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Moderna nostalgia

Santiago Abascal, en el palacio de Vistalegre (Madrid), el pasado 7 de octubre en el mitin que supuso el inicio de la campaña hacia las andaluzas.

José Luis Sastre

La nostalgia no sirve para construir el futuro y, sin embargo, la quieren volver de lo más revolucionaria. Make America Great Again, clama Donald Trump para prometer que lo tenga que ser se parezca a lo que ya fue. En vista del éxito, otros se han puesto a copiar el modelo y ofrecen como progreso un regreso al pasado. Antes de morir, el sociólogo Bauman le puso nombre a la cosa: retrotopía.

Con el aniversario de la Constitución se ha llenado todo de nostalgia. El escenario actual, al cabo, puede hasta definirse según la posición que adopta cada partido respecto a aquella época, entre quienes quieren instalarse en ella sin retoques –o los que incluso añoran la época anterior–, los que apuestan por las reformas o los que, por último, pretenden resetear el sistema. Reforma o ruptura. A ver si lo que pasa es que, sin la pana ni la movida, estamos entrando en otra transición (o que la anterior no acabó nunca).

Todas las opciones se han visto en este aniversario marcado por las elecciones andaluzas y sus principales efectos: la caída de la izquierda, la elevada abstención y la irrupción de Vox con una fuerza imprevista. Faltaba el CIS, que avisa de que los políticos son considerados como el principal problema por detrás del paro y antes que la corrupción. Tenían ese dato a mano y no supieron anticipar el vendaval de la extrema derecha.

La nostalgia no sirve, pero enseña. Algunas de las claves de entonces resultan ahora útiles para entendernos. Así, vuelve a tener sentido interesarse por la convivencia, a la que tanto se citó el jueves en el Congreso. Es sintomática la de veces que apareció en los discursos. Tiene sentido también referirse otra vez a la complejidad social. El 78 fue un año sin mayorías, como lo es este: “Todos somos la minoría de alguien –dijo Fraga en las Cortes constituyentes–. No hay nadie que tenga la mayoría absoluta y todos somos la minoría del mañana, porque si algo quiere decir el parlamentarismo es que quien hoy tiene un voto mañana puede tener la mayoría absoluta”. Hay que guardar esa frase. Y no olvidarla.

La sociedad no tenía una única explicación y sigue sin tenerla. Conviene vindicar esa obviedad en los tiempos de twitter y las frases cortas: lo que ha ocurrido en Andalucía no tiene una única causa por mucho que quieran dársela. Ni siquiera está claro cómo extrapolar esos resultados a lo que pueda suceder en el conjunto de España. De ahí que nadie sepa exactamente lo que pasará: porque nadie sabe exactamente por qué se ha dado lo que acaba de darse.

En todo caso, las andaluzas han provocado consecuencias irrefutables: inauguran un nuevo ciclo electoral, recuerdan al electorado los efectos de la abstención, enseñan a los candidatos que la ideología no es lo único que mueve el voto e indican que a lo mejor hay ya más gente que vota en contra de alguien que a favor.

Las elecciones han dejado además caducos los eslóganes y las promesas, porque todos han quedado desnudos. Está a la vista el propósito del PP, confesado por el mismo Casado: ensayar una alianza con Ciudadanos que le sirva para la Moncloa. Y arrimarse a Vox, que ya tiene la bendición de FAES. La irrupción de Vox ha hecho que cayeran las caretas y todos han tenido que retratarse sobre si su modelo es el francoalemán, que no imagina un pacto con los ultras, o el italiano, que les ha llevado al mismo Gobierno.

Las elecciones han dejado también a la vista la reacción de la izquierda, dispuesta a entregarse a las batallas internas antes que a preguntarse en qué fallaron tanto. En Podemos se oyen los tambores orgánicos, lo mismo que en el PSOE, capaz de enredarse de nuevo en una guerra entre Ferraz y Sevilla para saldar viejas cuentas sin que les importe lo que se juegan en las próximas municipales, autonómicas y europeas. Y quizá generales, que Sánchez no las descarta para el próximo mes de mayo. En ello andan ahora en la Moncloa, en el análisis de la coyuntura más inmediata.

Ahí hay un contraste respecto a aquellos debates constitucionales en los que, con todos sus defectos, los parlamentarios hablaban del futuro que querían construir para sucesivas generaciones. Está escrito ya que con la nostalgia no se planea el futuro, pero la amnesia tampoco nos llevará a ningún sitio.

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