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El sistema educativo contra el derecho a la educación sexual integral de los niños
El 2 de octubre, salí muy preocupada de la reunión de inicio de curso en el colegio público de Madrid, en el que mi hija ha empezado este año primero de primaria.
La directora del centro (principal responsable de la educación de 200 niños) no sabe lo que es la Educación Sexual Integral. Cuando le pregunté sobre ello, poco más que le faltó decir “sobre mi cadáver”, como si le estuviera proponiendo que le enseñara a nuestros hijos a practicar sexo.
Puedo entender que la gente que no esté relacionada con la educación, e incluso los padres, desconozcan lo que la ONU reconoce como educación sexual, pero para nada me esperaba que la directora de un centro educativo lo desconociera.
La ONU reconoce el derecho a todas las personas a tener una Educación Sexual Integral, acorde a su edad, que les permita vivir seguras y libres. La edad recomendada para iniciar este tipo de educación a nivel escolar es a los 5 años, aunque debería empezar antes en el ámbito doméstico.
La Educación Sexual Integral trabaja temas tan dispares como el conocimiento del propio cuerpo, el reconocimiento de los sentimientos y emociones, las relaciones personales, el consentimiento a nivel general, el sexo, la reproducción y la salud. Y se imparte de manera lógica y ordenada, a través de las diferentes etapas de la infancia y la juventud, con el objetivo de prevenir situaciones no deseadas, como podrían ser los abusos en la infancia o las enfermedades ETS en la adolescencia.
Toda la charla que mantuvimos con la directora, el 2 de octubre, sobre este asunto (que se comió la mitad de la reunión), fue surrealista.
Hablaba como si la educación sexual fuera algo horrible para todos los presentes; casi daba la sensación de que su cometido era proteger a los niños de cualquier tipo de educación sexual hasta llegar a sexto curso.
No me anduve con rodeos: “Teniendo en cuenta que los niños ahora acceden al porno a los 9 años, me parece un problema que la educación sexual empiece en sexto”, con 11 años.
Por supuesto, la directora echó la culpa a los padres que dejan el teléfono móvil a sus hijos, e incluso nos contó que en el metro vio a un niño de menos de un año enganchado a la pantalla. Ella misma lo estaba diciendo: esto pasa, es una realidad; y, por más que se queje, el problema no va a desaparecer.
Le tuve que explicar, como si no fuera evidente, que el mundo está sexualizado, en cada joven que pasea por la calle, en la música que suena en la radio, en los videoclips, en los carteles publicitarios de la parada del bus. La sexualidad está en todas partes y hacer ver que no es así es insensato e imprudente. Relegar la educación sexual al ámbito doméstico es dejar a los padres solos luchando contra un mundo hipersexualizado.
Lo pienso y así lo dije: “Es peligroso. Pasan cosas”. Entre niños y jóvenes se hacen cosas y se dan situaciones que son peligrosas, por el mero hecho de no haber tenido una educación apropiada.
No podemos relegar la educación sexual al ámbito doméstico como si perteneciera al mundo de las ideas; no es ideológico, es real, pasan cosas. Más aun sabiendo que asignaturas como Religión sí se imparten, a pesar de que eso sí pertenece al mundo de las ideas, y de que eso sí es doméstico, tan doméstico como que cada niño cree en lo que se cree en su casa.
Le tuve que explicar (yo, a la directora) que, en el caso de mi hija de 6 años, el objetivo de una buena educación sexual es ayudarle a prevenir situaciones de abuso. Le hablé del libro que teníamos en casa, “Tu cuerpo es tuyo”, un libro en el que se identifican las partes íntimas del cuerpo y se le explica que son suyas y de nadie más. Básicamente, le previene de sufrir abusos y le anima a denunciarlos en el caso de que sucedan.
Pero es que, además, la mitad de los casos de abuso infantil que se dan en España, se dan en el ámbito familiar, y los niños solo descubren que eso no debería estar pasando cuando alguien en el colegio les da una charla sobre el asunto.
No educar en sexualidad, consentimiento, sentimientos y relaciones es peligroso. Que los responsables educativos no se impliquen, es temerario. Pero que esos responsables educativos ni siquiera sepan lo que es la educación sexual integral y se enfrenten a cualquier intento de implementarla es inadmisible.
Los padres solos no podemos proteger a nuestros hijos. La sociedad, en su conjunto, debe ser un lugar seguro para ellos y para todos. Y la sociedad tiene un lugar común de encuentro perfecto para conseguirlo: los colegios.
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