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Sobre la libertad
Se están produciendo últimamente manifestaciones y protestas que claman por la libertad: libertad para no llevar mascarilla, para salir a la calle y moverse sin restricciones, para decidir la educación de los hijos, etc. La mayoría de ellas, por no decir todas, están encabezadas, abanderadas y a menudo promovidas por C's, PP y Vox, dicho sea de paso. Pero más allá de su clara vinculación con la idea neoliberal que guía a estas tres formaciones, estas protestas están reabriendo un debate que, en una sociedad europea moderna como la que se supone que tenemos en España, debería estar ya más que cerrado y aceptadas sus conclusiones por todos los ciudadanos. Se trata del debate entre libertad individual e interés general.
En resumidas cuentas, la postura de quienes abogan por la libertad individual por encima de todo la resumió perfectamente Aznar cuando dijo aquello de “quién te ha dicho a ti que quiero que conduzcas por mí [...] déjame que me beba mi vino tranquilo”. Se trata básicamente de poner la libertad individual por encima de todo, de reivindicar un inexistente derecho a hacer lo que a uno le dé la gana sin tener en cuenta a los demás, algo que, si se analiza un poco, resulta del todo inviable e injusto en una sociedad en la que uno tiene que convivir con 47 millones más de personas. Lo mismo sucede con las mascarillas, con las restricciones a la movilidad, con la contaminación, con el ahorro de recursos, etc.
En realidad, este planteamiento de anteponer la libertad individual y de no aceptar que esa libertad acaba donde empieza la de los demás refleja, más que cualquier otra cosa, una inmadurez y un egoísmo propios de quien no es capaz de adaptarse a la vida en sociedad. Por mucho que los manifestantes se llenen la boca gritando libertad como si fueran William Wallace o Emiliano Zapata y que se crean que están contribuyendo a liberarnos a todos de la tiranía del Gobierno, en realidad no son más que individuos inadaptados, insolidarios e incívicos, como niños malcriados que se han acostumbrado a salirse siempre con la suya a costa de todo y de todos.
Pero lo más triste es que, detrás de esos individuos, no hay convencimientos ideológicos -que, por otro lado, no aguantarían el más mínimo debate- sino intereses económicos a los que la libertad (en este caso financiera en forma de desregulación y de privatización de ganancias) les resultaría muy beneficiosa en detrimento de lo público, lo de todos, a lo que una mínima solidaridad y sentido cívico les obligaría a contribuir. Es el caso, por ejemplo, de la educación concertada, que reclama su libertad y su derecho a cobrarles a los padres y a que el estado les subvencione mientras utilizan a los niños en sus protestas sin ningún reparo ni moral ni de ningún tipo. En este punto, sobre el tema de la nueva ley de educación, recomiendo a todo el mundo leerla o, como mínimo, leer algún análisis riguroso que la explique antes de criticar y difundir bulos, porque para lo que sí que hay libertad es para hacer el ridículo y mucha gente la está ejerciendo últimamente con maestría
En definitiva, el debate aquí no es libertad o restricción, sino sociedad o individuos, solidaridad o egoísmo, Estado o ley del más fuerte, Europa o EE.UU. Y basta con comparar ambos modelos para ver cómo trata cada uno a la mayoría de sus ciudadanos.
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