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Enmienda a la totalidad

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Hace unos años, una abogada penalista de mi ciudad contaba que los casos penales más gordos, los que implicaban a macrojuicios de traficantes y esos asuntos, se los llevaba todos un determinado abogado, al que esta gente adoraba. El profesional en cuestión no es que obtuviera mejores resultados que sus colegas. En realidad, solían ser casos armados con pruebas abrumadoras y en los que el margen de maniobra era mínimo. No era posible obtener buenas condenas. Pero el hombre en cuestión entraba en la sala y antes de sentarse ya había recusado al juez, a la fiscal y a todo lo que se le pusiera por delante. Todo ello con grandes aspavientos y voces si hacía falta. Y todo esto a sus defendidos, que no eran tontos y no esperaban resultados milagrosos, les encantaba. Y así, se iba quedando con toda la clientela.

Esto, pero ya en el nivel social, quien mejor lo ha entendido en los últimos años es la extrema derecha. Lo primero que el neofascismo ha sabido captar, con ese olfato que tan acertadamente Scurati asignaba a Mussolini, es que en las democracias occidentales hay una enorme masa de gente muy descontenta y que no espera nada de la política, que se expresa mejor en que no esperan nada “de los políticos”. En realidad no perciben que ninguna fuerza política sea capaz de mejorar sus condiciones de vida y, lo que es aún peor, esperan un futuro más sombrío y peor.

Parte importante de la responsabilidad la tiene la actual socialdemocracia española (PSOE) y europea en general, pero esto da para otro artículo, como mínimo.

Lo que ahora nos interesa es el hecho de que estamos construyendo una generación a la que hemos convencido de que no hay alternativa al mercado asfixiante, a la desigualdad y a un futuro sombrío e inapelable. Como ejemplo la solución BCE a la inflación galopante: empobrecernos hasta el punto de que ya no podamos comprar y tengan que bajar los precios.

Como contrapartida, esta generación profesa una total desafección hacia una clase política de la que, importa insistir, no esperan soluciones.

Y en medio de esta masa irrumpen los neofascismos, fuerzas políticas que no proponen solución ninguna a los problemas que asfixian a las personas, ni siquiera vienen a hablar de política, del gobierno de la polis, o de economía. Lo que presentan es una enmienda a la totalidad. Una recusación de todo el sistema, y quiero decir con ello todo el sistema democrático.

Y todo eso lo hacen con dos herramientas básicas: ruido y furia. Sus proclamas carecen de planteamientos sobre política o economía. Hablan de patrias, de odios, de banderas y de himnos (Fratelli d’Italia es la primera estrofa del himno italiano), de civilizaciones únicas, (Abascal: “hay muchas culturas pero una sola civilización”), de exclusiones de todo lo diferente, pero sobre todo, por debajo de todo ello deslizan un mensaje primigenio: la democracia, tal y como la conocemos “no sirve”, y la prueba es que puedes ver todos los días que no soluciona tus problemas. Y aquí estamos nosotros, que venimos a corregir esta situación con nuestra enmienda a la totalidad.

Y se dirigen con este mensaje vacío de todo contenido, pero lleno de palabras altisonantes (Dios, Patria, Familia) a una masa votante que saben que no espera soluciones. No se equivoquen, quien vota a la extrema derecha hoy (más allá de un sector de población que la sabe defensora de sus privilegios, pero que no es mayoritaria) no espera para nada que un gobierno de este tipo resuelva sus problemas. Lo que esperan es una convulsión, un revolcón (revolución es un sinónimo más) hacia no se sabe que, ni para que, porque eso no importa. Importa que los saque del sistema actual.

Son como los narcos de los que hablaba al principio, que saben de su condena inevitable y se entregan al ruido y la furia, porque al menos les entretiene, y en algunos casos incluso les divierte. Cuenta Scurati, en su monumental “M el hijo del siglo”, que Benedetto Croce, padre del liberalismo italiano fue a oír un mitin de Mussolini y le pareció “un gran actor” y “un tipo muy divertido”.

Puede que incluso a una parte les de incluso esperanza. Una esperanza que hoy la ortodoxia económica y social les niega. Esta masa, que no es menor, es la que ha olfateado, con el fino olfato del depredador al acecho, la extrema derecha en nuestro país y en todo occidente.

Y visto lo visto, aquí y en los alrededores, el ruido y la furia avanzan imparables frente a unos partidos que no saben que hacer, incapaces de recuperar su esencia ideológica, aquella que llevó a crear el estado del bienestar, a repartir un poco mejor la riqueza y a generar ascensores sociales que mejor o peor funcionaban.

La enmienda a la totalidad se consolida.

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