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Las mujeres limpian las lápidas del cementerio

Una mujer observa su teléfono mientras otros visitantes esperan para lavarse las manos

Ana Belén Pérez Villa

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Las mujeres limpian las lápidas del cementerio. A veces prefieren la soledad, a veces llevan flores, a veces solo limpian y retiran las macetas desconchadas y las hojas secas. Las mujeres que limpian las lápidas del cementerio son nuestras madres y abuelas, nuestras hermanas, nuestras compañeras, nuestras vecinas. Todas conocemos a las mujeres que limpian las lápidas del cementerio. 

Las vemos de pie, en silencio, moviendo los labios, murmurando alguna oración, con las manos cruzadas, sujetando un trapo, reponiendo las flores porque hoy es un día especial, una fecha señalada, un aniversario. A veces se persignan, a veces lloran, a veces tocan la lápida o el nicho con ternura, como si el mármol helado tuviera corazón. Buscan la paz, limpian la lápida para que el polvo no se coma la dignidad, incluso el nicho de al lado, para que el viento no comparta las telas de araña, para que la limpieza del nuestro no sea en vano. Ese vínculo con la muerte dice mucho de la vida.  

Acuden solas, pero sin renunciar a la compañía de otras mujeres que también limpian lápidas. Todas van a lo mismo, el encuentro es intuitivo, saben que comparten lo más íntimo. Se deshacen con la primera tumba, y luego suelen peregrinar por otras que mentalmente ya tienen marcadas. 

Las mujeres que limpian las lápidas conocen perfectamente las entretelas de la vida. Muchas de estas mujeres se han dejado la piel cuidando y amortiguando la vida de los otros, y así hasta el final, hasta ser testigos de la paz que desprende el último aliento, en el borde de la cama, en el borde de lo físico. Todas conocemos a esas mujeres, aquellas que acompañan a sus seres queridos hasta la muerte. El legado que estas experiencias transitorias han dejado a estas mujeres es incalculable. Poseen un capital intangible que las eleva a diosas, porque el trabajo emocional y físico que han empleado durante el proceso es extraordinario. Y son ellas, nuestras madres, nuestras abuelas, nuestras vecinas, las mujeres que limpian las lápidas del cementerio, y también somos nosotras. 

Las mujeres que limpian las lápidas son las vigías de la muerte digna, son tan sabias que sin hablar comprenden, porque comparten un viaje visceral con el dolor y el sufrimiento. Saben que no todo tiene cura, que la muerte es parte de la vida, y que la dignidad es el momento presente. Decía la psiquiatra Ana Castaño en una entrevista para eldiario.es que “son las mujeres las que se han asociado en mayor número a la Federación de Asociaciones por el Derecho a Morir Dignamente, lo que es un signo inequívoco que la mujer tiene una mayor conciencia sobre todo aquello que rodea a la muerte, y por tanto, también sobre lo innecesario del sufrimiento en muchos casos”. Y por tanto, reivindica imprescindible el punto de vista de la mujer en el debate sobre la eutanasia. 

Colocar la vida en el centro es pensar en la vulnerabilidad del ser, en nuestra fragilidad, en nuestras miserias y limitaciones, en nuestra decadencia, en lo inevitable. Es desprenderse del personaje y conectar con lo que somos. Las mujeres que limpian las lápidas del cementerio conocen esa sensación placentera de despojarse de las apariencias, porque poco importan. 

Hace poco leía un ensayo del académico e investigador Arnoldo Kraus, La eutanasia es femenina, donde se preguntaba “si podría ser diferente la situación actual de la eutanasia en el mundo si fuesen mujeres quienes tomasen las riendas del asunto” y mencionaba algunas frases del libro de la Premio Nobel de Literatura 2015, Svetlana Aleksievich, 'La guerra no tiene rostro de mujer', que conectan con el sufrimiento, con los cuidados, con la muerte: “Sabemos sufrir y contar nuestros sufrimientos… Para nosotras, el dolor es un arte. He de reconocer que las mujeres se enfrentan a este camino con valor [...] …la visión del ser humano es imposible sin la noción de la muerte. Que el misterio de la muerte está por encima de todo”.

Son las mujeres las que limpian las lápidas del cementerio, las que históricamente han sido educadas para el cuidado, para ser sensibles y entregadas, para gestionar situaciones de sufrimiento, porque siempre están en la primera fila del dolor, con la red a punto, las que consuelan, empatizan, acompañan y sienten compasión, las que han asumido los cuidados paliativos y saben mejor que nadie cómo es el camino hacia la muerte. Escuchemos la voz de las mujeres.

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