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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Carlos Verdejo, el profesor metido a portavoz de Vox que incendia Ceuta

El portavoz de Vox en la Asamblea de Ceuta, Carlos Verdejo

Gonzalo Testa

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Cuando Carlos Verdejo entró en el grupo de whatsapp de la Junta de Portavoces de la Asamblea de Ceuta como representante de Vox, tras las elecciones de mayo de 2019, a varios de sus compañeros les llamó la atención que su identidad en la aplicación de mensajería instantánea respondiese al nombre de Mustafa Kemal Atatürk, el mariscal de campo que instauró una república laica en Turquía y separó el Estado del Corán. Era “una broma entre amigos”, arguyó.

El diputado autonómico, que cumplió 30 años el 11 de marzo, gusta de ese tipo de guiños a su galería. Usuario habitual de todas las redes sociales, en Twitter su nombre termina en una letra árabe, ن., la n, la utilizada por el Daesh en Mosul para marcar las casas de los cristianos, de los nazarenos.

Profesor interino, hijo de policía local y de jefa de Estudios de un colegio público, el segundo parlamentario más joven de la Cámara tras la medallista olímpica del PP Lorena Miranda es la cara más visible de Vox en Ceuta, una ‘rara avis’ en el Pleno, un “fraude democrático” para el resto de partidos, que afean al líder de la ultraderecha en Ceuta, Juan Sergio Redondo, rehuir la responsabilidad que se presupone a un cabeza de lista para limitarse a “azuzar” a su “ultrafiel” portavoz. 

“Todo el mundo sabe que es usted el que muerde y Redondo quien apunta, quien señala el objetivo y quien dicta y ordena los términos a emplear en el ataque”, le ha ridiculizado el presidente de la ciudad, Juan Vivas (PP), como si fuera un muñeco en manos de un ventrílocuo. 

A Verdejo, que lleva más de dos años repartiendo insultos a diestra (salvo 2020, cuando Vox sostuvo al Ejecutivo del PP que ahora denigra) y siniestra. Esta semana ha completado la escalada de expresiones racistas metiendo en el mismo saco de “promarroquíes” y “quintacolumnistas” del país vecino a PP, PSOE, MDyC y Caballas.

A él también le han llamado de todo. Lo último, “cateto”, “niñato” y “cortito”. También “ignorante”, “fascista”, “racista” y “cobarde”. Dos miembros del Gobierno local, los consejeros de Educación y Medio Ambiente, Carlos Rontomé y Yamal Dris, se han levantado de sus escaños durante los últimos meses fuera de sus casillas ante sus provocaciones.

También las ha tenido tiesas con Vivas, pero sobre todo con los portavoces de los partidos localistas de electorado eminentemente musulmán, Fatima Hamed y Mohamed Ali, ente cuyos votantes siempre ha ubicado a los que “apedrean a la Policía” y ahora a los supuestos traidores a España. Él defiende con orgullo el fuego de su verbo: “Nadie se había atrevido a llegar hasta aquí”. Ha llegado tan lejos que la actividad parlamentaria local se ha suspendido ‘sine die’ hasta que se consensúe cómo lidiar con sus invectivas.

“Decimos lo mismo que la gente en sus casas”

El traje de políticamente incorrecto le encanta: “Nuestro márketing es la coherencia y cuando estás en un partido con el que te identificas plenamente es muy fácil: estamos acostumbrados a no decir para no ofender y nosotros decimos lo mismo que la gente en sus casas, pero nadie se atrevía a hacerlo en la Asamblea para no exponerse a una lapidación mediática”, ha presumido en una de las escasas entrevistas que ha concedido en dos años, a ‘Ceuta Ahora’.

Aunque no era de los más lenguaraces en los grupos privados de whatsapp de Vox filtrados a los medios en 2020, en alguno confirmaba su fijación con el Islam: “Postureo puro, así el [presidente de la Ciudad, Juan] Vivas puede salir compartiendo mesita con una morita con pañuelo. Porque recuerdo que empezó con pañuelo”. Se refería al nombramiento de una socialista, Mayda Daoud, como vicepresidenta de la Mesa del Pleno. En otro se decía “amigo personal” del otro diputado del MDyC, Youssef Mebroud, y planteaba la posibilidad de hacer una ‘pinza’ con ese partido para aprovechar el “tribalismo” que Redondo atribuía como seña identitaria de los musulmanes ceutíes.

Con Mohamed Ali, para quien ha deseado la cárcel por el delito de odio a Vox que le ha atribuido una juez, nunca ha compadreado, pero sí le felicitaba el Año Nuevo y fue el único de los ultraderechistas que le dio el pésame cuando falleció su padre en noviembre. “En familia no estoy como en los Plenos, no discuto, soy extremadamente tranquilo”, ha descrito su doble perfil de político furibundo y hombre “afable”.

Aunque también las utiliza en el Pleno y en redes sociales, el portavoz de Vox odia las alusiones personales cuando le atañen a él. Dos veces se le ha visto en dos años especialmente crispado. Una, cuando su excompañera de partido, la ahora no adscrita María del Carmen Vázquez, se preguntó en la Cámara cómo podía tener una pareja mexicana alguien con su aversión a la inmigración. Otra, cuando se cuestionó de qué manera es capaz de desempeñar la docencia en institutos con hasta un 70% de alumnado musulmán.

Este mes se ha quedado a las puertas de superar la primera fase de las oposiciones a profesor de Educación Física con un 4,7374. En su primer año como diputado, cuando de baja médica para dar clases seguía acudiendo a los Plenos, el Ministerio de Educación escrutó si estaba en fraude, pero llegó a la conclusión de que su actividad política (retribuida con una compensación de 1.400 euros al mes) era compatible.

Compañeros de los tres institutos en los que ha ejercido después de trabajar como dependiente en Decathlon cuentan que es, en general, tímido. Que “va a lo suyo”. En algún momento se le señaló por “adoctrinar” al alumnado, pero, si lo hizo, lo ha dejado. “Durante el último curso no ha dado ni un problema y no ha habido ni una queja, ni del alumnado ni de sus familias, a pesar de que la mayor parte de su carga lectiva era con grupos de FP Básica con un perfil nada fácil”, valoran profesores del IES Clara Campoamor.

“Un poco niño e igual de piñón fijo”

“Sigue siendo un poco niño e igual de piñón fijo”, le ve uno de sus docentes en su etapa adolescente. Ya entonces le gustaba la política y era “de derechas”, un convencido de que “la izquierda no es sinónimo de modernidad e innovación”. Entró en el PP cuando Vivas cosechaba dos de cada tres votos elección tras elección y hasta 19 de los 25 diputados autonómicos. Participó activamente en campañas. Hoy considera aquella etapa su “pecado original”. “Quise aportar mi granito de arena hasta que conocí a Vox. Yo ya seguía a Abascal y cuando leí su manifiesto fundamental me di cuenta de que era lo que yo siempre había pensado y el PP no se atrevía a decir”, recuerda cómo vio la luz mientras terminaba sus estudios universitarios.

“En su momento eludió tomar las riendas del partido porque estaba haciendo un Máster, no tenía trabajo estable, se veía muy joven y no quería aparecer como alguien dispuesto a vivir de la política”, explica un excompañero con el que ya apenas se dirige la palabra. En 2014 los de Vox en Ceuta eran “cuatro gatos”, pero Redondo se empeñó en reclutarle de nuevo cuando concluyó sus estudios. “Formaron un tándem estrecho y muy rápido las decisiones se empezaron a tomar entre ellos al margen de los órganos de dirección”, rememora un fundador del partido. “Me convenció, confió en mí y decía cosas que nadie se atrevía a decir”, ha justificado Verdejo su retorno.

En 2019, apareció en el número 2 de la candidatura de Vox a las autonómicas en las que el partido obtuvo seis escaños y se convirtió en tercera fuerza política tras PP (9) y PSOE (6), que se aliaron durante medio año para dar “estabilidad” a la ciudad. En Navidad de 2019, cuando Vivas optó por apoyarse en Vox, Verdejo proclamó el inicio de una era ultraderechista en Ceuta y anunció que los suyos borrarían todo rastro socialista (“un partido criminal desde su fundación”) de la institución. El PP tardó un año en volver con el PSOE, asustado por la crispación social y las provocaciones de sus socios, que estuvieron a punto de romper el propio Gobierno.

Solos y encolerizados, tras quebrarse su alianza con el PP, Verdejo ha puesto cara y voz al empeño de Vox por demostrar que no es que se hayan quedado solos incendiando la ciudad a lomos de las “tesis de Marruecos”, sino que “solo queda Vox” en la trinchera rojigualda y que son víctimas del “buenismo”, del “consenso progre”, de la “ideología de género”, de los “chiringuitos”. “Somos una diana, unos intrusos en el establishment”, ha vestido de heroica su misión. “No vamos a cambiar nuestro discurso porque creemos en él y en que es la única solución y la alternativa que necesitan todos los ceutíes”, ha advertido a quienes ruegan “moderación y responsabilidad”. Todo lo contrario, esta semana ha elevado un punto más el tono y ha señalado que la culpa de la “invasión” marroquí la tienen “Pedro Sánchez, la delegada del Gobierno y Juan Vivas” sin mencionar a Rabat.

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