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Storytelling madrileño

Manifestación del 8M por las calles de Zaragoza

Covadonga Suárez

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Hoy voy a hablar de un storytelling castizo, un storytelling servido hasta en la sopa, pero una sopa de cocido madrileño. Esta historia arranca de la estigmatización del 8M como manifestación vírica, y termina ahora con su prohibición como si se tratara de la catarsis lógica de nuestra propia tragedia. Se clausura así el ciclo que cumple un año de confinamiento, marcado por los tiempos del relato que todo el mundo quiere narrar. El relato que se mueve y al que se le añaden capítulos, pero que marca el tempo de los movimientos sociales y las evoluciones. Es un relato con letra de imprenta, mediatizado y oficializado. Pero, es ahora, al cumplirse un año, cuando las historias del segundo plano empiezan a subir a la superficie, como los restos de un naufragio que se hacen visibles cuando se calman las tempestades y vuelven a sentirse las corrientes y las mareas.

Ahora, que se habla menos de Covid, que la gente ha perdido el miedo a lo desconocido frente a lo conocido, es cuando reaparecen las experiencias más reales. Lo más impactante es lo que necesita contarse un año después porque sigue siendo primordial. Y sin embargo, en este año de Covid oficial, las víctimas solo han sido aquellas que salían en los telediarios o en los periódicos, cuando la histeria colectiva y el objetivo político narraba la historia con el fin de buscar culpables. El relato mortuorio de las cifras encontraba su expresión fotográfica en portadas más o menos exhibicionistas en momentos muy delicados. Las víctimas eran aquellas del Palacio de Hielo, no las que morían en las residencias porque no se les permitía ser derivadas a los hospitales. También las víctimas que morían solas entre enfermeros y médicos desbordados eran menos conocidas. La desesperación individual de la sanidad pública fue vivida de manera mucho más paulatina aunque profunda, porque no había tiempo para nada y porque el miedo ciego es una anomalía colectiva que se nutre de ese otro relato prefabricado.

Solo existe lo que se publicita aunque las víctimas en la sombra sean las más numerosas. Un ejemplo inverso sería el de ETA, y esa sensación de actualidad como si las víctimas acabasen de fallecer, y todo porque Pablo Casado las menciona siempre en sus discursos. Conclusión: los fallecidos existen cuando hay un relato repetido y mediatizado.

Como decía, el cierre del círculo se enmarca en una espiral antifeminista entre dos 8M madrileños, la demonización del evento exige su expiación con la supresión de la protesta, más o menos como cuando Eva fue expulsada del jardín del Edén, salvo que el pecado original de la mujer emancipada no lo lava ni el agua del Jordán. Y, como broche de oro, han cantado bingo en la Comunidad de Madrid. La diva ha dado la patada a todo lo habido y por haber como una reina aburrida, pero ya amortiza el arrebato diciendo haber sacado a Pablo Iglesias del Congreso. Cualquiera podría imaginarse que lo ha vapuleado ante la multitud, ella a lomos de un caballo blanco y vestida de Juana de Arco. Pero no, el storytelling de Ayuso es siempre así, y sin embargo lo vende hasta en el Rastro.

Por eso el desalmado Iglesias que no se aferró a su sillón de vicepresidente solo por fastidiar, que deja su cetro en manos de sus compañeros de partido y de la militancia, y que ha tendido la mano -ya enrojecida de mordiscos- a Errejón, no las tendrá todas consigo ni aunque se haga el harakiri en directo. Quizás porque su historia es como la de las víctimas anónimas de la Covid: no existe si no cuenta con una difusión consecuente, pero engrandecerá su figura a largo plazo, por haber aportado cohesión y coherencia a un sentimiento colectivo.

Mientras tanto, y por loco que parezca, las frases pegadizas del estilo: “Comunismo o libertad”, se llevan el gato al agua. Quién me compra este misterio, como dice la copla. Pues habrá quien lo compre, y a precio de oro.

Y es que como en Madrid, en ningún sitio.

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