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Tras los fastos...

Antonio García Gómez

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Tras el sacrificio del cordero pascual, paseado, venerado y jaleado, entre sahumerios de incienso y miedo cerval, por la ombra de la eternidad que deseamos evitar, el sacrificio festero, el sacrificio de la muerte y la sangre, sobre el albero, viva la muerte, viva el rito del paseíllo de colores y monteras cuajadas, ante la gente bien, terno y peineta, olor a azahar y pedrería de pitiminí, mantones de Manila, y pañuelos de seda asomando desde el bolsillo de la chaqueta.

De nuevo el pecado que será perdonado en última instancia enseñoreado sobre la plebe rendida. Barrabás rehabilitado, Jesús condenado, y que siga la fiesta, una vez ya expulsadas las lágrimas a echar a rodar sobre los mofletes.

Fin de fiesta, inicio de nuevos jolgorios. La solemnidad a prueba de infieles y descreídos. Y, de nuevo, como ya recitó la canción: “La vida sigue igual”. Naturalmente, como siempre, anodina, intempestiva y fugaz.

Y los Luceño y y los Medina enchiquerados ante la Justicia, que ya veremos en qué queda todo, por unas mascarillas de nada, caras y de baratija, por las que ganaron una pasta, puestos ante el juez, serenos, porque saben que esos trances van en la propia imagen de vainas de muchos pedigrí. Aunque el Ayuntamiento de Madrid, como intermediario de la desvergonzada acción, quede libre de toda responsabilidad. Pasaba por allí el noble y el conseguidor de turno, el regidor y la asesora, caídos en falta, en exclusiva los señoritos, habrán de hacer el papelón de… irse de rositas, mientras que los de mando en plaza pues a bailar la desfachatez con una sonrisa que hiele hasta el tuétano. Y si no al tiempo.

En tanto, “el muerto al hoyo…” y el “hijo de dios” a los cielos, a la espera de la multitud resignada y contenida, porque la amenaza de la condena eterna planeará sobre los más pobres e ignorantes, rendida a los pies del misterio y la esperanza que nunca se perderá, por una eternidad prometida que nadie ha visto.

A expensas de que se nos olvide aquello de que “si no hay amor nada vale nada”. A efectos de que no interese mucho lo que ya dijo en sacrificado, muerto y resucitado, Maestro alabado, y que vuelva, antes que tarde, el odio elevado a la máxima potencia, especialmente contra los más débiles, por pobres, por impertinentes, seguramente también por rojos, en este mundo que ya han dictaminado que es “un valle de lágrimas” y poco más.

Y, en cualquier caso, el Imperio romano seguirá gobernando el mundo, y “los judíos” cargarán con la culpa de haber “crucificado” al buen “hijo de dios”. Aleluya y Amén. Y nos quedaremos con la imagen de Pilatos lavándose las manos y librando a la grey católica de la no existencia de una semana santa, anualmente, de pasión y penitencia, de fastos y autos de fe muy bien organizados, de gran resonancia mediática.

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