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Garzón y la mujer del César

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Pudiera ser la primera pena de telediario de la historia: Publio Clodio Pulcro fue acusado y absuelto de intentar seducir a Pompeya, esposa de Julio César, pero éste se separó de ella alegando que “Mi esposa debe estar por encima de toda sospecha”, lo que supuso cuestionar su inocencia ante la audiencia de los telediarios del siglo I a.C. El alegato ha pasado a la historia como sentencia, “La esposa de César no sólo debe ser honesta, sino parecerlo”, usada en asuntos relacionados con la reputación. Cicerón cita, en Cartas a Ático, las palabras de Publio C. Pulcro sobre si había sobornado al juez: “Si me preguntáis el porqué de la absolución, contestaré: la necesidad de dinero de los jueces y su falta de honradez”, pero eso es otra historia.

Alberto Garzón (1985) parece que lleva en política desde los 80, cuando la realidad es que nació en 1985. En 2011 tenía 26 años, una edad que hoy parece equivaler a lo que en los 80 era el pavo de los 15/17, una edad propicia para los errores y propensa al carpe diem y la irresponsabilidad. Con 26 años, Garzón era diputado. ¿Qué necesidad tenía, en la flor de la vida, de exponerse de esa manera? ¿De asumir la coordinación de una formación política en horas bajísimas? ¿De jugársela moviendo el sillón al bipartidismo, peligroso como una fiera acosada? Eso hizo, y más.

Alberto, antes de los 40, ha vivido y sufrido las mieles y las hieles de la política, desde la base hasta el Consejo de Ministros, ha gozado del reconocimiento popular, ha subido las colinas de la fama, ha bajado al infierno mediático, se ha dejado la piel en las uñas de amigos y enemigos… como muchos otros y muchas otras. Alberto ha tenido muchos aciertos en la etapa vital en que la inmensa mayoría aprende de los errores. Mientras fraguaba la Historia, formó familia, meditó, sopesó pros y contras, echó la vista atrás, miró al futuro y decidió. Alberto Garzón tomó la decisión de dejar la trinchera política y volver a una vida civil que no ha tenido tiempo de construir. Ha dejado la política, pero la política no lo ha dejado a él. Es complicado, sólo se ha conseguido en casos muy contados y no siempre de forma definitiva.

40 años, una familia y una nueva vida por delante. Hay que buscar trabajo. Llega una tentación que acepta y, con ella, el escándalo. Un error de novato agita el tablero político con el bipartidismo esgrimiendo el “todos somos iguales” y la izquierda, su izquierda, haciéndose el harakiri en la barriga de Alberto. Ríos de tinta y dentelladas tertulianas se desatan en los medios, sin piedad: la pena del telediario. Las élites políticas afilan las hachas dispuestas a hacer leña del árbol, aunque no haya caído. Alberto, a diferencia de Nadal y su sostenella y no enmendalla, recapacita, rectifica y poda argumentarios.

Todos los dedos señalan el pecado: la contrición no importa. Alberto ha errado y el perdón no es opción en un país adicto a los autos de fe y la justicia sumarísima. Un error, “El Error”, esperado con ansiedad por quienes no soportan el triángulo rojo en su solapa y aprovechado por quienes aplaudieron el triángulo rojo en su solapa. El tropiezo tiene difícil encaje en la lógica porque ya desde el nombre, Acento Public Affairs, olía mal el negocio elegido cuyos socios apestan a lo peor del bipartidismo y la política: José Blanco, Alfonso Alonso, Miquel Gamisans, Elena Pisonero, José María Lassalle, Rubén Moreno, Valeriano Gómez, Elena Valenciano, y el teniente general Ignacio Bengoechea forman parte de esta cloaca donde ha estado a punto de recalar Alberto Garzón.

Como Pompeya, el expolítico de izquierdas debe ser honesto y, sobre todo, parecerlo. Su juventud toca retirada y es hora de aplicarle un refrán que viene al pelo de su bisoñez, madura como pocas en la política española: tropezar y no caer, adelantar camino es. Gracias, Alberto, por tus aciertos y tus errores.

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