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Juan Carlos I ¡Presente!... y ausente

El Rey emérito, Juan Carlos I.

Juan Torrens Alzu

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No se entiende muy bien cómo a alguien investigado por la fiscalía suiza y la española por corrupción y blanqueo de capitales se le permite lo que en lenguaje cheli se conoce como “darse el abierto” e irse al extranjero. Nada como la grandeza de la patria, aunque la del extranjero parezca ser aún mayor. ¿Blanco y en botella?. No, negro y en maleta.

Es del dominio público que la familia del Demérito vivía de prestado en Portugal cuando, a los diez años fue acogido por el Caudillo para prepararlo como futuro monarca de España: no tenían un duro. En 1977, recién estrenada su corona, solicitó un préstamo al entonces príncipe saudí Fahd Bin Abdulaziz de 100 millones de dólares al cero por ciento de interés “para fortalecer la democracia”, aunque parece que apenas una ínfima cantidad llegó a Moncloa, y el grueso de la transacción se quedó por el camino, sin que se sepa a día de hoy si ese préstamo fue restituido o no. Ello no fue obstáculo para que en el año 2012 el New York Times estimara en 1.800 millones de euros la fortuna del que fue Jefe del Estado desde 1975 hasta 2014 gracias, según dicen, a las comisiones que se le pagaban por cada barril de petróleo que compraba el reino entre otros negocios de similar honestidad.

Numerosos han sido los chanchullos que a través de los años han florecido a pesar de los intentos de los servicios secretos españoles por ocultarlos; la prensa ha silenciado sistemáticamente, de buen grado o aleccionada persuasivamente por los servicios de inteligencia, las maniobras financieras del monarca, aunque, finalmente, no hayan conseguido ocultarlas gracias a las informaciones proporcionadas por tabloides extranjeros y fiscalía suiza, aireando alguna de las últimas “mordidas” del monarca. No han faltado voces reclamando que el dinero en cuestión sea destinado a fines sociales o donado a la Sanidad. No parece lo más adecuado obviar la rendición de cuentas imprescindible en la máxima autoridad de un país ni mucho menos saldar las irregularidades y posibles delitos con una donación que, encima, le lave la cara, renunciando a conocer la verdadera dimensión de sus tejemanejes. Otros intentan desligar sus actuaciones de la institución monárquica aunque resulta difícil creer que el actual Jefe del Estado desconociera los negocios de su abdicado padre. O está muy mal informado o...

De cualquier manera, por muchas fechorías, desmanes y perjurios que haya cometido desde que juró lealtad a los principios de la dictadura franquista hasta la carta enviada recientemente a su hijo intentando lavarse la cara, no son el meollo del asunto. El fondo de la cuestión está en la Constitución que, en su artículo decimocuarto señala que: los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social, aunque en su epígrafe 56.3 asegura que “La persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad.”

Me cuesta entender cómo se puede afirmar lo primero si se acepta lo segundo, a menos que el que ha sido Jefe del Estado durante cuarenta años en realidad... no sea español y venga del planeta Raticulín, ¡que todo podría ser!

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