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¿Y las mujeres afganas, qué?

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Mucho se ha comentado de Afganistán estos días. Sobre todo desde que los talibanes se hicieran con los mandos del gobierno del país. Toda aquella persona que haya sentido curiosidad por el tema se ha podido informar ampliamente a través de los medios de comunicación. Ha quedado perfectamente documentado que los talibanes tienen una ideología fundamentalista islámica y que, por lo tanto, practican un islamismo ultra conservador. Esto es, aplican los principios del Islam en la forma en que ellos lo entienden. Cuando en 1996 tomaron el poder y proclamaron el Emirato Islámico de Afganistán, censuraron el cine, el teatro y la televisión; prohibieron la escolarización de las niñas y que las mujeres pudiesen trabajar. A éstas les impusieron el burka. Eran frecuentes las ejecuciones públicas, incluyendo lapidaciones. Desde los países occidentales nos alarmamos cuando vimos como destruían, con disparos de tanques y cohetes, dos estatuas de Buda que fueron construidas sobre el siglo V.

Los gobiernos no intervenían en los asuntos internos del recién nacido Emirato fundamentalista. Era como si obviasen al vecino molesto, mientras que éste no representara ninguna amenaza para nadie. La falta de respeto de los derechos humanos era un asunto interno de los talibanes. Sólo cuando el terrorismo islámico de Al Qaeda atacó y destruyó las Torres Gemelas en Nueva York y su líder Osama Bin Laden se refugió en Afganistán y el gobierno talibán se negó a entregarlo, fue cuando la OTAN les declaró la guerra.

Han pasado veinte años. Los talibanes fueron derrotados (aunque al parecer nunca del todo) y Afganistán gozó de un gobierno de un signo distinto durante esos años. Gobierno corrupto, eso sí, pero amigo. Pero también hay que reconocer que la mujer afgana gozó durante esos años de unos derechos, dentro de los límites de la cultura islámica, que habían perdido con la llegada de los talibanes.

Nada más retirarse las tropas de la OTAN, los talibanes vuelven a ocupar el poder en Afganistán. Esta vez sin disparar un sólo tiro. Ha bastado que las tropas extranjeras se replegasen para ocupar el espacio político que perdieron.

Los gobiernos occidentales sólo le piden a los talibanes que no creen una nueva guarida para los terroristas islámicos en su territorio. No entran a valorar el regreso a la falta de derechos de las mujeres afganas. Y si lo hacen, lo dicen con la letra pequeña. Tanto China como Rusia, países dónde el respeto por los Derechos Humanos brilla por su ausencia, también han exigido al nuevo gobierno talibán que no acoja a terroristas que amenacen sus respectivos territorios. Rusos y chinos han visto la ocasión propicia para establecer tratados comerciales con el nuevo gobierno talibán con el fin de aprovechar tanto la situación geográfica del país como sus recursos mineros.

Los talibanes, por su parte, están tratando de mostrar al Mundo cierta moderación en el trato con las mujeres. Buscan el reconocimiento internacional de su Estado y ello supone “evitar los escándalos que molesten a los vecinos”.

Supongo que, al final, llegarán a reconocerlo. No sería de extrañar. Al fin y al cabo el próximo Mundial de fútbol se va a celebrar en Qatar, que no es precisamente ningún un ejemplo de libertad e igualdad. Será como oír que tu vecino maltrata a su mujer y actuar como los monos de Gibraltar.

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