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El pecado original
El pasado 7 de octubre una serie de ataques indiscriminados e inmisericordes conmocionaron la sociedad global y golpearon la sociedad israelí, dándose de bruces contra la cruda realidad. El mito de un Estado de Israel inexpugnable y exento de riesgo se tornó un espejismo. Un sueño roto al que difícilmente podrán volver y que, probablemente, más temprano que tarde comportará la cabeza de Netanyahu.
Las crudas imágenes de las milicias de Hamás acribillando sociedad civil indefensa sacudieron la consciencia de la comunidad internacional y agitaron los deseos de venganza del pueblo judío. Si bien el conflicto palestino-israelí nunca ha estado latente, ya que los palestinos cuentan por centenares las muertes y por miles los heridos año tras año, lo cierto es que en el ámbito mediático llevaba tiempo en un cierto letargo informativo. Es como si, de tan recurrentes, las muertes hubieran dejado de ser noticiables generándose una suerte de anestesia social. Por ello resulta indispensable precisar que, si bien los hechos del 7 de octubre son absolutamente repudiables y marcaran un antes y un después, estamos ante un conflicto que se remonta a mediados del siglo pasado y cuyo origen espacial radica en el viejo continente.
En respuesta a los discursos aleccionadores de ciertas voces de occidente, cabe recordar que estamos ante un problema cuyo arranque hay que buscarlo en los deseos de redención para con el pueblo judío tras la barbarie del holocausto en el corazón de Europa. La creación del Estado de Israel en el 48, mediante la división de Palestina en dos Estados a escuadra y cartabón y sin pensar en lo que ya había allí, marcó el inicio de un conflicto del que Europa, y el mundo occidental en su conjunto, debe sentirse corresponsable. La decisión de otorgar a Israel el 55% del territorio y a Palestina el 44% no reflejó la distribución demográfica de ambas comunidades, alrededor de 600.000 judíos y 1.300.000 árabes, cosa que provocó una sanguinaria guerra civil, que rápidamente evolucionó en una guerra internacional entre Israel y sus vecinos árabes. Desde entonces la evolución del conflicto no ha hecho más que acrecentar la desigualdad entre ambas comunidades.
Con la perspectiva del tiempo podemos deducir que la creación del Estado de Israel no se hizo de la mejor de las maneras. Pero 75 años después no puede ni debe desmontarse, por más que haya quien se empeñe en desearlo. Israel es una realidad y tiene derecho a existir. Pero no puede seguir subyugando al Estado de Palestina manteniendo desde 2005 un estricto control aéreo y marítimo sobre la Franja de Gaza y expandiendo sus asentamientos en Cisjordania de forma reiterada, abusiva y contraria a derecho internacional. Palestina también tiene derecho a ser un estado de facto en Cisjordania y la Franja de Gaza. Un estado independiente reconocido por todos los estados de Naciones Unidas, también España, cosa que hasta ahora no hecho de oficialmente.
Urge fijar fronteras definitivas entre Israel, Siria y Palestina. La comunidad internacional debe asumir su corresponsabilidad en el conflicto y desempeñar un rol mucho más proactivo en la búsqueda de una solución negociada que incluya la creación de un Estado palestino y garantizar la seguridad de ambos territorios. El diálogo y la cooperación son fundamentales para lograr la paz en la región.
Tanto en chino (Wei Ji), como en japonés (Ki Kai), la palabra crisis está compuesta por los caracteres peligro y oportunidad. Por duro que parezca tal vez podamos asumir esta cosmovisión oriental para afrontar la actual tesitura. Si bien que el sufrimiento de las personas en ambos lados del conflicto no es algo nuevo, debemos aprovechar que la sociedad global vuelve a tomar conciencia de esta realidad para exigir a nuestros gobernantes a ponerse a ello.
Es obligación de todos los actores internacionales trabajar y no levantarse de la mesa hasta hallar un subterfugio que permita a israelíes y palestinos vivir en paz y prosperidad. La comunidad internacional no puede seguir actuando como un agente externo al conflicto puesto que sus decisiones arbitrarias y su inacción a lo largo de décadas no han hecho más que entorpecer la posibilidad de encontrar una solución para avanzar en paz en este difícil escenario.
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