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La niña que no creía en los Reyes Magos

Los Reyes Magos han llegado este martes a Madrid, sin cabalgata y sin su estela de dulces, con "toneladas de ilusión y esperanza" acompañando sus regalos para los más pequeños , y también se han acordado de los más mayores, los abuelos y las abuelas. EFE/ Kiko Huesca

Begoña Calderón Martínez

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He cumplido 50 años. Cada 6 de enero veo en televisión, oigo en radio, leo en periódicos que los Reyes Magos de Oriente ya han llegado, dejando regalos a todo el mundo (o a casi todo). Este año, además, he oído que son inmunes al coronavirus. 

Yo nunca he creído en los Reyes Magos, ni en Papá Noel, ni en Olentzero. En mi casa nunca me engañaron. Siempre supe que eran personajes ficticios, y cuando los veía en cabalgatas, centros comerciales o televisión, sin que nadie me lo explicara, era consciente de que se trataba de personas disfrazadas. 

Cuando se acercaban las navidades, recuerdo que iba con mucha ilusión al economato de juguetes a elegir mi regalo. Me encantaba ese día. Si durante todo el año había querido una cosa para el día de Reyes, al llegar a aquel lugar repleto de juguetes, cambiaba de opinión y salía con un regalo distinto al que tenía pensado. 

Después de las vacaciones de Navidad, en el colegio nos preguntaban por los regalos que nos habían traído los Reyes Magos. Los otros niños y niñas levantaban la mano emocionados para contar qué se habían encontrado en los zapatos. Yo contaba lo que me habían comprado mis padres en el economato de juguetes (obviando inconscientemente que había ido yo con ellos a comprarlo). Nunca había imaginado que el resto de niños y niñas no sabían lo que yo sabía. No reparé en que siempre se hablaba en tercera persona del plural, y que el sujeto eran los Reyes Magos. Para mí, era una forma de hablar. 

A los 8 años descubrí que el resto de compañeros y compañeras de clase realmente creían que eran los Reyes Magos que venían de Oriente quienes traían los regalos. No sé muy bien cómo sucedió. Quizás porque pregunté a mis padres, y ellos me explicaron que a los niños y niñas se les engañaba y pensaban que existían de verdad. El caso es que un día conté a todas mis amigas y amigos la verdad, y la noticia corrió como la pólvora por la clase. No fui consciente hasta años después de la tragedia que provoqué a mucha gente, que en casa lloraron desconsoladamente ante sus padres al confirmar mi revelación. 

Tampoco reflexioné sobre cómo vivía yo el día de Reyes cuando era pequeña, hasta que una amiga me lo preguntó. Y fue en ese momento cuando me di cuenta de que lo vivía con naturalidad. Pensaba que todos los niños y niñas sabían que los Reyes Magos eran personajes imaginarios. En mis tiempos, el Rey Baltasar era una persona blanca con la cara pintada de negro. ¿Realmente el resto de los niños no se daba cuenta? Los Reyes de la tele y los de la Cabalgata no eran los mismos. Era obvio que estaban disfrazados. ¿Solo yo lo veía? Y no podía ser que, si eran Magos, los mejores regalos fueran para los niños y niñas que más tenían. ¿También a eso le daban explicaciones los padres mentirosos? 

Lo curioso es que dentro de esa normalidad, mis padres nunca tuvieron que darme explicaciones, porque nunca me engañaron. No se esforzaron en hacerme ver que los Reyes Magos no existían, porque esa era la normalidad y lo que yo veía desde mi inocencia. Los esfuerzos se hacen cuando se engaña. 

Nos dice la psicología infantil que no es bueno engañar a los hijos e hijas porque crea desconfianza. Sin embargo, la mentira institucionalizada de los Reyes Magos, Papá Noel, Olentzero... se acepta. Pues he de decir que yo nunca creí que esos personajes existieran de verdad, y no por eso dejé de disfrutar esos días. Y me alegro de no haber tenido que vivir el mal trago de descubrir que mis padres me habían engañado durante tantos años. 

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