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Los desencuentros de un país llamado España

Restos de contenedores ardiendo en el centro de Barcelona este sábado, durante las protestas por el encarcelamiento del rapero Pablo Hasél. EFE/Toni Albir

Sergio López

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El sentimiento, como amalgama en torno a un territorio, es lo que conforma un país y este en concreto está siendo maltratado precisamente por aquellos que tienen el deber de servirlo. Los ciudadanos españoles estamos navegando en aguas turbulentas, a veces fétidas, sin la esperanza del ansiado lago al final del recorrido, que nos permita dar un descanso al intelecto. Opinan, los que saben de esto, que el intelecto refiere e identifica la capacidad de la mente para llegar a conclusiones correctas sobre lo que es verdadero y lo falso, y sobre cómo resolver problemas. Pues, a veces, consiguen anular esa capacidad, tal es el agotamiento intelectual de la ciudadanía de este país, que ve cómo una coalición de gobierno progresista es incapaz de articularse en torno a un proyecto político coherente y acorde con las necesidades reales que reclama la ciudadanía. Un tiempo en que la concordia ha sido expulsada del debate político y que deja a los ciudadanos solos frente a la desesperanza.

Por otra parte, la conferencia episcopal (no entiendo esa aberración semántica de referirse a la Iglesia cuando se escribe de la corrupción de los purpurados), ha inmatriculado 34.961 bienes entre 1998 y 2015, gracias a la ley promulgada por Aznar, a través de una reforma de la Ley Hipotecaria, que le ha permitido certificar la propiedad no solo de bienes de utilidad religiosa como catedrales, templos… sino también de viviendas, solares e incluso aparcamientos o viñas con una simple certificación eclesiástica. Si en algún momento los ciudadanos clamamos porque vuelvan los Mendizábal, Carlos III, Godoy, Pascual Méndez… algunos se rasgarán las vestiduras. Todos ellos expropiaron bienes a la Conferencia Episcopal de turno y los subastaron al mejor postor.

Andábamos con estas y otras cuestiones cuando saltó la noticia que el principal partido de la oposición, el PP, abandonaba su sede insignia, Génova 13, porque sus muros rezuman corrupción. No sé cómo no lo ha inmatriculado aún el consejo de administración de la Conferencia Episcopal. Sí, refundan la sede, pero no el partido. El PP seguirá siendo el PP, no el de antes claro, que ese era otro PP, sino el que ha abandonado Génova 13. Con irse a la calle de al lado pues ya está, como el que se confiesa: ¡ea, pelillos a la mar! Y a seguir. Quizás Casado deba leer la metamorfosis de Kafka para evitar lo sucedido a Gregorio Samsa, personaje principal de la obra, que fue paulatinamente convirtiéndose en un gigantesco insecto, hasta que es considerado insoportable por su familia y finalmente perece abandonado por todos.

Y como no hay que ver solo la paja en el ojo ajeno pues va el Vicepresidente segundo del gobierno de España y pone en duda la democracia del país que está gobernando. Craso error. En caso de dudar de algo, dude su Señoría de la buena salud del sistema democrático, del que forma parte. Consecuencia: la extrema derecha aplaude a Pablo Iglesias, porque al final, tergiversando sus palabras, concluyen que vivir en democracia es una aberración, así de fácil se lo ponemos los demócratas a la extrema derecha. De modo que algún día volverán a gritar “¡Vivan las cadenas!”, como cuando Fernando VII restableció el absolutismo, poniendo fin al Trienio Liberal, suspendiendo la constitución y disolviendo las cortes. Cosillas que nos enseña la historia, pero claro como lo del PP, esto también es pasado.

Mientras medito sobre estas reflexiones, impropias de un Doctor en Ciencias Políticas, me sobresaltan noticias sobre el encarcelamiento de un rapero por enaltecimiento del terrorismo e injurias a la monarquía y las consecuencias de este auto de prisión y no, no me puedo permitir aceptar, porque mi cansancio intelectual aún no ha llegado a esos límites. Que Pablo Hasel sea el líder intelectual de las manifestaciones que están sacudiendo Barcelona, Madrid y otra ciudades españolas es sorprendente. El movimiento 15M no tuvo líderes y revolucionó la política española, por eso Pablo Iglesias no puede permitirse esas declaraciones sobre la democracia en España y los demócratas no debemos aceptar premisas de esta naturaleza. Ni Echenique debe confundir los movimientos antifascistas con manifestantes que ponen en riesgo lo que precisamente reclaman: la normalidad democrática.

Es normal que el hartazgo y los agravios comparativos campen a sus anchas por la sociedad española. Es normal el hartazgo ante la impunidad de una clase política, religiosa y financiera que a veces le marca el paso al sistema judicial, mas esta cuestión no justifica acciones que atentan contra la normalidad ciudadana.

El rey emérito también ha roto está normalidad y la condescendencia con que la bancada socialista del gobierno y los conservadores justifican las acciones de Juan Carlos I provocan desencuentros en una parte de la sociedad. El mismo desencuentro que provoca, en la otra parte, la condescendencia hacia el independentismo catalán y Puigdemont del sector podemita del gobierno y de los nacionalistas.

Todo lo expuesto hace que tengamos dificultades para asimilar tanta información, a veces contradictoria, y por lo tanto que podamos utilizarla para debatir y sacar conclusiones que puedan ayudar a la resolución, con objetividad, de los dilemas que se nos plantean. Nuestra inteligencia intelectual es cada vez más precaria y esa precariedad nos debilita emocionalmente y nos hace vulnerables ante los populismos.

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