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Que no nos engañen: el debate sobre el coronavirus es solo económico

Sillas vacías en una terraza / David Zorrakino - Europa Press

María Fernanda G. G.

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Desde el inicio de la pandemia se viene insistiendo en un falso debate que nos obliga a optar entre salud o economía.

Pero no son dos cuestiones excluyentes, más bien al contrario: entre los hosteleros, autónomos, y PYMES (son estas y sus empleados los que constituyen los colectivos que económicamente han sufrido más), también hay personas vulnerables, con enfermedades crónicas, neurológicas, oncológicas, con infartos, con embarazos, con problemas de salud mental, tienen mayores, niñas y niños con enfermedades congénitas, con problemas de desarrollo, etc, que están enfermando de COVID y requieren atención, o que precisan que no se demore durante plazos insoportables la asistencia sanitaria por sus patologías.

Esto no va de “conmigo o contra mí”. La ciudadanía quiere que la economía vaya bien, ¡por supuesto!, si a mi vecino le va bien, yo estaré mejor. Si no se cierran los bares, yo tendré trabajo o, si soy cliente, podré comer un buen menú fuera de casa, por ejemplo. Pero si no podemos garantizar el derecho a la salud, (de todas y todos, incluyendo a las personas que trabajan en los sectores más afectados), todo lo demás no tiene sentido.

Las administraciones de la derecha llevan años esforzándose en adelgazar los recursos públicos, derivando los recursos a grandes cuentas, cuyas sedes ni siquiera están en este país (ni nos conocen ni les importamos). A pesar de todo, y de sus intentos por expulsar a la gente más marginada del sistema, desde la izquierda se ha peleado por mantener un sistema universal de salud y, con grandes dificultades y muchos “peros”, hoy por hoy aguanta. Pero solo eso, aguanta. Ante la pandemia, el sistema público de salud se ha visto desbordado tanto en recursos materiales como humanos. En unas comunidades autónomas más que en otras, dependiendo de los esfuerzos llevados a cabo por los sucesivos gobiernos por hacer desaparecer lo público.

Y es en este sector donde tenemos otros dos colectivos muy damnificados: el personal sanitario y el socio sanitario. Ambos al borde del colapso, agotados física, intelectual y emocionalmente, con depresión, ansiedad, han enfermado de COVID, han quedado con secuelas, algunos han muerto. ¿Y qué piden quienes plantean el falso debate?: más y más esfuerzo. Son -somos- personas, tenemos derecho a descansar, a estar sanas, a no tener que tomar medicación para dormir, a hacer nuestros horarios, a que no se nos pida salvar al mundo sin dotarnos de los recursos necesarios.

Además no somos un colectivo estanco: tenemos, entre nuestros seres queridos, a gente que ha perdido su negocio o está al borde de hacerlo, a personas en ERTES, en riesgo de desempleo. No nos vengan, pues, con que hay que elegir, no son excluyentes las dos opciones. Habrá que hacer un ejercicio de inteligencia para proponer soluciones que nos salven a todos.

Es necesario otro debate para llegar a buen puerto: el que nos obliga a elegir entre los sectores beneficiados por la pandemia (muchas grandes empresas y capitales) y los damnificados (de los que ya venimos hablando). Es decir, en lugar de elegir entre salud o economía, elijamos entre salud y bienestar de la población o ganancias de grandes cuentas. “Seamos sinceros, tu lujo es mi ruina, o mueres o muero” (La Raíz, “Jilgueros”).

Veamos el asunto desde las perspectivas que erróneamente nos han venido dando como opciones a considerar, es decir, desde la perspectiva de la salud y la de la “economía”:

1.    Pensemos, desde el punto de vista de la salud, por qué es tan dañina esta pandemia: porque es muy contagiosa, y cuando llega a personas vulnerables (crónicas, hipertensas, obesas, ancianas, inmunodeprimidas, etc etc) puede poner en serio peligro sus vidas. Al ser tan contagiosa, son muchas las personas vulnerables que enferman, que necesitan ser asistidas en los servicios sanitarios de atención primaria y hospitalaria, precisando en muchos casos cuidados intensivos durante largo tiempo.

Y aquí está el problema: si hubiera una red de Salud Pública fuerte para el seguimiento de casos y contactos, que pudiera garantizar las cuarentenas, si hubiera camas y servicios suficientes para atender a quien lo necesite sin abandonar al resto de pacientes afectos de otras patologías, podríamos permitirnos el conservar en mejores condiciones la actividad económica. Sin embargo no podemos porque el sistema público de salud está raquítico, y aunque las CCAA pueden valerse de los recursos sanitarios privados para afrontar esta crisis, tal y como se reguló desde el principio de la pandemia, no lo han hecho. Se usaron modestamente algunos servicios que luego la patronal del sector ha querido cobrarlos a precio de oro a la administración (patronal que además ha querido aprovecharse reclamando también los beneficios no obtenidos a causa de la crisis).

Existe, pues, la posibilidad real y legal de utilizar todos los recursos privados para la atención de toda la población, ¿por qué no se ha hecho? Porque hacerlo significaría “molestar” a los amigos, a quienes apoyan a los gestores autonómicos, a los grandes capitales, a las familias bien situadas que usan esos servicios. ¿Es justificable, por estas razones, haber dejado a cientos de ancianos morir sin atención sanitaria en las residencias? ¿Es ético por parte de los gestores de las Consejerías de Sanidad? ¿Es moralmente aceptable, como sociedad, que miremos para otro lado?

No, no lo es. Volvemos así al verdadero debate: elegir entre salud y bienestar de la población, y las cuentas de los grandes capitales.

2.    En segundo lugar, y desde el punto de vista de la economía, reconozcamos dos polos enfrentados: el de los que se han beneficiado (en muchos casos exponencialmente), y el de los que hemos perdido (colectivos sanitarios y sociosanitarios –la pérdida de salud va siempre aparejada de empobrecimiento-, autónomos, asalariados, empleadas del hogar, PYMES, el Estado -que ha tenido que redirigir fondos para apoyar a damnificados-, en fin, todos los españolitos de a pie). Si nuestros dirigentes fueran responsables y valientes emprenderían medidas excepcionales y firmes que obligaran a la redistribución de esas ganancias vía impuestos o como normativamente considerara que fuera posible. Sí, de manera excepcional y temporal, pero firme. Habrá que equilibrar la balanza. De eso se trata vivir en el “primer mundo”, de reducir las desigualdades, de proteger a los vulnerables, de facilitar la vida digna, de progreso colectivo, de paz social.

Sin embargo, ni se propone ni se habla de ello. ¿Es justificable dejar en el umbral de la pobreza a miles de personas o sin empresa a miles de empresarios? ¿Es ético por parte de gestores y legisladores ignorar el destino del dinero?¿Es moralmente aceptable, como sociedad, que miremos para otro lado?

No, no lo es, así que no aceptemos el juego tramposo de elegir entre salud y economía. La verdadera disyuntiva en esta crisis sanitaria y económica está en optar por salvar la economía de todos o la del gran capital.

Nosotras, nosotros, la gente, tendremos que seguir cuidándonos responsablemente con las medidas preventivas a nuestro alcance, pero los responsables tendrán que atreverse a afrontar esta realidad poliédrica desde puntos de vista más audaces.

Y no hay más.

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