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El Trump tuitero
Si, por alguna razón que se me escapa, quisiese usted entrar en el perfil de Twitter de Donald Trump en este momento, se encontraría con varios vídeos que apoyan la retórica de perdedor inaguantable que mantiene el ya expresidente. Pero lo más destacado, yendo un poco más allá, son decenas de tweets enrabietados que traen una sorpresa de parte de la propia red social. Esto no es nada del otro mundo. Trump ya ha demostrado numerosas veces que se trata de su plataforma favorita, en la que se refugia cuando algo no sale como quería o lee un titular en prensa que no le gusta. Así, ha alegado en incontables entrevistas, la más reciente para 60 minutes, que Twitter se trata de una herramienta necesaria para alzar su voz, pues los medios de comunicación en Estados Unidos son “falsos”. Asegura que “no se encontraría donde está sino fuese por las redes sociales”.
Sin embargo, más que la cuenta de un presidente estadounidense, ahora su perfil en la plataforma parece más bien un cuadro surrealista propio del mismísimo Salvador Dalí. Hay que haber investigado un poco con anterioridad para entenderlo. Si no, te vuelve loco. Y es que todos sus tweets se encuentran seguidos de un aviso de la propia red social que advierte al usuario que la información proporcionada en dicho mensaje está siendo cuestionada. Esta notificación también redirige al usuario a noticias y posts informativos sobre el asunto que sí se encuentran verificados. Incluso algunos de los mensajes publicados, especialmente aquellos del propio día de las elecciones, se encuentran ocultos tras una llamada de atención aún más sugerente de Twitter: “Alguna parte o todo el contenido compartido en este Tweet ha sido objetado y puede ser engañoso respecto de cómo participar en una elección y otro proceso cívico”. Es después de leer este mensaje cuando el usuario puede visionar el tweet del candidato republicano u obtener más información sobre la llamada política de integridad cívica.
Twitter se enfrentaba a un complicado trabajo en estas elecciones estadounidenses. Los bulos, manipulaciones y sobreinformación parecían ser el reto más grande de las grandes plataformas de discurso social. Su estrategia ha sido transparente: lanzar un mensaje contundente contra su uso incivilizado. La política de integridad y uso cívico a la que se acoge la red social se resume en la prohibición de la utilización de Twitter para “manipular o interferir” en procesos tan trascendentes como unas elecciones. Y ahí no se queda la cosa. La plataforma detalla que esto incluye “publicar o compartir contenido que pueda disuadir la participación o engañar a las personas sobre cuándo, dónde o cómo participar en un proceso cívico”. Twitter se reserva la capacidad de “etiquetar o reducir la visibilidad de los Tweets que contengan información falsa o engañosa”, además de poder “ofrecer más contexto”. Esta respuesta táctica, que muchos califican como tijeretazo a la libertad de expresión e incluso censura (y que a mi parecer deberían investigar acerca del derecho de y a la información de nuestra Constitución), dista mucho del fin económico que ya habíamos aprendido tienen este tipo de aplicaciones. Da mucho que pensar el hecho de que una plataforma que gana cantidades mayúsculas de dinero promocionando, visibilizando y recomendándonos tweets que se alinean con nuestras creencias (para luego cobrar publicidad mientras dedicamos nuestra atención a la red social), haya decidido notificar al usuario de que una información puede ser falsa. Parece que este debe ser su comportamiento normal. Sin embargo no lo es. A Twitter, igual que a Facebook, YouTube o Instagram, le da igual si algo es falso o no. Si se reproduce y comparte en el seno de la aplicación, el fin económico y logístico ha sido alcanzado. No hay más vuelta de tuerca. ¿Será que estamos asistiendo a una nueva era de control de la desinformación por parte de las propias plataformas, y por tanto, de una nunca vista prudencia en cuanto a la difusión de contenidos? ¿O es más bien que Twitter está temblando tras el patético espectáculo en los tribunales de Mark Zuckerberg y su bebé Facebook?
Desde el otro lado, Trump está furioso. No creo tanto por el resultado electoral (que también), sino por la estrategia adoptada por Twitter. Lo que él consideraba el único medio de expresión libre para difundir su palabra -como si más que un político fuese un profeta- le ha dado la espalda. Una auténtica traición donde las haya. Ya es bien sabido que la relación de Donald Trump con los medios es complicada. El multimillonario tiene un amplio currículum de abandonos en mitad de entrevistas, como la que mantuvo con Leslie Stahl, polémicas disputas con periodistas como Megyn Kelly y, en general, una retórica a la que siempre alude en sus discursos y que se basa en denunciar la avalancha de fake news que asola el país y un periodismo podrido que solo busca minar su reputación. Sin embargo, esta vez ha sido diferente. Esa droga que le calmaba el mono se ha vuelto contra él y ha comenzado a actuar ante el aluvión desinformativo que proyectaba Trump en su perfil de Twitter y que numerosos medios como CNN, AP Fact Check, WSBT o AJ+ han desmentido. El fraude no es fraude, pero Trump sigue siendo Trump.
Queda preguntarse qué pasará ahora. No solo con la presidencia, pues se abre un nuevo mandato de la mano de Joe Biden y su vicepresidenta Kamala Harris, sino también con la respuesta de Trump ante la ofensiva de Twitter. Capaz es de crear su propia plataforma de difusión de contenido, una especie de Truitter, que sin embargo y quien sabe, puede también volverse contra él en algún momento. Ya saben lo que dicen, en política no hay amigos, sino cómplices. Y esta vez Twitter ha demostrado no ser ni lo uno ni lo otro para la administración Trump.
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