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Dudas pacifistas
En 1986 participé de las movilizaciones en contra de la entrada de España en la OTAN. Lo hice en nombre de la paz, de una negación plena de la guerra. De ahí se deducía la disposición a una resistencia no violenta ante la agresión. La actual invasión de Ucrania me sitúa ante el espejo de 1986 y me provoca no pocas contradicciones.
Para mí, hay un hecho evidente: Rusia ha iniciado una invasión y una guerra en Ucrania que no es justificable de ninguna manera. Ucrania ha decidido resistir a la invasión y no someterse, lo que constituye un derecho universalmente reconocido. No tengo ninguna duda acerca de qué lado está la justicia.
Escucho muchas explicaciones de la agresión rusa y todas se sitúan en la realpolitik y en el pensamiento geopolítico: si Rusia se siente temerosa del avance la OTAN hacia sus fronteras; si todo está fundado en intereses económicos en relación con las energías fósiles. Los más osados afirman, aunque no aportan pruebas, que todo se debe a los vendedores de armas, últimos beneficiados de la guerra. Todas esas “explicaciones” sólo sirven, en mi perspectiva, para terminar justificando el único hecho cierto y probado: Rusia ha invadido y está destruyendo Ucrania, cuyos habitantes resisten.
Y es ante el hecho de la resistencia donde surgen las dudas. Nada tengo que objetar a ninguna de las medidas de apoyo no violento: acogimiento de personas refugiadas, envío de medicinas, de alimentos, de ropa de abrigo. Nada, incluso, que objetar a las sanciones económicas, sea cual sea el perjuicio que me causen y las renuncias que tenga que hacer en mi confortable bienestar. El problema surge con las armas: ¿es legítimo apoyar a la resistencia mediante el envío de armas? Aquí no me valen las excusas: si las armas prolongarán el conflicto y, por tanto, el sufrimiento; si terminarán en manos de bandidos cuando finalice la guerra; o argumentos similares. Los resistentes ucranianos relaman armas y los gobiernos y las personas han de dar una respuesta.
Comenzaré con mi respuesta personal. He conseguido que mis ahorros no se utilicen en la producción ni en el comercio de armas, para lo que me esforcé por contribuir a crear un banco ético. Aún podría hacer uso particular de mi dinero, aunque hasta el momento no he recibido ninguna propuesta de donación o préstamo con ese fin. Ni Cruz Roja, ni ACNUR, ni Amnistía Internacional, ni otras asociaciones solidarias me han solicitado dinero con ese fin específico, de modo que hasta ahora no me he visto en la necesidad de tomar decisiones personales al respecto. Además, me parece bien que ninguna entidad privada, por muy comunitaria que sea, pida dinero para armas. No es su tarea.
Pero formo parte de un Estado y de una asociación de estados, que sí ha recibido la solicitud de enviar armas y ha decidido hacerlo, aunque no sé si donadas o vendidas, lo que, para el caso, me da lo mismo. Pues bien, yo, que me gustaría ser pacifista, que tengo mis ahorros en un banco ético, que me garantiza que no se usa el dinero para nada relacionado con la guerra, que soy socio de Cruz Roja, de ACNUR, de Amnistía Internacional, de Greenpeace, de Entrepueblos y de otras organizaciones solidarias, yo, que me gustaría ver resueltos los conflictos por vía diplomática y sin guerra, apoyo públicamente la decisión de mi gobierno de enviar armas a los resistentes ucranianos, sea en forma de venta o de donación, porque de ese lado está el derecho y la justicia.
No sé si esta postura me desalojará de los círculos pacifistas, pero no puedo dejar de recordar al Comité de No Intervención en la Guerra de España de 1936, “una lanza extranjera en el costado de la España leal”, como lo calificó el 5 de marzo de 1938 The Manchester Guardian. No enviar armas es también una postura, evidentemente, y tiene sus beneficiarios.
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