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¿Por qué ganan los intolerantes?

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Uno se pregunta cómo es posible que la ultraderecha, que no son tantos como los demás, sea capaz, en este país de fosas comunes nunca abiertas, de congregar a tantos jóvenes que nunca escucharon hablar del Pacto del Olvido. Mientras, la izquierda resquebrajada apenas reúne a decenas, en el mejor de los casos, de nostálgicos.

Miren ustedes: ayer asistí en Las Palmas de Gran Canaria donde resido, a un grupo de trabajo anti-OTAN. En primer lugar, y con todo respeto por las canas, hacía tiempo que no me sentía joven y les puedo asegurar que no fue mérito mío. Por otro lado, poco tardó en saltar la discrepancia sobre si la paz a toda costa o si la defensa cuando nos ataca el “imperialismo” es legítima o no. Por no hablar de las posibles actuaciones: recogidas de firmas, reparto de panfletos. Lo de siempre. Mientras nosotros estábamos allí, otro grupo, de unas veinte personas, ajenas a nuestra labor, organizaban a doscientos metros, una concentración por la autodeterminación del Sáhara Occidental.

Yo no sé si el mundo se puede cambiar en algo. Últimamente, no ando muy optimista. Lo que sí tengo claro es algo: así no iremos nunca a ninguna parte.

Creo que hay tres principios de actuación que los colectivos de personas que defendemos los derechos humanos, (ecologismo, feminismo, pacifismo, republicanismo, justicia social, libertad sexual, igualdad social, tolerancia de razas y de edades, diversidad funcional, etc.), debemos seguir de modo simultáneo y coordinado:

- Concordia res parvae crescunt, como dijo Salustio. O sea, que la unión hace la fuerza. Recuerdo la fábula de los dos conejos de Iriarte: las facciones de la izquierda matándose a tiros en las calles de Barcelona en el 38 porque había que definir si la república sería socialista o anarquista mientras las tropas de Franco esperaban a las afueras de la ciudad para entrar sin pegar un solo tiro. Así andamos todavía, cada uno con su bandera: violeta, arcoíris, blanca, roja o tricolor. La ultraderecha lo tiene claro: los símbolos son importantes y el suyo es la bandera nacional. Solo con eso han ganado ya las elecciones.

- Uso masivo de redes sociales: la cantidad de veces que me aparece en las últimas semanas el rostro de la señora candidata del partido de ultraderecha a Andalucía en las noticias de Instagram es apabullante (y miren bien que no pronuncio su nombre para que los algoritmos no se sigan disparando). También lo tienen claro: ellos lanzan polémicas continuas que la prensa de izquierdas recoge sistemáticamente para estar en el candelero, también de la prensa de izquierdas. No importa que se hable bien o mal de ellos. Lo importante es que se hable. Es el elefante de Lakoff. Así ganó Berlusconi las elecciones durante veinte años. Para que la ultraderecha pierda fuelle hay que dejar de nombrarla, de escribir sus siglas y sus nombres propios. Por otro lado, hasta que no entiendan los ancianos señores de la izquierda que hay que trabajar con las redes sociales, seguiremos igual. ¿O cómo creen que fue posible la Primavera Árabe?

- Eventos con la prensa cerca: escraches públicos, performances, resistencia pacífica. ¿Que nos detiene la policía? Pues claro. Pero ahí estará la prensa. ¿Que nos juzgan? Pues claro. ¿Qué quieren? ¿Ganar la lotería sin comprar el décimo? Piensen en Martin Luther King o en Gandhi que llamaban a los periodistas antes de ponerse delante de las masas o sacar un puñado de sal del Índico. Piensen en Greta Thunberg que se fotografía delante del parlamento sueco cada semana para aparecer en Instagram.

No hay otra forma, señores defensores de los derechos humanos: unión, redes sociales, eventos. Habrá que inventar una única bandera. O mejor: reconquistar la bandera.

Hay que dejar de ser antisistema y anti todo. Porque el lenguaje es poderoso. Las “fuerzas de intervención de paz” son los que vivimos pacíficamente, no el ejército. España son los hijos de los obreros, los que luchan por el paisaje, por las conquistas de las mujeres, por la libertad sexual, por el derecho de los inmigrantes, por la diversidad, por la paz, los que se levantan cada día para vivir de su sueldo y los que malviven porque un sueldo no lo tienen. Nosotros somos los síes, los pros; ellos son los antisistema, los que no creen, porque nunca creyeron, en la democracia, en la de verdad.

Hay que ser positivos y actuales. Y hay que unirse.

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