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Constitucionalismo de pastel
Pobre España algo muy malo e imperdonable ha debido de hacer para que le salgan semejantes defensores. A lo largo de los últimos cuatrocientos años de la historia española se verifica que en cuanto la férula autoritaria se retira reaparecen los comerciantes del independentismo. Se conoce que en algunas tierras pareciera que el absolutismo clerical o la dictadura criminal se les antojara solamente un abuso de pandereta cañí en detrimento del folklore local. Al final de la dictadura franquista toda España era un clamor, entre otros, pro estatutos de autonomía, cuando éstos parecían una lejana posibilidad de concreción legal y administrativa. Los españoles creímos que de ello dependía el bienestar de nuestros compatriotas catalanes, gallegos y vascos. Los representantes políticos catalanes y vascos exprimieron la coyuntura para obtener más dinero para sus administraciones, que el tiempo desveló como una pringosa trama de extorsión desde los ayuntamientos y autonomías que repartieron miles de millones de euros desvergonzadamente y sin amor alguno a país y paisanos, miles de millones de dinero público, es decir de las infraestructuras que garantizan la calidad de vida, de la ayuda a la dependencia, etc., generando nuevos multimillonarios entre los que pasaban por ser líderes autonómicos y nacionalistas honorables.
La característica tendencia a sostenella y no enmendalla de nuestros pueblos, tan distintos pero coincidentes en este particular, contra los intereses propios y en beneficio de la canalla al mando de la cosa, consustanciales al pueblo español nos trae el potaje nacionalista a la actualidad con el alarido como argumento y término del diálogo nacional.
Por un lado, el bloque clerical independentista de implantación en las parroquias vascas y catalanas. Por otro, el pretencioso defensor de la unidad nacional bajo la franquicia constitucionalista.
Después de las últimas elecciones en las que los resultados dispersos e insuficientes para configurar una mayoría gubernamental monocolor, se plantea la elección de un gobierno con suficientes apoyos.
Los autodenominados partidos constitucionalistas tienen fácil hacer prevalecer el criterio constitucional, pues de sus votos depende poder nombrar presidente de gobierno a un miembro de un partido constitucionalista, dejando con un palmo de narices al independentismo predador de fondos públicos. Apoyar la investidura de un presidente constitucionalista no compromete a más. Pero parece que la jugada va por otros derroteros. Niegan el pan y la sal a sus oponentes constitucionales dejándoles como única salida un acuerdo crematístico con los partidos de la diáspora, a la vez que les acusan precisamente de aceptar el chantaje independentista al que les empujan. Lamentable, mezquina y patológica concepción de la política como derbi entre enemigos irreconciliables que practican la estrategia de tierra quemada para oponerse a sus rivales en las urnas, con la saña que se opone al enemigo al que hay que exterminar por pura supervivencia.
La degradación de la monarquía española desde Felipe II a esta parte continúa con estos políticos ciegos e ignorantes. No por quitarse la etiqueta España dejan de ser ignorantes, torpes y miserables, llámense vascos, catalanes, castellanos o cualquiera de las denominaciones que corrompen con su zafia malquerencia. Al diablo con ellos, ¡libertad!
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