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El liberalismo cañí

Nunca me dejaré de sorprender de la facilidad con que parte de la élite conservadora de nuestro país se define, sin pudor alguno, con el adjetivo “liberal”. Seguramente, motivados por la menor aceptación social que actualmente tiene el término “conservador”, esta élite decide buscar cobijo en el más moderno y popular mundo del liberalismo. Sin embargo, se trata de un liberalismo para posar en el photocall, pues la supuesta defensa a ultranza de la libertad rápidamente se desvanece cuando lo que se tiene entre manos es el matrimonio entre individuos del mismo sexo, la despenalización del aborto o incluso derechos tan básicos como el de manifestación.

Quizás el lector benévolo puede estar tentado a aceptar que nuestras élites usan el término liberal como diminutivo de liberal-conservadurismo, una ideología ‘bipolar’, que pretende conciliar dos conceptos aparentemente contrapuestos. Por un lado, sería una ideología liberal pues se mostraría contraria al intervencionismo del Gobierno y a un Estado de Bienestar que vaya más allá del asistencialismo a los más necesitados; por otro lado, sería una ideología conservadora pues defendería valores religiosos y en torno al concepto de la familia tradicional. En definitiva, liberal en lo económico y conservador en lo moral.

Sin embargo, aún si nos centramos exclusivamente en el terreno económico, nuestras élites auto-llamadas liberales muestran también señas un tanto peculiares: el fervor liberal con que se rechaza el papel del sector público, rápidamente se diluye cuando toca defender la libre competencia del mercado. Sólo así se entiende cómo importantes sectores económicos privatizados por nuestros gobiernos liberales muestran niveles de competencia alarmantemente bajos. Se trataría pues de un peculiar liberalismo a favor de un mercado con lista de invitados.

Todo ello configura una particular ideología muy arraigada en nuestro país: el liberalismo cañí. No es una ideología nueva. Los liberales cañí llevan ya tiempo entre nosotros. Por ejemplo, ya en 1977 el reputado político catalán Ramón Trias Fargas describía de esta forma tan clarividente este peculiar liberalismo made in Spain: “Hay que vigilar mucho para que el término ‘liberal’ no se desacredite en España más de lo que está, pues aparece ante nuestro público no cómo baluarte de la libertad sino como refugio de los intereses económicos más retrógrados (…) simples oportunistas (…) que creen que desde el liberalismo podrán defender mejor sus privilegios y su dinero”*. Difícil contarlo mejor.

Muy probablemente esta radiografía de la élite liberal-cañí apenas sorprenderá a los que están leyendo estas líneas. Pero, quizás les sea menos conocido qué tipo de liberalismo es el de los ciudadanos de a pie. ¿Es su liberalismo tan cañí como el de nuestras élites? ¿O muestran actitudes más consistentes con lo que se entiende generalmente por liberal?

Con cierta frecuencia, el CIS incluye sus estudios una pregunta en la que se pide a los entrevistados que se definan ideológicamente. Según estas encuestas, casi uno de cada cinco españoles se define como liberal ** (vean el gráfico). Se trata de la segunda ideología más frecuente, sólo superada por los que se describen como socialistas. De hecho, si excluimos a los mayores de 50 años, el liberalismo es la ideología que goza de más adeptos en nuestro país. Se trata de una ideología particularmente arraigada entre los jóvenes, especialmente varones y sin una clara afiliación partidista. Los liberales votaron mayoritariamente al PSOE en 2008, pero decidieron pasarse a las filas del PP en 2011.

Si nos centramos en las preferencias políticas del liberal español, podríamos resumirlas esencialmente con una palabra: moderación. El liberal no muestra preferencias extremas en ninguna de las principales dimensiones políticas. Se muestra moderado en materia de impuestos y gasto público, en inmigración, en protección al medio ambiente, en el modelo territorial del Estado o en el papel de la religión. En todos estos temas, el liberal muestra unas preferencias prácticamente idénticas a las del español medio. La única notable excepción es su ligera mayor tolerancia hacia la adopción en parejas del mismo sexo.

En resumen, se podría concluir que entre la población española impera un liberalismo light, caracterizado por ser centrista, sin un compromiso ideológico claro y que decide votar al PP o al PSOE según la coyuntura. En realidad, es muy probable que la etiqueta de liberal se haya convertido en una especie de comodín utilizado por muchos ciudadanos moderados que ven la política con cierta distancia y la viven sin excesivas pasiones. Al fin y al cabo, en nuestro país el término liberal no tiene (aún) una clara conexión con ningún partido político.

Quizás podríamos acusar a los ciudadanos liberales de nuestro país de tener una ideología algo descafeinada o baja en calorías. Pero antes de hacerlo recuerden que, al menos, el liberal de a pie no muestra las grotescas inconsistencias ideológicas del liberalismo cañí de gran parte de nuestra elite.

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*Traducido del catalán de: Ramon Trias Fargas, Nacionalisme i llibertat. Barcelona, Edicions Destino, 1979

**Encuesta CIS 2799 de 2009 (se excluye a los no sabe /no contesta).

Nunca me dejaré de sorprender de la facilidad con que parte de la élite conservadora de nuestro país se define, sin pudor alguno, con el adjetivo “liberal”. Seguramente, motivados por la menor aceptación social que actualmente tiene el término “conservador”, esta élite decide buscar cobijo en el más moderno y popular mundo del liberalismo. Sin embargo, se trata de un liberalismo para posar en el photocall, pues la supuesta defensa a ultranza de la libertad rápidamente se desvanece cuando lo que se tiene entre manos es el matrimonio entre individuos del mismo sexo, la despenalización del aborto o incluso derechos tan básicos como el de manifestación.

Quizás el lector benévolo puede estar tentado a aceptar que nuestras élites usan el término liberal como diminutivo de liberal-conservadurismo, una ideología ‘bipolar’, que pretende conciliar dos conceptos aparentemente contrapuestos. Por un lado, sería una ideología liberal pues se mostraría contraria al intervencionismo del Gobierno y a un Estado de Bienestar que vaya más allá del asistencialismo a los más necesitados; por otro lado, sería una ideología conservadora pues defendería valores religiosos y en torno al concepto de la familia tradicional. En definitiva, liberal en lo económico y conservador en lo moral.