miles de personas a buscarse la vida porque no les queda otro remedio en su lugar de origen pero en la que a poca gente le gustaría echar raíces. Es un lugar para intentarlo, para trabajar, para conseguir la oportunidad, pero no para quedarse. Y ello dificulta en buena medida la construcción de un bloque fuerte de izquierdas, al tiempo que resulta propicio para todo cuanto tenga que ver con la libertad, la desregulación y la privatización. No olvidemos tampoco que Madrid es el hogar de las grandes fortunas, de los grandes directivos y las grandes compañías. Por ello, la estrategia de Ayuso se adapta perfectamente a Madrid, por muy simple y poco argumentada que esté: bajadas de impuestos y respeto del patrimonio para los ricos, ilusión de normalidad para los demás. No hay más.

El error de la izquierda en estas elecciones ha sido permitir que se imponga el relato de Ayuso y que se desdibujen las fronteras autonómicas, las competencias y las responsabilidades por la gestión. Para empezar, tanto Ángel Gabilondo como el PSOE de Madrid han estado desaparecidos durante la legislatura y han permitido que Ayuso confronte directamente con Sánchez, confundiendo a la opinión pública sobre las competencias y las responsabilidades de cada administración y situándola en una posición que no le corresponde, desde la cual se ha erigido en altavoz de la frustración por la pandemia, se ha presentado como oposición al Gobierno central y ha acaparado el protagonismo día sí día también con sus decisiones al margen del consenso autonómico. A ello han contribuido, por supuesto, los medios de comunicación de masas, que le han prestado excesiva atención, no se han preocupado de desmentir o cuestionar muchas de sus intervenciones y han difundido o consentido bulos como el de las competencias de las residencias de ancianos, además de seguir a pies juntillas la agenda mediática marcada por el PP y Vox.

Asimismo, la izquierda se ha equivocado también al convertir la campaña en una dicotomía entre fascismo o democracia. Esos conceptos, por potentes que sean, no están hoy en día entre las preocupaciones de los ciudadanos y no constituyen un movilizador electoral más allá del voto de izquierdas ya convencido. Sin embargo, contribuyen a situar el debate en la abstracción construida por Ayuso y, de nuevo, ignoran las cuestiones materiales, la inversión en sanidad y educación, las víctimas, el paro, las ayudas a autónomos y hosteleros o la atención primaria. Se ha permitido que una gestión nefasta pase desapercibida y se ha consentido que la derecha y la extrema derecha marquen el tema, el tono y los términos del debate, con la complicidad mediática y la pasividad del supuesto líder de la oposición.

En un contexto excepcional de frustración, miedo y hartazgo como el actual, saber leer el estado mental y emocional de los ciudadanos y escoger el enfoque adecuado de campaña resulta tanto más importante por cuanto que la visceralidad se vuelve doblemente relevante. Por eso, ante una falsa promesa de normalidad que no hace sino esconder la continuidad de la agenda neoliberal, la izquierda debe dedicar todos sus esfuerzos en situar el debate en la realidad, en los datos y en las propuestas concretas. Si entras a una partida ya empezada, pierdes la oportunidad de fijar las reglas.

La parte buena de todo esto es que, dentro de dos años, habrá una segunda oportunidad. La mala, que el neoliberalismo ha cogido impulso y tiene la vista puesta en La Moncloa.

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