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San Fermín y la fiesta
Menos mal que San Fermín es de madera apolillada, porque si no, se pasmaría al ver la fiesta que cada año se hace en su honor. Si el santo no estuviera hecho del tronco de un árbol, se escandalizaría del cóctel de sexo, alcohol y drogas que reina en el ambiente durante los ocho días que dura la fiesta; se sorprendería de la cobertura que de los encierros hacen los medios de comunicación, generando incluso debates concienzudos para analizar el porqué de las cogidas, el número de heridos y la gravedad de las lesiones; se santiguaría al comprobar el riesgo deliberado al que se someten los mozos corriendo delante de unos bestias inocentes y asustadas.
Si el santo fuera de carne y hueso, alucinaría al contabilizar los 117 profesionales sanitarios y 16 ambulancias de este año, movilizados para intervenir ante los posibles cornadas y atropellos de unos toros jaleados por una marabunta humana en busca de emociones fuertes que, al parecer, la vida sosegada no les proporciona. Si el santo fuera un ciudadano ecuánime, pediría que el ayuntamiento o los corredores pagaran de su bolsillo los gastos sanitarios que se deriven de semejante irresponsabilidad y no las arcas públicas que ya bastante carcomidas están.
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