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Las izquierdas y el diálogo

Jesse Berker

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Ante la debacle del 28M, algunos y algunas tememos que vuelva a suceder lo que ha pasado tantas veces: la práctica desaparición de auténticas visiones de izquierda del horizonte electoral. Parece que en condiciones de crisis las izquierdas pueden cosechar éxitos durante un par de ciclos electorales, pero a largo plazo las reglas del juego no favorecen nuestro modo de pensar y actuar. Nuestros razonamientos matizados y desacuerdos abiertos se ahogan en la demagogia de los medios y partidos conservadores.

Pero no sólo es eso. La reciente crispación entre partidos de izquierda defrauda porque los y las que nos definimos “de izquierdas” aspiramos a una sociedad basada en el debate y el consenso, en contraposición con la sociedad que conocemos, basada en la coerción y la obligación. El 15M produjo el experimento inspirador de una pequeña república asamblearia e igualitaria. Pablo Iglesias y compañía aprovecharon el momento para salir en los platós más visibles del país y demostrar que podrían triunfar los argumentos progresistas en un debate en igualdad de condiciones. La diversidad de los actores públicos, proyectos de periodismo (como eldiario.es) y partidos políticos, nuevos y viejos, que se han sumado a esta marea ha sido emocionante. Porque lo que conforma un verdadero movimiento de izquierdas es un tejido de voces y visiones dialogantes, que se escuchan y se complementan.

Es cierto que muchas veces las revoluciones de izquierdas han desembocado en estados totalitarios, pero hay otro antecedente de la izquierda actual más útil, y no poco sorprendente. Lo rescatan el antropólogo David Graeber y el arqueólogo David Wengrow en su libro El amanecer de todo: Una nueva historia de la humanidad. Empezando en el siglo XVI, los jesuitas y otros colonos franceses entablaron extendidos debates con indígenas norteamericanos sobre la sociedad. Algunos de estos diálogos interculturales fueron reproducidos en forma de libro, convirtiéndose en un género literario de gran popularidad en Europa, leído por todos los filósofos de la ilustración francesa, e imitado por pensadores como Montesquieu o Rousseau.

En estas conversaciones, las poblaciones wendat, iroqués, o mi’kmaq no sólo defendieron modelos sociales basados en la libertad total del individuo o la ausencia de las jerarquías de poder—ideas inauditas en la Europa del siglo XVI—sino que en su forma de dialogar proporcionaron los modelos de reflexión e intercambio de ideas que necesariamente sustentan una sociedad basada en el consenso. Los misionarios jesuitas se asombraban de la capacidad de razonamiento y argumentación que poseían sus interlocutores, muy por encima de la mayoría de los europeos. En cambio, los y las indígenas observaban que cuando los franceses se reunían en grupo se interrumpían continuamente y presentaban argumentos facilones. Veían las conversaciones de los colonos como una lucha desesperada de cada uno por imponerse sobre los demás.

Por supuesto, estos grupos de indígenas norteamericanos no respondían al estereotipo del noble salvaje, simple y puro. Eran seres humanos en toda su complejidad: amaban y odiaban, guerreaban y algunos cometían crímenes de sangre. Sin embargo, su sociedad era el modelo de democracia directa que persiguen las izquierdas de hoy, y sus ideas tuvieron una gran influencia, ocultada por el olvido, en nuestros conceptos modernos de libertad e igualdad.

Pero a menudo no somos capaces de seguir su ejemplo, porque nos hemos criado en una sociedad donde hay que vencer para valer. Y si no, pensemos en la última vez que tuvimos una discusión política acalorada. ¿Cuál era el principal objetivo: entender las opiniones de los demás o demostrar a toda costa que la nuestra era la más adecuada?

Los partidos de izquierda ahora no sólo tienen que mostrar unidad. Tienen que dejar claro que no son machos y hembras alfa, que su pasión por la política se debe a la posibilidad de tejer redes diversas y colaborativas de actores políticos y sociales. No debería ser difícil, porque realmente piensan así, siempre y cuando no se dejen llevar por el ego. Cuando entran en escena los egos individuales, caen en el juego de la derecha, en lo que Javier Gallego llamó el otro día La Trituradora. Han conseguido mucho en los últimos años: ojalá sea sólo el principio de una nueva forma de hacer política en España.

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