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De democracia, mayorías y coaliciones

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“División en los socios de gobierno”, “El gobierno se rompe”, “La coalición salta por los aires”…, titulares habituales desde hace tiempo, y más que veremos antes de las elecciones generales, vamos in crescendo.

Veamos. Estamos, aún y por algún tiempo, en una democracia joven. Cuarenta y cinco años de nada. Y este gobierno es el primero en coalición en esos pocos años. Y claro, no hay práctica, ni experiencia, no lo entendemos muy bien. Es la primera vez en ese tiempo que dos partidos juntan sus escaños en España en una mayoría para gobernar el país, con el apoyo externo de unos cuantos partidos más, minoritarios. Pero no reconocemos que, en cualquier otro país con amplia tradición democrática, eso es lo más habitual. Y tampoco demuestran saberlo la extensa relación de todólogos que pueblas nuestros medios de comunicación, esos politólogos-epidemiólogos-vulcanólogos-economistas que nos apabullan con sus sesudas aseveraciones. Pero es que ningún partido coaligado con otro en las tareas de gobierno quiere, ni debe (por la cuenta que le trae), presentarse el día de las elecciones con la apariencia de que su socio ha hecho bien las cosas. No, eso no, nunca. Lo bueno que ha hecho el gobierno ha sido gracias a nosotros; lo que no hemos hecho, es que los otros no nos han dejado. Lógico: si estuvieran en todo de acuerdo, serían, simplemente, el mismo partido. Y es lo mismo, ya digo, en todos los países: casi todos los sitios con gobiernos de coalición “explotan” antes de terminar la legislatura, o terminan muy mal, enfadados, nunca más...

Quiero pensar que la democracia no se inventó para favorecer los gobiernos de mayoría absoluta. Se trata de que la mayor parte de los ciudadanos se vean representados en los asientos del congreso, y de que el gobierno aglutine la mayor cantidad posible de las diferentes opciones. Luego, se negocia. Si yo tengo un diez por ciento de los votos, voy con mi programa electoral y negocio hasta que me concedan… el diez por ciento de lo que allí puse. Porque hay que enseñar también a los votantes, desterrando sentimientos como el de “yo no le he votado a éste para que gobierne ése”. Hay mucha metodología por hacer (pero la prensa y sus todólogos no ayudan, todo por la audiencia).

Es como en las entrañables cenas navideñas: bien o en familia. Nadie habla del cuñado hasta unos días antes, hasta que percibimos como inevitable que nos vamos a tener que juntar. Luego vamos, echamos unas risas, tocamos con más o menos profundidad los temas que nos separan, otras risas, conatos de bronca, haya paz, buenos deseos, besos...y hasta la próxima, esperando que no sea obligatorio la próxima navidad, que sí lo es. Y el rellano de la escalera se queda perdido de improperios. Pero, qué le vamos a hacer, es la familia…

Así que no nos preocupemos, el gobierno explotará o se quedará muy cerca, desearemos que no tenga que ser necesario repetir el experimento...y lo repetiremos. Nosotros… o los vecinos esos tan raros, que también tienen lo suyo.

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