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De ciudadano a cliente
Pasar de la condición de “ciudadano” a la de “cliente” tiene su qué. El transito de un estado a otro no es traumático. Todo lo contrario, se van preparando las condiciones, como en un campo de cultivo, poco a poco. Los poderes económicos, y los políticos ligados a ellos, van disponiendo pausadamente el terreno para que nos vayamos acostumbrando a los cambios hasta que estos se produzcan y ya no tengan vuelta atrás.
El proceso es el mismo que en los llamados autoservicios. Las grandes superficies ponen a nuestra disposición algunas cajas para que autoliquidemos nuestras compras sin necesidad de hacer cola para que te atienda la persona encargada de la caja. Al principio todos llegamos a la conclusión de que este sistema va en detrimento de los puestos de trabajo del negocio en cuestión. Contrarios a este modelo de pago nos dirigimos a la caja atendida por una persona. Algunos caen en la tentación de autopagar sobre todo cuando la compra realizada es de pocos artículos. Cuando los que están detrás de la idea (aquellos que no se ven), analizan que su invento no funciona como tenían previsto, comienzan a inutilizar algunas cajas, con lo que las colas se hacen interminables. Para ganar tiempo, ya los hay que prefieren pasar por las cajas impersonales. Han comprobado que todo ha sido sencillo y han acabado rápido. Hasta que llega el día en que nos acostumbramos y nos damos cuenta de que las cajeras y cajeros han desaparecido completamente.
Este sistema ya lo implantaron en las gasolineras. ¿Se acuerdan?
Pues con los pilares del estado del bienestar la estrategia es la misma. En Sanidad, por ejemplo, si las listas de espera se hacen interminables, los que pueden pagar una clínica privada prefieren ser atendidas en ellas. Es el paso de “ciudadano” a “cliente”.
Es bueno recordar que, tras la II Guerra Mundial, los países trataron de buscar una opción intermedia entre el liberalismo más radical de no intervención y el comunismo de total control por parte de los Estados. Para ello, estos asumieron la responsabilidad de prestar los servicios de educación, sanidad, prestaciones por jubilación, desempleo, orfandad, invalidez, cultura...
Pues ese estado del bienestar comienza a tener críticas en contra. La mayor parte de estos reproches proceden de la extrema derecha. Es populista proclamar que el Estado está dedicando recursos de la ciudadanía que produce a los que no lo hacen. Si ahondáramos en los perfiles de los que defienden estas ideas, descubriríamos que son ellos precisamente los que no crean ningún tipo de riqueza. “Hay que acabar con las subvenciones”, predican. Pero si les recordamos las subvenciones a los colegios concertados, las ayudas a la Iglesia, a la tauromaquia..., entonces no responden.
Cuando oigan o lean algún comentario al respecto, acuérdese de las cajas de algunas grandes superficies y de las gasolineras. Inocular las ideas es sólo el primer paso.
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