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Tormentas sobre la monarquía británica: ¿tienen algo de interés?
Ya sé que lo primero que puede venir a la cabeza es, ¿a quién diablos le importa la monarquía británica? Sin embargo, realmente ¿no sabemos nada de Enrique VIII y sus ocho esposas, incluida Ana Bolena a la que le cortó la cabeza? Además, seguro que algo hemos oído sobre las películas dedicadas a la reina Isabel y su súbdito más famoso, William Shakespeare o sobre el rey que llegó al trono porque su hermano se casó con una divorciada, y tuvo que vencer su tartamudez. Todas ellas son pelis famosas porque obtuvieron muchos Oscar. Asimismo, si se está en la onda de las series, es posible que sepamos de la serie de Netflix, THE CROWN, dedicada a la actual reina Isabel II, cuya última temporada arrasó en los Globos de Oro. Pero, aunque no conozcamos esta filmografía, es bastante difícil no haberse enterado de la entrevista que Oprah Winfrey le hizo a Harry y Meghan, con audiencia millonaria. Y, cuando sus ecos ya se estaban apagando, la prensa nos cuenta que la reina le ha pedido a James Bond que la ayude a salvar la Casa Real. Porque ha nombrado en el cargo más alto de Palacio, al que hasta el año pasado era el jefe del MI5 (servicio de seguridad interna del país y contraespionaje).
Ahora bien, la monarquía británica se ha enfrentado en el último año a un gran debate político que me parece interesante conocer. Porque, honestamente, no veo que tengamos la república a la vuelta de la esquina, por lo que no creo que esté demás conocer el desempeño institucional de otras monarquías parlamentarias europeas. Comencemos por señalar que la monarquía inglesa es una institución con características propias, muy diferente a las demás. Ha existido desde hace siglos, sin interrupción, se ha ido adaptando a cada nuevo período histórico y ha podido resolver todas las crisis a las que se ha enfrentado. Habría que añadir que las tradiciones son importantes en la cultura británica y la monarquía es una de ellas.
El debate político que afectó a la Casa Real y se hizo público a lo largo de 2020, se produjo por la desavenencia que surgió con el Príncipe Harry. Desde su matrimonio con la actriz norteamericana Meghan Markle, se habían convertido en el duque y la duquesa de Sussex y actuaban públicamente como miembros de la Casa Real. Pero en enero de 2020 anunciaron que habían decidido montar su propia empresa en California, pero que no querían dejar sus actividades públicas, combinando ambas y viviendo entre ambos países. Gran parte del debate se centró en si esto era legítimo, porque se trataba del financiamiento público que reciben los miembros de la Casa Real para sus actividades y sobre cuáles deberían ser sus límites. Cuando la reina les dijo que esa decisión no era posible, decidieron que se marcharían lo que generó un conflicto, abogados incluidos, sobre cuál sería su relación con la monarquía en el futuro. La decisión fue descrita por los medios como un “megxit”.
En la entrevista con Oprah, hecha justo cuando la reina puso fin a sus actividades públicas, Harry se quejó de la falta de apoyo financiero que había recibido, lo que le había obligado a usar la herencia de su madre. Una semana después, The Economist analizó esta afirmación en un artículo muy detallado sobre el financiamiento público de la monarquía británica y sobre la renta de sus propiedades privadas. En la parte que les tocaba a los duques de Sussex, el periódico señalaba que si bien están financiando su vida en California por medio de impresionantes acuerdos produciendo podcasts para Spotify y documentales para Netflix, el precio que tendrían que pagar podría ser una renta menos segura que en sus actividades reales.
Creo que la discusión que se produjo en el Reino Unido también es interesante en este país. Ciertamente aquí tenemos el escándalo de la corrupción, absolutamente condenable. Pero, el tema de cuáles son los límites del financiamiento público y si se pueden combinar con rentas privadas y, sobre todo, la transparencia de las cuentas para que puedan ser debidamente controladas, es algo en que la institución británica ha tenido más recorrido, como mostró el debate.
Vayamos ahora a un segundo tema que también estuvo presente en el debate político del Reino Unido y que me parece de actualidad. Se trata del papel que de pronto han adquirido las series de televisión en la vida política. En este país hemos sido ampliamente testigos de ello porque no ha faltado la comparación, entre las decisiones políticas que se están tomando, y las series sobre el tema, especialmente Baron Noir. En el caso del Reino Unido, el estreno en noviembre de la cuarta temporada de la serie The Crown, se coló inmediatamente en el debate sobre el “megxit” y llegó a toda la prensa británica. ¿Qué había sucedido? Pues que Lady Di era uno de sus personajes centrales y la serie mostraba el contraste entre el cuento de hadas de su boda con el Príncipe Carlos y la realidad muy diferente, puertas adentro de Palacio. La relación entre Carlos y Camilla Parker Bowles, había afectado enormemente a Diana, le produjo la bulimia y una gran soledad porque nadie quiso apoyarla. Inmediatamente hubo críticas, diciendo que la serie era muy parcial a favor de Lady Di y que describía demasiado negativamente a los miembros de la Casa Real. Simon Jenkins, un periodista de reconocido prestigio, escribió en el Guardian, “La historia fake de The Crown es tan corrosiva como las noticias fake”. La confrontación llegó incluso al Gobierno porque el Secretario de Cultura dijo que le pediría a NETFLIX que pusiera un descargo de responsabilidad en los episodios de la serie para que quedara claro que se trataba de una obra de ficción.
Quiero terminar reivindicando a Lady Di, porque desde mi visión feminista, una mujer con suficiente fuerza para paralizar un país cuando murió, no se puede ignorar. Especialmente si se la ha definido falsamente como sólo un personaje de revistas del corazón. Hillary Clinton dijo de ella, “la mujer que yo conocí era mucho más que un figurín, un símbolo, o incluso que una princesa.” Las ONG con las que colaboraba todas coincidieron en que su trabajo era muy serio y había sido un gran aporte. Se preocupó por intentar modernizar la monarquía, sosteniendo que debía ser capaz de vincularse con los sentimientos y las necesidades personales de la gente. Y esto en medio de su bulimia, que sólo pudo superar cuando una psicoanalista feminista, Susie Orbach, la diagnosticó correctamente como maltrato psicológico doméstico. De aquí surgió su gran apoyo a las organizaciones de mujeres víctimas de maltrato.
Finalmente, hago un comentario sobre la famosa entrevista que Diana le dio a la BBC en 1995, en que relató su vida y cuestionó la capacidad de Carlos como futuro rey y que tuvo un gran impacto. Siempre pensé que era la venganza de Ana Bolena que debía estar en su tumba aplaudiendo. Por fin una Princesa de Gales que no se agachaba ante el privilegio de llegar a ser reina y plantaba cara.
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