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Peones negros, Vox y los daños de otros bulos

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Leo hoy, entre la profunda tristeza y el estupor, la entrevista que publicó El Español en su edición del pasado 3 de abril a María Isabel Campuzano, la actual consejera de educación y cultura de la Región de Murcia. Seguramente muchos la recordarán por la corrección que se realizó de un documento que ella misma publicó poco después de su toma de posesión como consejera.

En la entrevista parece sacar pecho sobre su larga trayectoria política -pretendiendo dejar en evidencia al mismísimo presidente nacional de su antiguo partido- en los siguientes términos: “nací al activismo el 11-M y fui uno de los peones negros (…) leí el manifiesto del 11-M en la puerta de la Delegación del Gobierno en Murcia, subida en una silla y con un megáfono, mucho antes que Santiago Abascal: parece que Vox ha sacado a la gente con las banderas a la calle y eso no es así.”

Seguramente muchas personas no sepan quiénes son los peones negros, pero intentaré resumirlo. No son ni víctimas, ni afectados. Se presentan como una organización dedicada a ofrecer información sobre el mayor atentado terrorista que ha sufrido este país. Dicen en su página web que en ella “se huye de mostrar juicios de valor” y que pretenden arrojar luz sobre estos hechos.

Los autodenominados peones negros llevan muchos, muchos años alimentando las teorías de la conspiración sobre el 11-M. Defienden la tesis de que la investigación y posterior sentencia que se dictó en la Audiencia Nacional, tras meses de celebración de la vista oral y una larguísima instrucción soportada en más de 90.000 folios, son una inmensa farsa. Están convencidos de que la policía, el PSOE y los servicios secretos de varios países participaron de algún modo en la matanza.

El periódico El Mundo fue el primero en comenzar a publicar informaciones falsas, no contrastadas o incompletas sobre las investigaciones en torno al 11-M. Luis del Pino, periodista y colaborador de Libertad Digital es una de las cabezas visibles de los peones negros y uno de los grandes teóricos de la conspiración. Pero entre sus defensores más acérrimos podemos encontrar también a Federico Jiménez Losantos, ese gran adalid de la información y la imparcialidad en las ondas. Sus invenciones, insultos y soflamas incendiarias han sumido a las víctimas en un estado de sufrimiento permanente, en la medida en que no nos permite transitar por nuestros duelos desde la tranquilidad y el respeto a nuestros propios procesos sin injerencias, manipulaciones, especulaciones interesadas ni falsedades.

José Antonio Ovies se atrevió a presentar los fundamentos de esta teoría, en un amplio reportaje que Telemadrid emitió coincidiendo con el primer aniversario de los atentados. Poco después, los trabajadores de los informativos de Telemadrid y Onda Madrid manifestaban públicamente su negativa a firmar las informaciones sobre el 11 de marzo, por considerar que se trataba de la “utilización de un medio público para fines partidistas”, criticaron “el indigno tratamiento y utilización de las víctimas del atentado” y además rechazaron y se desvincularon del contenido del reportaje que, según ellos, suponía un “atentado contra los principios de objetividad, imparcialidad y veracidad”.

Los peones negros se han concentrado periódicamente durante años en la estación de Atocha. A veces portaban enormes pancartas con las fotografías de los fallecidos reclamando una hipotética verdad sobre el 11-M, pero sin el más mínimo respeto por su memoria y, por supuesto, sin el permiso de sus familias. Yo misma me hice eco de estos hechos en una carta al director que fue publicada en octubre de 2006.

En 2016 la Asociación Peones Negros de Madrid fue sancionada por la Agencia Española de Protección de Datos, con una multa de 100.000€, tras constatar que mantuvo publicados los datos de cientos de personas afectadas por los atentados: desde la publicación del sumario 20/04 a multitud de documentos que contenían informaciones tan personales de las víctimas como documentos de identidad, informes médicos, libros de familia e incluso informes de autopsias.

Pero el sufrimiento provocado por los peones negros va más allá del que ha infligido a las víctimas de los atentados. Rodolfo Ruiz explicaba, en una entrevista en 2014 para el diario El País, su calvario personal y el de su familia. Los atentados ocurrieron mientras él era comisario en Vallecas, donde se produjeron dos de las explosiones. Los peones negros y sus altavoces le pusieron en la diana por ser el responsable de la recogida de los efectos personales de las víctimas, entre los que se localizó una mochila con explosivos que no llegó a detonar, y que encaminaría las pesquisas hacia los terroristas islamistas.

Él mismo relata el linchamiento y escarnio público al que fueron sometidos él y su familia, también que llegaron a tacharle de asesino, que les abordaban y les increpaban con todo tipo de acusaciones. Rodolfo y buena parte de su familia cayeron en una profunda depresión. Su esposa acabó suicidándose.

Pareciera que se trata de historias pasadas, pero todavía hoy escuchamos a expresidentes del Gobierno dudar sobre la autoría de los atentados, y han pasado ya 17 años. Seguramente muchos recuerden la enorme polarización social y política que provocaron aquellas falacias, otros recordamos además el inmenso sufrimiento que nos produjeron, y aún nos abren en canal cada vez que se reactiva de nuevo la polémica.

Estamos en 2021 y la extrema derecha campa a sus anchas en las instituciones, evidenciando el poder de las calumnias y la propaganda populista. Esta vez han colocado la diana en los menores extranjeros no acompañados, las feministas, los negros… la “dictadura progre”. Nos hemos embarrado en la misma polarización, aunque dando pábulo a otros embustes.

Hoy María Isabel Campuzano, una más de los peones negros, alardea de sus logros avivando el mismo discurso extremo. La diferencia entre lo ocurrido en 2004 y lo que está pasando en 2021 es que ahora lo hace desde su sillón de consejera de educación en la Región de Murcia –nada menos-.

Hoy me toca gestionar una vez más la misma perplejidad y el mismo pesar que tantas y tantas veces me han asaltado durante estos años. En esta ocasión simplemente no soy capaz de comprender como es posible que una representante tan fiel de la necedad humana haya podido a alcanzar semejante responsabilidad.

A las instituciones no se llega únicamente generando confusión, miedo y rabia, sino consiguiendo que alguien confíe en ti lo suficiente como para que te entregue su voto.

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